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Inicio / Cuenteros Locales / sayari / IV. José Carlos Mariátegui y el indio

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El problema de las razas

Las primeras décadas del siglo XX marca el periodo de crisis de la dominación oligárquica que perdió el dominio de las ideas; se desarrollaron nuevos planteamientos para afrontar los problemas del país como el indigenista, socialista y aprista. En el contexto de una sociedad estamental y racista y siguiendo postulados marxistas Mariátegui renueva la percepción de la realidad del indio. Acechado por la represión leguiista que lo instaló dos veces en la cárcel, con dificultades en su salud, elabora en 1929 junto a Hugo Pesce un conjunto de tesis que presenta a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana. Allí, abordando El problema de las razas en la América Latina, señala que la clase explotadora: española primero y criolla después ha tendido invariablemente, bajo diversos disfraces, a explicar la condición de las razas indígenas con argumento de su inferioridad o primitivismo. Señala que económica, social y políticamente, el problema de las razas, como el de la tierra, es en su base, el de la liquidación de la feudalidad. En el artículo El hecho económico en la historia peruana, de 1925, subraya el modo en que se ha formado el país: la actual economía, la actual sociedad peruana tiene el pecado original de la conquista. El pecado de haber nacido y haberse formado sin el indio y contra el indio.

En su artículo El progreso nacional y el capital humano, de 1925, reconoce la decisión individual, la potencia del hombre que promueve el misticismo de la acción comprobable en los grandes capitanes de la industria y de la finanza norteamericana. El proceso de aquel país le parece un fenómeno norteamericano, en su origen, no solo cuantitativo sino, también, cualitativo. Mientras en el Perú y sus programas, precisa, ha tenido ineptitud para entender la primacía del factor biológico, del factor humano sobre los otros factores, si no artificiales, secundarios...la política peruana…se ha caracterizado por su desconocimiento de valor del capital humano. Su rectificación, en este plano como en todos los demás, se inicia con la asimilación de una nueva ideología. La nueva generación siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana, que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina.

En su artículo El problema primario del Perú, 1924, señala que una política realmente nacional no puede prescindir del indio, no puede ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación. La opresión enemista al indio con la civilidad. Lo anula, prácticamente, como elemento del progreso. Los que empobrecen y deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nación. Explotado, befado, embrutecido, no puede el indio ser un creador de riqueza. Desvalorizarlo, despreciarlo como hombre equivale a desvalorizarlo, a depreciarlo como productor. Solo cuando el indio obtenga para sí el rendimiento de su trabajo, adquirirá la calidad de consumidor y productor que la economía de una nación moderna necesita en todos los individuos. Cuando se habla de la peruanidad, habría que empezar por investigar si esta peruanidad comprende al indio. Sin el indio no hay peruanidad posible. Esta verdad debería ser válida, sobre todo, para las personas de ideología meramente burguesa, demo-liberal y nacionalista. El desprecio del indio como hombre es el desprecio de su cultura y su desvalorización como productor; por eso acierta Mariátegui cuando señala que en ese contexto de explotación y embrutecimiento un ser humano no puede ser creador de riqueza. Entonces, para él, sin el indio no hay peruanidad posible, lo que no es equivalente a que el indio, lo indio, sea la peruanidad en si misma sino tan solo parte marginal; lo sustantivo de esta peruanidad se encuentra en una clase dirigente que privilegia la tradición criolla occidental, aun cuando esta tradición asimile lo más avanzado del pensamiento occidental: el socialismo.

En Punto de vista anti-imperialista también tesis destinada a la conferencia comunista indicada, subraya los valores racistas dentro del cual se desarrolla la vida indígena. Señala que en el Perú, el aristócrata y el burgués blancos desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas yanquis, y aún con sus simples empleados. Describiendo los valores de la clase dominante y media limeña que prefiere lo yanqui, indica que la señorita criolla…no siente escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este escrúpulo la muchacha de la clase media. La “huachafita” que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Fundation lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social.

La solución del problema debe hallarse en el propio indio, su liberación no deberá provenir del exterior, ni de un partido político ni organización que los sustituya. En Aspectos del problema indígena de 1926, menciona: la solución del problema indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios que a la sazón están dispersos, desorganizados sin representación política. Señala por eso que a los indios les falta vinculación nacional, lo que ha contribuido en gran parte a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres mientras no sean sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa, serán incapaces de decidir un rumbo histórico.

