Me encuentro en una elipse, mi excentricidad la cabeza de un martillo.
Órbita y sus dos puntos se oponen al corazón en llama, mientras el acimut susurra papel.
¿Quién habla?, ¿Óscar?, ¿Matías?.
La fuerza inversamente proporcional a nuestras distancias, cumple los requisitos. Llamas al fuego, llamas al agua. Evapórate en una constelación y camina en láctea. Juzga tus ojos, pregunta un suplicio.
Carga la cruz del ártico o el piano de mí estomago. Yo, la guitarra.
Abre las naves, que el desembarco se hace en las horas, horas nubladas por luces y crepúsculos.
Regálame un minuto de la hora, para sentarme en tu respingada y así contemplar como el sol de izquierda a derecha se mueve, aunque sí de espaldas estuviera, se indefinirian mis actos. Estrellas bajo la tierra existen.
Como mi nombre descompuesto por los años se oxido. Mi eme y el vacío es solo una matriz, que cuadrados infinitos poseen o no...
Quisiera integrarme al todo, presiento no tener una bienvenida. Quizás no pueda subirme al mundo en una parada.
¿Puedo jugar?
Me encuentras sentado en una esquina del circulo invertido en la antigüedad y la sonata comienza por el fin, mientras la demencia empieza por la “zonata”.
Delgados los hombres
Delgados los lazos
Lazos de miel
Abejas
Esquiladas.
Sácame los ojos,
Que necesito mirar.
Cierra las puertas,
Que no entraré
Y si el intento de soplido fuera,
Hender el sentir,
Que mi tacto hace daño
Al coger las manzanas, que comes,
Déjame sin gusto,
Que el sonido ahoga,
Así como, mi audición da cuenta
De los colores despojados.
Necesito bajarme en la próxima parada, así poder olfatear lo que aún no me quitan.
De pronto la pared avisaba del poder hombre-dios, que procura lucrar con litros de aire, grandeza.
Tal vez no es mucho o poco el minuto que pedía, pero el atardecer nos llevaba y la elipse pagaba la deuda.
En el apogeo y el perigeo, la distancia entre nuestros ojos se hizo luna y el
Limite Alma tuya – Alma mía.
Convergía en una cabalgata en el mar.
Una aproximación desafiante para la razón.
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