I
Fines de mayo.
Todo se había ido a la mierda. Todo, todo, todo.
Jesi, mi hermosa Jesi, mi polola por 5 años. No había sido fácil ni mucho menos poder acercarme a ella. Éramos compañeros en el colegio. En realidad estábamos en distintos cursos, pero a mí siempre me encantó. Era flaquita, con el pelo castaño oscuro, chocolate, largo y liso, siempre con una sonrisa dulce en la cara, para mí, para todo el mundo. Pero su viejo… su viejo era un milico evangélico loco. Siempre he pensado que los milicos están todos medios locos, y algunos evangélicos también – en general cualquier religioso fanático- pero qué peor que un milico evangélico. Era como una contradicción viviente. Al principio no me dejaba ni entrar a su casa cuando la iba a dejar después de clases, después de a poco me dejó pasar a tomarme un cafecito, una oncecita, o sea la señora me invitaba, él se quedaba callado no más. De repente me invitaban a almorzar los sábados. Era terrible tener que soportar a ese tipo, pero por ella, yo lo aguantaba todo. Hasta los cinco años pololeando sin ni un poco de acción. Nada de nada, a puro besito y abrazo y llegar a la casa a ver revistas de minas en pelota como un pobre huevón a darle a la mano. Pero igual aguanté los cinco años porque la amaba, en serio, así de romántico, tan serio como puede ser un hueón de quince a veinte. Siempre he sido serio, de todas formas.
Pero un día, de la nada, llegó a mi depa media histérica y me dijo que esto no podía ser, no podíamos seguir así, que no, que no, que no, y yo no sabía qué mierda decirle para que se calmara. Terminó conmigo sin ninguna explicación y se fue. La seguí, le dije que qué pasaba que qué había hecho, que perdón, etcétera, etcétera. Pero no hubo ni una explicación coherente, que no eres tú, soy yo, que su viejo, que su vieja, que su perro, que todo el mundo. Me mandó a la mierda, básicamente.
Por varios días la llamé, fui a su casa, la busqué en la U. Nada, nada de nada. Su viejo un día que me abrió la puerta me miró por un momento con una cara de que iba a sacar un tanque y a matarme ahí mismo. Y después me miró con una cara de lástima que no le había visto jamás en la vida, no me gustó su cara, como cuando uno mira a un perro atropellado en la calle esperando que se muera luego. Me mandó educadamente a la mierda, también.
Unos días después me enteré por otra gente de que estaba embarazada. No me lo creí. De quién. De quién mierda, de mí no. Nada que ver, era mentira de esa gente de mierda que le gusta inventar cahuines de mierda.
Un mes después de eso y de buscarla frenéticamente en todas partes, me di cuenta de que no había vuelta que darle. Era definitivo, no iba a haber ninguna reconciliación romántica de última hora. Así que una tarde noche de otoño, fines de mayo, con un frío de mierda, me pasé después de clases a un bar que estaba de camino a la casa. Un bar de mierda que había visto varias veces por fuera, recorriendo el mismo camino, lleno de viejos ebrios que se gastaban lo poco del sueldo o quizás, la paga recién recibida. Eran como las ocho y media pero ya estaba oscuro. Entré, me senté en la barra y pedí un vodka con hielo. Sin jugo, sin tonic, sin ni una hueá, me sentía como la mierda y quería tomar hasta hacerme mierda de verdad. Igual me dio un poco de vergüenza pensar en pedir uno con jugo, porque eran puros viejos que me miraban raro, a lo mejor se reían de mí.
Y tomé y tomé, en realdad no creo que tanto, para todo el rato que estuve ahí. Pero me curé, obvio, para ese entonces no tomaba mucho y me curaba rápido. Eran como las doce y media cuando me dieron ganas de ir al baño y pregunté dónde estaba. El viejo detrás del bar –porque no le voy a decir barman a ese huevón, probablemente si alguien le dice barman le revienta una botella en la cabeza- ni me miró ni me habló cuando apuntó con el pulgar a la pared de su espalda. Gracias, le dije picado, empecé a pararme cuando se escuchó un frenazo y choque justo afuera. Algunos viejos copuchentos se pararon a mirar, otros ni se despegaron de la tele. Yo me paré de nuevo para el baño, tampoco me importó.
