Nos conocimos, nos enamoramos
y con el tiempo nos distanciamos.
La llamé, titubeó
y cortó el teléfono sollozando.
La extrañé con ardor
y fue un suplicio despertar cada día.
Sé que el orgullo la alejó de mí,
aunque añorara mi compañía.
Un mágico día quiso el azar
que nos cruzáramos en la avenida.
Su corazón galopaba y un extraño dejavú
volvió a darle sentido a mi vida.
Me miró, la miré,
nuestros ojos se encontraron…
Le sonreí, me sonrió,
nuestros labios se aferraron.
Aceptó mi perdón dulcemente,
tomándome de la mano.
Y me liberé de mi condena auto impuesta,
al aceptar mi condición de ser humano.
Le agradecí su humildad y consideración
al absolverme de mis errores.
Y descubrí en su aura maternal
al verdadero amor de mis amores.