Participantes al cuento 20
inicio *lider-de-masas**lagunita***silvimar**** hugodemerlo
Cuentocompartido revisado
Veinte poemas de amor y un hombre desesperado
*Ignus revisa la parte delider de masas
** cromática revisa la parte de lagunita
*** leobrizuel revisa la parte de silvimar
****ninive revisa la parte de hugodemerlo
Por enésima vez, Roberto lee en voz alta el poema 20. Su entonación seca, rotunda, denota dolor. Un dolor que se acrecienta en cada lectura, de las muchas de esta noche, y aún más en las últimas dos semanas...
"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Roberto cierra con cuidado el libro de Neruda, lo deja perfectamente alineado al borde de la mesa baja del salón y mira el reloj de diseño que está colgado en la pared, junto al cuadro. (Un Tápies auténtico, regalo de bodas de su suegro).
Son las tres de la madrugada. La televisión lleva horas encendida sin señal, con ese absurdo color azul... Hace mucho que terminó la película en el blue ray: “Rebecca” de Alfred Hitchcock - Versión original subtitulada.
Roberto siente una abrumadora sensación de soledad. Aún percibe su presencia por toda la casa. Un hogar abandonado. Y una simple nota:
“Te dejo, vuelvo a casa de mis padres con los niños, nuestros abogados arreglarán los asuntos, no te quiero, adiós.”
Veinte palabras, veinte. Otra vez el veinte. ¿ Acaso se puede romper un matrimonio en veinte palabras?
"Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos ...
-y éstos sean los últimos versos que yo le escribo..."
-¡ Zorra ¡ - exclama entre dientes. Con gran frialdad, sus ojos tiritan como los astros azules del poema, pero no con ese sentimiento de frío por la soledad del amor perdido, es un odio agobiante y paranoico.
Al llegar a su despacho, se sienta en su escritorio y en la pantalla de cristal líquido del ordenador se refleja un hombre desaliñado, con barba de dos semanas, el pelo revuelto y sucio. -“déjame en paz, inútil, no vales para nada” -le espeta a su propio reflejo. Garabatea rápidamente unas letras, con la pluma Mont Blanc que ella le regalo para su cumpleaños. Luego dobla muy meticulosamente la carta exactamente por la mitad, y la introduce en un sobre blanco. Remitente: “Roberto Sánchez de Elizalde”. A continuación, dándole la vuelta al sobre, escribe el destinatario “Al Juez de este caso”.
Más tarde, pulcramente vestido, afeitado, con su traje de fría lana gris y su maleta, levanta un brazo en la calle deteniendo a un taxi.
- Al aeropuerto del Prat, rápido, tengo que coger el puente aéreo hasta Madrid.
**"Ya dentro del coche, Roberto piensa en el giro impensado que ha tomado su vida: por increíble que parezca, no se dio cuenta de que ella no lo amaba.
Cuando sube al avión, la desazón va tomando cuerpo y su corazón se siente muy frágil: recuerda su niñez, el dolor tremendo que sintió cuando perdió a su madre y del que nunca pudo recuperarse. Es la misma sensación que lo invade ante esta decepción.
La sola idea de perder a la mujer que ama lo desespera, y ese sentimiento lo lleva a imaginar que con el paso del tiempo, cuando su madre forme pareja nuevamente, sus hijos ya no lo querrán de la misma manera.
Al llegar a destino, se siente tan deprimido, tan inútil y tan solo, que comienza una oración pidiendo a Dios poder rehacer su hogar, ahora devastado. Sabe que esta siendo hipócrita, que nunca creyó en Dios, que hoy, por primera vez siente que lo necesita, que Dios lo escucha, y llorando musita unas pocas palabras.
Sale presuroso del aeropuerto, nuevamente sube a un taxi, esta vez en dirección a la casa de sus suegros.
Sigue cavilando sobre la larga lista de cosas que hizo mal, en las que su mujer también tuvo mucho que ver, imagina - desesperado - cómo sería regresar al pasado y corregir todo aquello, pero sabe que es imposible.
Roberto, hundido en el asiento del taxi, llora de manera desolada.
De pronto, el coche comienza a dar tumbos, entre lágrimas la vista se le oscurece y siente un fuerte golpe en su sien derecha. En un segundo advierte que su vida depende de una mano, y piensa nuevamente en Dios."
***
Se suceden sueños de silencio, de sombra. Voces inesperadas que naciendo de la nada giran a su alrededor. Lo abruma un sopor irreal, cuajado de sueños y palabras rotas.
A veces, con nitidez, recuerda aquellas noches cuando ella, entre sus brazos, le juró la eternidad de su amor. Aún percibe el contacto tierno de la mano amada acariciando su pelo. Todavía adivina en el aire su perfume…
En algún momento se produjo: recordó el taxi,los golpes, el caos, las repentinas tinieblas… Asaltó su memoria la existencia de la carta al juez. Acaso, quiso pensar, no sería abierta hasta que…
Sus manos,que parecían atadas a la camilla, se mantenían inmóviles.
Un médico que lo ausculta. Con gravedad, la mano del profesional revisa el cráneo, tantea el abdomen, mueve con cautela las articulaciones.