Percepciones del indio

Formula una opinión disminuida de las capacidades del indio; lo expresa en su artículo La enseñanza artística, de 1927, donde menciona: la raza indígena, poco dotada, al parecer, para la actividad teorética, se presenta en cambio sobresalientemente dotada para la creación artística. Lo que mejor conserva el indio, hasta ahora, enraizado en sus costumbres, es un sentimiento artístico, expresado en varios modos. Verbigratia por la asociación de la música y de la danza a su trabajo agrario.

En El rostro y el alma del Tawantinsuyo de 1925, indica su preocupación por abarcar el panorama de la vida quechua aún a costa de secundarios matices; por eso creía entender la teoría del “animismo” que nos enseña que los indios, como otros hombres primitivos, se sentían instintivamente inclinados a atribuir un ánimo a las piedras... la leyenda o la poesía nos presentan, cuajado en ese símbolo, su sentimiento cósmico. Su calificación de primitivo al indio es explicable por el arquetipo construido desde la conquista para calificar a la cultura indígena de primitiva y atrasada sin percatarse que se trata de otra cultura, distinta, distante de la mirada occidental. Esta mentalidad colonial, sin duda, se alimentaba y se alimenta también por el estado de las investigaciones de entonces. Atribuir al indio un carácter enigmático sin entender su ánimo callado, observador, además de su profunda consustanciación con la naturaleza que los llevaba a otorgarle “ánima”, vida y sensibilidad.

Se acerca, sin embargo, Mariátegui a la sustancia de la cuestión cuando señala que el sentimiento cósmico del indio está íntegramente compuesto de emociones andinas. El paisaje andino explica al indio y explica al Tawantinsuyo. La civilización incaica no se desarrollo en las altiplanicies ni en las cumbres. Se desarrolló en los valles templados de la sierra. – Valcárcel, certeramente, lo remarca –. Fue una civilización crecida en el regazo abrupto de los Andes. El Imperio Inkaiko, visto desde nuestra época aparece en la lejanía histórica como un monumento granítico. El propio indio tiene algo de la piedra. Su rostro es duro como el de una estatua de basalto. Y, por esto, es también enigmático. El enigma del Tawantinsuyo no hay que buscarlo en el indio. Hay que buscarlo en la piedra. En el Tawantinsuyo, la vida brota de los Andes.

Raza y clase social

En los países de liberados políticamente del colonialismo el concepto de clase y raza se superponen creando una convergencia a la que acuden puntualmente la pobreza, las clases marginales e indios o mestizos. Esta realidad no es obviamente casual, sus razones y explicaciones se hallan en la historia nuestra. Mariátegui aborda el tema; menciona que la solidaridad de clase, se suma a la solidaridad de raza o de prejuicio, para hacer de las burguesías nacionales instrumentos dóciles del imperialismo yanqui o británico. Y este sentimiento se extiende a gran parte de las clases medias. Que imitan a la aristocracia y a la burguesía en el desdén por la plebe de color, aunque su propio mestizaje sea demasiado evidente. Critica a quienes afirman la superioridad racial del mestizo sobre el indio, señalando que éste, por sus facultades de asimilación al progreso, a la técnica de la producción moderna, no es absolutamente inferior al mestizo. Por el contrario, es, generalmente superior. La idea de su inferioridad racial está demasiado desacreditada para que merezca, en este tiempo, los honores de una refutación. Y aquí rescata la ductilidad del indio para adecuarse al uso de tecnología occidental. Hace tiempo que la experiencia japonesa demostró la facilidad con que pueblos de raza y tradición distinta de las europeas, se apropian de la ciencia occidental y se adaptan al uso de su técnica de producción. En las minas y en las fábricas de la Sierra del Perú, el indio campesino confirma esta experiencia. Es observable su ánimo esencialista al adjudicar al indio virtudes para las labores artísticas y no teoréticas, en esta cita le reconoce virtudes adaptables para el trabajo con la ciencia occidental.

