Acostada en un banco del parque, mirando el cielo negruzco con nubes dispersas y ocultando algunas estrellas, la luna está tan redonda que parece una pelota de baseball, pero con mayor tamaño. Está como para dibujar y no perder el recuerdo de la vista de la noche. Espera, las nubes se dibujan solas. Si, solas. Se crean formas como hechas por una mano, sin duda, la mano de la naturaleza creada por Dios. Es algo tan maravilloso que dejarlo pasar es perderse los pequeños detalles más lindos que tiene la vida. Aquellos detalles que son momentos de tranquilidad, paz y armonía con uno mismo, momentos donde no tienes a nadie con quien hablar, pero te tienes a ti mismo, tienes la naturaleza, tienes a Dios, quien nunca te falla, que siempre está ahí para ti en las buenas y en las malas: en las buenas porque es quien te ayuda a triunfar, siempre y cuando pongas tu esfuerzo para lograrlo y en las malas porque Él te da libertad de hacer lo que sientas hacer, permite que tomes tu propio camino y aprendas a vivir la vida en su totalidad, para así poder conocer los errores y mejorarlos, porque sintiendo el fracaso es como podremos valorar nuestros éxitos.
-¿Qué haces?- Escucho una voz interrumpir mi conversación con mi ser.
Dirijo mi mirada y veo una figura alta de cuerpo de mujer acercarse -Observando la belleza de la noche- respondo.
-¡Interesante! –Me contesta- Yo siempre observo la oscuridad y suelo sentirme vivir en la noche.
No entendí con exactitud lo que me quiso decir. No hice preguntas. Ella se sentó a mi lado y dijo:
-Mi nombre es Gecia, vivo en un mundo donde todos llaman Planeta Tierra y yo lo llamo Planeta de las Críticas, donde nadie deja vivir al otro, donde la vida que se vive es la ajena, donde los defectos son motivos de risa y de burla, un mundo donde todos son imperfectos, excepto uno mismo. ¿Y tú?
-¿Yo?- Estaba atónita- Soy Soledad. Creo que vivimos en el mismo mundo, pero me sorprende tu comentario.
Gecia parecía una muchacha encantadora, de piel suave, ojos brillantes, pelo largo, ropa elegante y pocos accesorios. En verdad me sorprendía su percepción del mundo. Entiendo que el mundo está lleno de egoísmos, de personas sin moral, que juzgan sin juzgarse primero a ellos mismos. Pero un comentario así de una persona como la que parecía ser Gecia era algo extraño.
-A veces la apariencia engaña- añadió Gecia- No todos somos lo que parecemos y no todos parecen lo que son. Te diré algo, Soledad, estoy abriendo mi pensar contigo porque necesito desahogarme, necesito alguien con quien hablar. Para mí es difícil rodearme de gente y saber que a mis espaldas me juzgan por mi condición.
- Pero, ¿qué condición?
- No importa, es mejor que no sepas, al menos así no querrás alejarte de mí ni me juzgarás. Sólo te diré una cosa, Dios nos creó a todos por igual, y con “igual” quiere decir que nos creó como hijos de Él, que ante el Señor nadie es superior ni inferior a nadie, que no existen feos, lindos, altos, pequeños, gordos, flacos… nos creó para que nos tratemos como hermanos y vivamos en armonía, cosa que ha sido difícil que la gente entienda, por eso el mundo está como está.
Gecia no dijo más nada. Se levantó. Me quedé mirándola mientras se marchaba.
Intenté analizar el por qué me lo había dicho. No llegué a conclusiones rápidas, así que decidí irme a casa.
Al día siguiente veo en el periódico un titular que decía: “Muere por la incomprensión de los humanos”. Compré el periódico y leo la noticia: “Joven de 24 años se suicida, dejando consigo una carta donde explicaba que ya no soportaba la vida, que desde que nació las personas la miraban con pena y otros se burlaban de ella por ser ciega y por eso decidía cegarse para siempre”
Al ver la foto solté el periódico enseguida, quedé pasmada, empecé a llorar. Fue el momento en que entendí lo que había pasado la noche anterior. ¡Qué estúpida yo! Gecia fue en busca de un apoyo moral, ya no soportaba las críticas de la gente por ser ciega, por eso se quitó la vida.
Autora:
Audry Raquel Gómez García
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