- ¿Puede hablar? Deme su nombre…
- Me llamo Roberto Sánchez de Elizalde… ¿Que me pasó? ¡Por Dios, no veo, no veo!
- Tranquilo, no es más que un efecto transitorio, un simple coágulo.
- Me han atado las manos, ¿por qué?
- No… no están atadas, lo lamento… ¡Calma! Por ahora no podrá moverlas. El shock le impide muchas cosas, inclusive caminar. Pronto estará mejor.
En un supremo esfuerzo intenta moverse, separarse de aquellas cadenas, pero es imposible. Cede al fin, agotado, mientras una lágrima huye por la mejilla macilenta.
Se forma un grupo en su entorno. (¿Quiénes son, qué quieren? ¡Basta!, déjenme solo), los oye en un revoloteo de aves carroñeras.
Transcurrieron los meses. Roberto, cautivo de una cama de hospital fue luego enviado a una casa de salud. Allí vegetó con una relativa evolución física sostenida, aunque, por desgracia, no ocurrió lo mismo con su salud mental. Su siquis, profundamente lacerada por la experiencia, se mostraba estéril, exangüe, ajena a cualquier intento de recuperación.
Pasaba horas y horas en una misma posición, sin quejas, sin señales de vida. Apenas se lograba alimentarlo y merced a los denuedos de su enfermera.
Las gestiones para contactar a familiares o amigos fueron inútiles.Los documentos perdidos en el accidente, el mutismo que lo confinaba, el misterio desafiaron largamente a los intentos por identificarlo. Finalmente, una imagen suya fue divulgada por los medios de comunicación. Pasaron los días y cuando el desaliento comenzaba su labor…
****... Roberto despertó… movió las manos y los pies, luego los brazos, las piernas.
¡Es un milagro!-se dijo- ¡Todo funciona!
Se tocó la cara y palpó el cuerpo. Al sentarse en la cama comprobó que estaba de maravillas, todo menos el corazón…el corazón que aún continuaba herido.
En ese mismo instante decidió continuar con el plan. Se vistió en silencio, tomó sus pertenencias y se marchó del hospicio pasando ante la gente que pareció no verlo¡cómo verlo si era un fantasma herido de amor, un fantasma que no asusta, un alma en pena que deambula ante todos sin ser notado! Era un ser fantasmal en busca de la liberación eterna de un amor desesperado.
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Rebeca estaba leyendo el diario en la casa de verano de sus padres frente al mar,y se sorprende al ver la publicación con la foto de Roberto.Llama a su abogado sin pérdida de tiempo y juntos van al hospicio en donde se enteran de los pocos detalles de la huída. Han llamado a la policía. Lo buscan .
Después de inútiles llamados al celular de Roberto y un largo deambular sin resultado por las calles, Rebeca retorna a la casa de la playa, triste y frustrada.
Pasan días sin ninguna noticia. Cierta noche, una espléndida noche de verano, Rebeca está sentada en la hamaca en la galería, mirando hacia el mar y recordando que fue una noche como esa, con un cielo estrellado así como el de esa la noche que conoció a Roberto. Ella caminaba por la orilla del mar cuando él se le acercó diciendo:
¡Nunca imaginé encontrar a una estrella fugaz en la arena!
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La voz del abogado interrumpió sus recuerdos.
-!Buenas noches, Rebeca!
-!Qué susto!¡Buenas noches,¿ hay noticias?- exclamó poniéndose en pie- ¿Qué le trae por aquí?
-¡Vengo para entegarle una carta del juez,... la carta en realidad es de su marido que se la envió al juez con la recomendación de que llegara a sus manos esta misma noche a esta hora, las diez de la noche!
Rebecca sacudió la cabeza y murmuró asombrada: ¡Es la hora en que conocí a Roberto!
El abogado le entregó el sobre en silencio.
-La dejo sola, buenas noches, si me necesita, mañana la espero en mi oficina!
'¡Gracias!, tomó la carta y volvió a sentarse en la hamaca.
Rebeca lee las primeras líneas
“Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado”
Unas lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas.
“En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio”
En ese mismo instante a pocos metros de distancia, un hombre comienza un lento camino hacia el mar
“Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio”
Una parejita que se daba arrumacos en la playa observa al hombre que camina por la arena recitando. Se rien de ese loco que parecía que estaba por entrar vestido al mar.
“Hice retroceder la muralla de sombra.
Anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto”
La carta temblaba en las manos de Rebeca como el corazón en el pecho
“Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido”
A lo lejos, pero no tan lejos ,la figura se sumergía lentamente en el agua recitando a viva voz.La pareja de la playa llamó a emergencias ante la evidente intención del hombre.
“Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en el cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron”
Rebecca lloraba bajo un mar de estrellas que tiritaban en la lejana galaxia de los recuerdos, en la nebulosa oculta del arrepentimiento, en el infinito lamento del universo.
“Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros”
Sirenas,... luces de la ambulancia que están tan cerca que tiñen de reflejos azules y rojos el rostro pálido de Rebecca ...
El hombre se sumerge totalmente en el agua, en un canto desesperado.
“Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado”
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