Mariátegui amplía estos conceptos cuando menciona: en estos países el factor raza se complica con el factor clase en forma que una política revolucionaria no puede dejar de tener en cuenta. El indio quechua o aymara ve a su opresor en el “misti”, en el blanco. Y en el mestizo, únicamente la conciencia de clase, es capaz de destruir el hábito del desprecio, de la repugnancia por el indio. No es raro encontrar en los propios elementos de la ciudad que se proclaman revolucionarios, el prejuicio de la inferioridad del indio, y la resistencia a reconocer este prejuicio como una simple herencia o contagio mental de ambiente. Hay que añadir que los prejuicios raciales apenas atenuados se mantienen vivos en nuestra sociedad. El imaginario nacional no ha variado al mismo ritmo que los cambios estructurales ocurridos; los tiempos para estas dos realidades son distintos en el Perú y tienen vinculación con la forma en que la cultura oficial ha puesto de espaldas entre sí a las distintas colectividades nacionales. La colonización de nuestras mentes se mantiene prácticamente intacta, procesando cambios a ritmos muy lentos comparados con los procesos económicos.

Socialismo, raza, cultura

Sabemos ahora lo restringido del concepto raza, cuando Mariátegui lo utiliza no lo hace en sentido peyorativo; en su definición debemos entender el concepto cultural. Señala Mariátegui, nuestra política socialista segura y precisa en la apreciación y utilización de los hechos sobre los cuales le toca actuar en estos países, puede y debe convertir el factor raza en factor revolucionario. A renglón seguido reitera una apreciación recurrente en él, respecto a las habilidades del indio para asimilar y usar la tecnología occidental. La industria ha penetrado muy escasamente en la Sierra. Está representada principalmente por las fábricas de tejidos del Cusco, donde la producción de excelentes calidades de lana es el mayor factor de su desarrollo. El personal de estas fábricas es indígena, salvo la dirección y los jefes. El indio se ha asimilado perfectamente al maquinismo. Es un operario atento y sobrio, que el capitalista explota diestramente. El ambiente feudal de la agricultura se prolonga a estas fábricas, donde cierto patriarcalismo que usa a los protegidos y ahijados del amo como instrumentos de sujeción de sus compañeros se opone a la formación de conciencia clasista. Hay que acompañar a Mariátegui cuando afirma que el ambiente feudal no debe ingresar a la fábrica, pero, ¿qué pasa cuando de ella se ausenta la cultura? Por ejemplo, ¿es posible unidades productivas japonesas carente de los elementos fundamentales de esta cultura?, o ¿sería factible industrias árabes donde las tradiciones religiosas sean abolidas? El ser humano unifica su cultura y su capacidad de reproducirse y transformarse en el trabajo, sean éstas unidades productivas socialistas o capitalistas.

Su confianza en el indio como sujeto de cambio no logra en Mariátegui otorgarle la conducción del proceso de transformaciones que promueve; descree de la posibilidad de los indios de procrear una independiente y nueva cultura. Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, empieza a pasarse a extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será esencialmente obra de las fuerzas sociales raciales autóctonas. Suscribir esta tesis es caer en el más ingenuo y absurdo misticismo. Al racismo de los que desaprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano. La historia no le ha otorgado la razón a Mariátegui. Si el Perú moderno se distingue en el concierto de naciones es por su sello andino, sin él, el Perú sería una entelequia; desde la reina de belleza que requiere disfrazarse con algún traje regional para ser peruana hasta el último potaje gastronómico tiene el sello andino. Con ejemplos más concretos diremos que no existe aquí espacio social, económico o artístico que no esté teñido de la cultura andina: el auge económico de la capital y del interior está básicamente asentado en el esfuerzo de los mestizos y de los indios que usan una larga tradición cultural de intercambio, trabajo y comercio para el desarrollo de emprendimientos y proyectos exitosos. Si a la ahora prestigiada culinaria nacional le restamos sus componentes andinos quedarían muy pocas recetas supervivientes. El denominado “emporio de Gamarra”, centro textil de extraordinario desarrollo en la creación de una industria exitosa debe su auge a la recreación moderna de principios de reciprocidad andina de larga data en sus empresas; su organización tiene en su esencia un componente cultural andino que explica en mucho sus éxitos. La reciprocidad, la minca, el ayni, están allí vueltos y revueltos bajo una concepción moderna y post moderna. Volvamos a los textos mariateganos.