Entré al baño y me quedé ahí mismo parado en la puerta. Estaba asqueroso, asqueroso. Un lavamanos roto, un urinal y un cubículo, el piso todo mojado, el agua –digamos agua- amarilla y café. Las paredes al lado del baño llenas de mierda. Pero no me aguantaba así que tuve que entrar igual no más, no quise ni mirar la taza, fui directo al urinal, tratando de no pisar las pozas. Terminé, y me estaba preguntando cómo mierda abrir la llave sin tocarla cuando entró alguien más. Un tipo alto y flaco, más alto que yo, de pelo rubio y liso, con corte pelela. Andaba con una gabardina beige y lo primero que pensé fue que se le iba a llenar de mierda. Se quedó parado en la puerta con la misma cara de asco que tuve que poner yo. Igual entró y fue al lavamanos, traía la mano izquierda levantada, goteando sangre, y en la derecha una cajita blanca con una cruz roja pintada con plumón. Trató de abrir la llave, pero no pudo y me miró con cara rara. Tenía que tener una cara de hueón mirándolo todo el rato, ahí me despailé y le abrí la llave. Gracias, me dijo despacio y se mojó la mano herida. Tenía un corte feo por toda la palma. ¿Te ayudo? Le pregunté medio nervioso y él me miró desconfiado, bueno, respondió despacio. Agarré la caja y le hice curaciones lo mejor que pude. Me lavé las manos antes.
Mientras le vendaba la mano lo miré y me di cuenta que le corría una lágrima por la cara. Pensé que era por la herida, pero ni se quejó cuando la limpié con alcohol –porque no había agua oxigenada en la cajita a medio aprovisionar- así que supuse que había estado en el accidente.
- ¿Estuviste en el accidente? – le pregunté, me sentí súper imbécil.
- Sí, - me dijo despacito de nuevo. – no fue mucho en realidad.
- Pero si te cortaste así… - tenía la voz grave pero suave. Quizás porque estaba asustado todavía.
- Me corté de puro tonto. – dijo con tono de no querer hablar más. Terminé y le pasé la cajita. – Gracias. – dijo al final y me sonrió triste. – Que te vaya bien. – agregó a modo de despedida y salió.
- A ti también. – dije, pero no creo que me haya escuchado. Me lavé las manos de nuevo y me miré al espejo manchado. Recién me di cuenta de que tenía como tres lágrimas a medio secar en la cara. Cuándo lloré, no tengo idea, capaz que estaba más ebrio de lo que había pensado. Qué vergüenza que el loco me viera así, quizás por eso me miraba tan raro... Por eso me miraba raro.
Salí, le pagué al viejo y salí a la calle, ya no me sentía tan ebrio. No había nadie, ni autos ni nada. Apenas había unos cristales rotos esparcidos en el piso, todo lo que quedó del accidente. Y unas llantas marcadas en el cemento. Me puse a caminar para la casa muerto de frío, pero apenas media cuadra más allá había un huevón raro afirmado en la pared. Iba a cruzar la calle para no topármelo, pero me di cuenta de que era el tipo del baño, el rubio. Seguí caminando lentito y le toqué el hombro, igual todavía estaba curado, sobrio ni cagando hago eso.
- Oye… ¿Estai bien? – se asustó cuando lo toqué. Se dio vuelta y retrocedió, tenía los ojos brillantes. Se los secó lo mejor que pudo y me dijo que sí, que sí, que estaba bien. Pero seguía afirmado en la pared como perdido, encogido de frío, como con miedo. – ¿Podí… tení cómo llegar a tu casa? – le pregunté de nuevo, me dio pena. Carraspeó y se paró bien, miró la calle, no tenía idea de dónde estaba.
- Sí… sí… ¿dónde hay que tomar la micro aquí? – preguntó al final.
- La micro pa dónde… o sea, no importa, no hay micros a esta hora ya. – estaba ultra perdido el hueón. Suspiró y se afirmó de nuevo en la pared. – Pero te puedo llamar a un taxi. – agregué rápido para que no se pusiera mal de nuevo.
- ¿Sí, puedes? – me miró como esperanzado. Sí le dije, y saqué el celular para llamar a uno. Tenía como tres números guardados, por si acaso, y caminé con él hasta la esquina donde le dije al taxista que pasara. Esperamos en silencio harto rato, o pareció harto rato, fueron como cinco minutos. Al final llegó el taxi y se subió. – Gracias, - me dijo antes de cerrar la puerta. – por todo.
Cerró y partieron, y de repente ya no me sentía ni tan ebrio ni tan desamparado.
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sorry por tanto localismo, pero así hablo yo.
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