La casa estaba silenciosa como si supiera de su mal, el espejo se rompió solo al caer desde su desolación. Cuadros desteñidos, sin luz. Imágenes que poblaban el sótano, el comedor, las sillas corrían caprichosas. Las voces dispersas se unían en un solo grito de ausencia. Se mecían los lirios en su jarrón, libros deshojados sin perdón. La casa estaba deshabitada, los fantasmas vivían sin amor. Los recuerdos fueron tónicos que bebieron juntos al morir.
La casa tiene una puerta de hierro, un balcón con su perro salchichón, la abuela con su mascota soñaba… lo llamaban. Arturo el santulón. Esta historia contada en versos quedo sin final, el autor no sabe o no pudo hacer que los duendes lo dejaran escribir un poco más, fue una lucha larga, violenta. De noche se siente el teclado, y al anciano escritor desordenando las migajas de su historia sin fin, lloran las campanas su despedida. El árbol mecido por el silencio rompe los cristales del salón. Se desnuda la luna curiosa, atenta ve que el hombre pierde la razón. Ya los recuerdos vagan solos entre ráfagas de silencio, al cerrarce las puertas construyen una leyenda plena de metáforas, que meciéndose en el viento silbador del silencio, se apresura entre la marea, y cierra sus grilletes. El anciano murió en su teclado; Un vuelo de poemas lo anuncio.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI
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