La desconfianza con que observa al indio como sujeto de la historia y dirigente socialista se percibe cuando menciona: las posibilidades de que el indio se eleve material e intelectualmente dependen del cambio de las condiciones económico-sociales. No están determinadas por la raza sino por la economía y la política. La raza, por si sola, no ha despertado ni despertaría al entendimiento de una idea emancipadora. Sobre todo, no adquiriría nunca el poder de imponerla y realizarla. Lo que asegura su emancipación es el dinamismo de una economía y una cultura que portan en su entraña el germen del socialismo. Es clara su diferenciación entre política y cultura, el dinamismo social no parte, menciona, de la identidad cultural sino del credo económico y político. Sin embargo no observamos la misma sensibilidad cuando se refiere a mestizos que optan por el socialismo; cuando esto ocurre la diferenciación entre socialismo y cultura se hace muy tenue o inexistente. Ignora también las innumerables rebeliones de la raza contra la dominación española efectuadas en las peores condiciones socio económicas de pauperización y marginación.

Mediatiza la importancia del factor racial – cultural – en los procesos sociales: en todo caso, la influencia del factor raza se acusa evidentemente insignificante al lado de la influencia del factor economía, -producción, técnica, ciencia, etc.-. Sin los elementos materiales que crea la industria moderna, o si se quiere el capitalismo, ¿habría posibilidades que se esbozase el plan, la intención siquiera de un Estado socialista, basado en las reivindicaciones, en la emancipación de las masas indígenas? El dinamismo de esta economía, de este régimen, que torna inestables todas las relaciones, y que con las clases opone las ideologías, es sin duda lo que hace factible la resurrección indígena, hecho decidido por el juego de las fuerzas económicas, políticas, culturales, ideológicas, no de fuerzas raciales.

Explica el papel del compromiso ideológico del indio que se transforma en contacto con las ideas revolucionarias. El indio alfabeto, al que la ciudad corrompe, se convierte regularmente en un auxiliar de los explotadores de su raza. Pero en la ciudad, en el ambiente obrero revolucionario, el indio empieza a asimilar la idea revolucionaria, a apropiarse de ella, a entender su valor como instrumento de emancipación de esta raza oprimida por la misma clase que explota en la fábrica al obrero, en el que descubre un hermano de clase. Adquirir conciencia de clase no debería ser al mismo tiempo instrumento de aculturación o, peor aún, de alienación; pero, es lo que ocurre regularmente, el indio asume posiciones de clase “proletarias” y constriñe oculta su ser esencial que nunca deja de ser indio, andino. El precio de esta aculturación es el fraccionamiento de su personalidad: una entona La Internacional y la otra canta silente su música íntima. La doctrina y la militancia marxista no admite convivencias semejantes. ¿Cómo superar esta dicotomía, cómo actuar frente al extenso tiempo de transformación cultural? Es quizá conseguir lo que José María Arguedas reconoció en sí mismo: el socialismo no mató en mí lo mágico. El socialismo sin calco ni copia de Mariátegui, está cerca de esa aseveración, pero, también alejado.

Sus categorías ideológicas le dan conceptos para evaluar el capitalismo como estadio anterior y necesario para el socialismo. En esta idea estima que las masas deben capacitarse mentalmente en el capitalismo y situarse después en la conducción del orden nuevo. Esta reflexión sin embargo, en la letra menuda, no recae directamente en los indígenas, hay una sutil diferenciación entre estos y las masas: el mayor cargo contra la clase dominante de la república es el que cabe formularle por no haber sabido acelerar, con una inteligencia más liberal, más burguesa, más capitalista de su misión, el proceso de transformación de la economía colonial en economía capitalista. La feudalidad opone a la emancipación, al despertar indígena, su estagnación y su inercia; el capitalismo, con sus conflictos, con sus instrumentos mismos de explotación, empuja a las masas por la vía de sus reivindicaciones, la conmina a una lucha en la que se capacitan material y mentalmente para presidir un orden nuevo.

Subraya su opinión que los indios sean los ejecutores de su propia liberación; pero a diferencia de la clásica premisa marxista respecto al proletariado europeo, éstos, después de su liberación, no tenían que enfrentarse a una nación escindida por razas o etnias, sino a sociedades en gran medida integradas. Aquí, en cambio, luego de la teórica liberación había que luchar después por un lugar en el escenario racial. Por lo tanto, para el indio, ser artífice de su propia emancipación, no le significaba de ningún modo, como si al proletariado europeo, liderar la conducción de la sociedad. Luego de la ruptura de sus cadenas tenía que acomodarse en el lugar que le asignara el neocriollismo revolucionario.

Cuando se refiere al otro indio, al amazónico, su conocimiento es limitado e inexacto. La época era de mucha lejanía geográfica de la selva, impedía que cualquier estudioso tuviera un diagnostico más cercano a la realidad. Señala que estos indígenas que reciben frecuentemente el nombre de “salvajes”, son étnicamente diferentes de los que anteceden. Su civilización antigua no alcanzó probablemente, sino un nivel muy bajo. Sus idiomas y dialectos numerosos, en general pobres, en términos abstractos, su tendencia a la destrucción numérica de la raza, también son caracteres opuestos a los de los indios incásicos. No es posible pensar el Perú del futuro sin la activa participación y compromiso de las culturas amazónicas. Tienen objetivos diferenciados y particulares, sin embargo están inscritos dentro del gran espacio andino amazónico. Su plataforma de reivindicaciones es más sensible al reconocimiento de su ancestral cultura y está unida a una fuerte determinación de autonomía y de respeto del medio ambiente. No son dueños de caracteres opuestos a los indios incasicos, son parte de una sola nación, tienen cobijo en el gran cuerpo andino nacional.

Indio, criollo, blanco, negro, chino

Señalar a los indios con un epíteto lejano y distante de una peruanidad moderna: indios incásicos, no es casual en Mariátegui. Obedece a esta continua y consistente manera de observar y tratar la cultura indígena en relativa minusvalía y en contraposición a la criolla, espacio desde la cual escribe y promueve la idea que el estrato social y civilizatorio blanco es el objetivo a alcanzar. En sus Siete ensayos cuando toca el Proceso de la literatura y se refiere a Las corrientes de hoy, el indigenismo, señala: lo que importa, por consiguiente, en el estudio sociológico de los estratos indio y mestizo, no es la medida en que el mestizo hereda las cualidades o los defectos de las razas progenitoras sino su aptitud para evolucionar, con más facilidad que el indio, hacia el estado social, o el tipo de civilización del blanco. El mestizaje necesita ser analizado, no como cuestión étnica sino como una cuestión sociológica.

Señala que las aptitudes intelectuales y técnicas, la voluntad creadora, la disciplina moral de los pueblos blancos, se reducen, en el criterio simplista de los que aconsejan la regeneración del indio por el cruzamiento, a meras condiciones zoológicas de la raza blanca. Alejado de las categorías marxistas Mariátegui elimina las clases sociales y le otorga categorías esencialistas a un pueblo, le confiere disciplina moral, voluntad creadora. ¿Por qué no le otorga similares características a los indios?; la respuesta es difícil de hallarla sin recurrir a razones comprobables; sin embargo es pertinente la pregunta porque es verificable que Mariátegui hace un análisis cultural cuando señala los esencialismos que hemos anotado.

En sus reflexiones prosigue con esta preocupación cultural, así, ratifica su aprobación por el mestizaje, aún cuando reconoce que el mestizo se enrola en el mundo blanco y deviene con frecuencia en el mejor elemento de opresión del indio. También se refiere de manera reiterada a las ventajas de la civilización blanca al mismo tiempo que deja traslucir un inocultable sentimiento racista cuando juzga al negro. Leamos con atención sus pareceres pues en la lectura detallada observaremos no pocas opiniones – puestas en negrita por nosotros – sutilmente emparentadas con el criollismo más tradicional. El color de la piel se borra como contraste; pero las costumbres, los sentimientos, los mitos, – los elementos espirituales y formales de esos fenómenos que se designan con los términos de sociedad y de cultura reivindican sus derechos. El mestizaje, - dentro de las condiciones económico sociales subsistentes entre nosotros –, no solo produce un nuevo tipo humano y étnico sino un nuevo tipo social; y si la imprecisión de aquel por una abigarrada combinación de razas, no importa en sí misma una inferioridad, y hasta puede anunciar en ciertos ejemplares felices, los rasgos de la raza ”cósmica”, la imprecisión o hibridismo del tipo social, se traduce, por un oscuro predominio de sedimentos negativos, en una estagnación sórdida y morbosa. Los aportes del negro y del chino se dejan sentir, en este mestizaje, en un sentido casi siempre negativo y desorbitado. En el mestizo no se prolonga la tradición del blanco ni del indio: ambas se esterilizan y contrastan. Dentro de un ámbito urbano, industrial, dinámico, el mestizo salva rápidamente las distancias que lo separan del blanco, hasta asimilarse a la cultura occidental, con sus costumbres, impulsos y consecuencias. Puede escaparle – le escapa generalmente – el complejo fondo de creencias, mitos y sentimientos, que se agita bajo las creaciones materiales e intelectuales de la civilización europea o blanca; pero la mecánica y la disciplina de esta le imponen automáticamente sus hábitos y sus concepciones. En contacto con una civilización maquinista, asombrosamente dotada para el dominio de la naturaleza, la idea del progreso, por ejemplo, es de un irresistible poder de contagio o seducción. Pero este proceso de asimilación o incorporación se cumple prontamente sólo en un medio en el cual actúan vigorosamente las energías de la cultura industrial. En el latifundio feudal, en el burgo retardado, el mestizaje carece de elementos de ascensión. En su sopor extenuante, se anulan las virtudes y los valores de las razas entremezcladas; y, en cambio, se imponen prepotentes las más enervantes supersticiones. Para el hombre del poblacho mestizo – tan sombríamente descrito por Valcárcel con una pasión no exenta de preocupaciones sociológicas – la civilización occidental constituye un confuso espectáculo, no un sentimiento. Todo lo que en esta civilización es íntimo, esencial, intransferible, energético, permanece ajenos a su ambiente vital. Algunas imitaciones externas, algunos hábitos subsidiarios, pueden dar la impresión de que este hombre se mueve dentro de la órbita de la civilización moderna. Más, la verdad es otra.

Explica con cierta desazón el aporte chino y negro a las corrientes raciales indígenas y españolas; a su resultado le denomina: blando producto. Sigamos su reflexión: destruida la civilización inkaica por España, construido el nuevo Estado sin el indio y contra el indio, sometida la raza aborigen a la servidumbre, la literatura peruana tenía que ser criolla, costeña en la proporción en que dejaron de ser española. No pudo por esto surgir en el Perú una literatura vigorosa. El cruzamiento del invasor con el indígena no había producido en el Perú un tipo más o menos homogéneo. A la sangre ibera y quechua se había mezclado un copioso torrente de sangre africana. Más tarde la importación de coolies debía añadir a esta mezcla un poco de sangre asiática. Por ende no había un tipo de sino diversos tipos de criollos, de mestizos. La función de tan disimiles elementos étnicos se cumplía, por otra parte, en un tibio y sedante pedazo de tierra baja, donde una naturaleza indecisa y negligente no podía imprimir en el blando producto de esta experiencia sociológica un fuerte sello individual.

Reconoce en el indio su potente conservación de costumbres, sentimientos, pero, considera que todo ello es la conservación de un pasado que tiene que eliminarse en aras de una civilización expansiva, dinámica:… el indio, en su medio nativo, mientras la emigración no lo desarraiga ni deforma, no tiene nada que envidiar al mestizo. Es evidente que no está incorporado aun a esta civilización expansiva, dinámica, que aspira a la universalidad. Pero no ha roto con su pasado. Su proceso histórico está detenido, paralizado, más no ha perdido, por esto, su individualidad. El indio tiene una existencia social que conserva sus costumbres, su sentimiento de la vida, su actitud ante el universo. Los “residuos” y las derivaciones de que nos habla la sociología de Pareto, que continúan obrando sobre él, son los de su propia historia. La vida del indio tiene estilo. A pesar de la conquista, del latifundio, del gamonal, el indio de la Sierra se mueve todavía, en cierta medida dentro de su propia tradición. El “ayllu” es un tipo social bien arraigado en el medio y la raza.

Reconoce que la sociedad indígena posee un tipo orgánico de sociedad y de cultura que, como lo ejemplifican otros pueblos, pero en aptitud de hallar la vía de la moderna civilización. La sociedad indígena puede mostrarse más o menos primitiva o retardada; pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultura. Y ya la experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos han probado cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los pueblos de Occidente.

Mariátegui urbano

Mariátegui fue un ser raigalmente urbano; inclusive en Europa, en la mayor plenitud de su condiciones físicas no se interesó por el medio rural como lo señala su conocido itinerario europeo. Aquí, en su patria, no conoció la sierra, tampoco una comunidad indígena; su infancia transcurrió en la costeña Moquegua, ciudad que dejó en sus primeros años para vivir en Huacho, tierra materna y litoral. Su temprana enfermedad, agravada con los años, le impidió seguramente una mayor movilidad en el país. Estas son comprobaciones que ayudan a entender algunos de sus análisis sobre el indio y la sierra; precisar este contexto sitúa al personaje en su medio y le proporciona entorno a sus reflexiones y a la imagen del indio que cultivó.

Su espíritu urbano combinó bien con el marxismo y su filosofía citadina; sobre todo previa a las teoría y experiencia de Mao. Fue factor que lo ayuda a señalar que es en la ciudad donde reside el espíritu revolucionario. Bajo el título de La urbe y el campo, 1924, menciona: es en la ciudad donde el capitalismo ha llegado a su plenitud donde se libra la batalla actual entre el orden individualista y la idea socialista…la teoría y la práctica del socialismo son un producto urbano. La aspiración de la propiedad colectiva nace espontáneamente en la fábrica, en la usina; no en la alquería. El campesino y el artesano ambicionan la adquisición de una pequeña propiedad individual. Mientras la ciudad educa al hombre para el colectivismo, el campo excita su individualismo. En el campo se vive demasiado dispersa e individualmente; no es fácil, por tanto, sentir una grande, intensa y generosa emoción social. La ciudad, en cambio ha alojado perennemente un fuerte afán de creación. A su calor se han incubado las actuales corrientes políticas. El indio peruano, aculturado o mestizado, cultiva, es cierto, un entorno de vida individual muy acendrado; pero, es también portador de una disposición singular para la vida colectiva. Desarrolla su individualidad dentro de la comunidad y la membrana que separa un ámbito del otro es apenas perceptible. Mientras el citadino, el obrero, hijo de la sociedad occidental, construye su esencia humana en la individualidad y comparte su dimensión colectiva solamente en el trabajo, en la fábrica; de allí retorna a su natural vida personal, individualista. Por otro lado, en el Perú, donde ha anidado una intensa emoción social ha sido en el medio rural; el fermento revolucionario ha estado siempre ubicado en ese medio. Cuando la desobediencia ha partido de ese ámbito ha estremecido y cambiado muchas veces las estructuras del país. Los campesinos, los indios, han sido aquí permanentes generadores de cambio.

¿Indio aletargado?

Veamos detalles adicionales de su apreciación de una raza indígena inactiva en el proceso de la Emancipación: la República,… es responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La insurrección de Túpac Amaru probó, en las postrimerías del virreinato, que los indios eran aún capaces de combatir por su libertad. La independencia enervó esa capacidad. Resulta inexacta esta apreciación, aún para la época. Analizado el tema de ese modo no habría explicación para entender la enorme energía creativa y política desplegada por los herederos de esa raza debilitada, antes y después de los años veinte. De su época, por ejemplo, es la rebelión india en Puno liderada por el Sargento Mayor Teodomiro Gutiérrez: Rumi Maqui; alzamiento que estremeció el sur andino y el país. Lo que se interpreta por debilidad es el enclaustramiento, la hibernación de una cultura que usó calculado exilio interior, ostracismo para protegerse de la profunda adversidad que le tocó vivir. Milenios de experiencia le dieron las herramientas para entender que toda adversidad tiene su tiempo de resurrección.

Podemos observar hasta aquí que Mariátegui tiene por el indio una suma de sentimientos y apreciaciones encontradas. Reconoce que tiene estilo, que es dueña de una cultura compacta, que es el cimiento de la nacionalidad; por otro lado le resta capacidad de gobernarse sin la tutela criolla y en numerosas reflexiones le resta condiciones para situarse en igualdad con el espacio criollo. Esta línea de pensamiento es coherente y sistemática. Cuando evalúa el significado de Garcilaso de la Vega en sus Siete ensayos, señala que la peruanidad es una formación social determinada por la conquista y la colonización española, calla el aporte indio. Lo hace en otros artículos, es cierto, pero cuando se habla de Garcilaso, hijo de conquistador y princesa inca, no puede obviarse el aporte materno. Veamos: en Garcilaso se dan la mano dos edades, dos culturas. Pero Garcilaso es más inka que conquistador, más quechua que español. Es, también, un caso de excepción y en esto residen precisamente su individualidad y su grandeza. Garcilaso nació del primer abrazo, del primer amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indígena. Es, históricamente, el primer “peruano”, si entendemos la “peruanidad” como una formación social determinada por la conquista y la colonización española. Garcilaso llena con su nombre y su obra una etapa entera de la literatura peruana. Es el primer peruano, sin dejar de ser español. Su obra, bajo su aspecto histórico-estético, pertenece a la épica española. Es inseparable de la máxima epopeya de España: el descubrimiento y conquista de América.

¿Cultura universal?

En el artículo La misión de Israel, de mayo de 1929, acota Mariátegui su máxima aspiración en torno al ecumenismo mundial: la existencia de una sola cultura hegemonizada o creada por Occidente. Ve al pueblo judío como portador en germen de una cultura universal. Menciona: si alguna misión actual, moderna, tiene el pueblo judío, es la de servir, a través de su actividad ecuménica, al advenimiento de una civilización universal. El máximo valor mundial de Israel está en su variedad, en su pluralidad, en su diferenciación, dones por excelencia de un pueblo cosmopolita. Israel no es una raza, una nación, un Estado, un idioma, una cultura, es la superación de todas estas cosas a la vez en algo tan moderno, tan desconocido que no tiene nombre todavía.

Israel, en veinte siglos, ha ligado su destino al de Occidente. Y hoy que la burguesía occidental, como Roma en su declinio, renunciando a sus propios mitos busca su salud en éxtasis exóticos, Israel es más Occidente que Occidente mismo. Entre Israel y Occidente ha habido una interacción fecunda. Si Israel ha dado mucho a Occidente, también mucho ha adquirido y transformado. El judío permanece así fiel a su filosofía de la acción condensada en esta frase del rabino italiano: “l’uomo conosce Dio oprando”. Y Occidente, en tránsito del capitalismo al socialismo, no es ya una forma antagónica ni enemiga de Oriente, sino la teoría de una civilización universal.

Una y sola civilización universal es seguramente el destino de la humanidad. Será otro momento cúspide de la sociedad humana, lejano aún para saber de sus características desde aquí. Mientras, caben varias preguntas: ¿cómo se integrarán los componentes nacionales y culturales preexistentes?, ¿cuáles serán los criterios de equidad, exclusión e inclusión entonces para los miles y cientos de lenguas y culturas diseminadas por el mundo?, ¿cuáles, cuál cultura dejará su impronta decisiva, o ninguna?, ¿cuál el eco de la lengua universal? Prematuro el tiempo para imaginarlo desde ahora. Sí, estamos seguros, será consecuencia de la abolición de las fronteras nacionales, de la intensificación inimaginable de los procesos productivos y, sobre todo, de la humanización de la humanidad. Lo cierto y claro en los tiempos que corren es que los distintos pueblos y culturas mundiales vuelcan todo su esfuerzo por reconstituir sus culturas originarias, amoldarlas a sus necesidades sin desconocer herencias divergentes. Lo verdadero y tangible ahora es que diversas culturas pugnan por evitar hegemonías civilizatorias y culturas que han constreñido su desarrollo, avergonzado a sus portadores y limitado su capacidad de reivindicar un pensamiento propio que no sea medido como extravíos provinciales, folklóricos desdeñables. Es cierto que en nosotros habita una cultura hegemónica que no nos ha integrado ni ha sido tampoco instrumento de desarrollo. Al contrario, ha demostrado ser incompatible con un manejo racional de los recursos naturales y sí compatible con moldes que privilegian la acumulación material y el individualismo en desmedro de la humana convivencia social, donde la competencia siga siendo seguramente un componente esencial del desarrollo; pero, una competencia en que los resultados sean compartidos sin el escarnio de los débiles y menos pudientes. Esta realidad no es de exclusiva responsabilidad de los portadores de la cultura dominante. Aquí, en nuestro país hay y ha habido cómplices activos y silenciosos; desde Felipillos y Malinches hasta clases dominantes que lucran y se benefician con seguir actuando como una especie de modernos virreyes de la metrópoli. Lo cierto y seguro ahora es que debemos luchar por destruir la colonización mental que nos corroe por dentro y por fuera y luchar por la liberación de nuestra cultura y de nuestros propios intereses. Aquí están mezclados y unidos varios elementos: clase, procesos de producción, imaginarios sociales, política y sociedad. Nada puede estar sin embargo desafecto al primer objetivo nacional: ser nosotros mismos, sentirnos orgullosos de usar nuestros propios criterios y filosofía para encarar nuestra lucha con la naturaleza y la propia sociedad. Estudiar a Mariátegui, sí, pero para superarlo, confrontarlo, como el hubiese querido.






Texto agregado el 06-08-2012, y leído por 239 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
18-08-2012 Amigo, es un artículo hartamente interesante y te dejé mi opinión en tu ldv. Es imposible escribir aquí un comentario como el que mereces. Un abrazo y gracias por enseñar,e tanto. Te re quiero fullisimo, SOFIAMA
 
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