MEDIO KILO DE LENTEJAS
Llegó mi turno ante la caja registradora del supermercado. Miraba reflexivo, como registraban el producto que llevaba cuando un pequeño alboroto ocasionado por una joven pareja, en la fila adyacente, llamó mi atención.
La discusión era banal y de lo más simple: escogían un chicle para comprar, ella lo quería de un sabor y él, de un otro.
La polémica salió del campo rutinario de una simple elección y torno a ser casi una cuestión de honor de género.
Los clientes alrededor, aunque tomando la discusión casi a la broma, miraban asombrados la defensa que hacía cada uno de su posición con argumentos dignos de mejores causas.
-¡Señorita! –Acudió, finalmente, la chica a la joven cajera- ¿no es cierto, que debe dejarme escoger?
-¡No, no! –replicaba él, agregando- ¿Por qué? ¿Sólo porque es mujer?
-Es que tengo la razón –argumentaba la niña
La cajera, sonreía, pero se le notaba cierta preocupación de que en algún momento los hechos fueran a mayores, causándole, probablemente, algún inconveniente con sus superiores.
Mirándome, pensó seguramente que por mis años, mal equilibrando el medio siglo, podría opinar al respecto.
-Señor –dijo sonriente, transfiriéndome el problema- ¿Quién cree que tiene la razón?
La miré sorprendido por su audacia y capacidad para deshacerse de la situación. Miré también a la pareja que por un momento dejaron la discusión y esperaron atentos mis palabras.
-Bueno… –dije, carraspeando –La razón nunca es absoluta de nadie, la cosa es saber llegar a un acuerdo. Para que las cosas funcionen, cada uno tiene que ceder y no necesariamente en igual proporción. A veces uno cede más, a veces uno cede menos. Es la única forma de avanzar en la misma dirección, como se supone debe avanzar una pareja, si es que se quiere seguir como pareja, teniendo que pareja viene de par: dos relativamente iguales, como un par de zapatos, un par de guantes… cuya finalidad es ser complemento uno del otro.
Todos miraban, escuchando apenas lo que decía, más interesados en avanzar rápido en sus líneas hacia la caja que en algunos argumentos y consejos que seguramente no estarían dispuestos a seguir. Mi mente escapó de mi control por un momento y me preguntó del por qué de esa premura en ser primeros en las cajas de pago. Sería justificado si después de pagar, saliera el pagador, raudo hacia su siguiente destino, pero no. Después de pagar, continúan a un paso tal, que la más lenta tortuga superaría largamente. Naturaleza humana se dice.
La joven pareja, algo dispuesta a seguir escuchando, prestaba atención al tiempo que me volvió a la situación la pregunta de una señora de mediana edad.
-¿Pero quien tiene la razón, según usted?
-¿La razón? realmente en cuestiones de pareja, no importa mucho quien tenga la razón –respondí.
Y dirigiéndome a la pareja, especialmente al varón, continué:
-Eres muy joven para meterte en problemas. No te hagas los días difíciles, aprovecha de los buenos momentos para disfrutarlos y de los malos para aprende para el futuro.
Ausculté al auditorio y continué:
-Aprende a aprender de la experiencia ajena; se que es difícil de hacer, yo mismo hasta ahora no termino de aprender, pero mira, te cuento por ejemplo, sin ir muy lejos, hoy después de desayunar le insinué a mi señora de preparar un Lomo Saltado para el almuerzo. Mi señora mi miró como si hubiera propuesto algo tan absurdo como ir a un baile de gala vestidos en pijamas y me dijo que ella quería comer lentejas. En sus palabras noté ese tono que a lo largo de muestra vida en común he aprendido a interpretar como una clarinada de alerta. Pero a pesar de ello porfié en proponer el Lomo Saltado para el almuerzo; además porque, creyendo que mi argumento de que en la semana ya habíamos comido menestras era tan sólido como el mejor barco, podía insistir en que nada de lentejas… sin pensar, sin recordar, que, por in-hundible que sea, no existe en el mundo barco libre de naufragar en un mar… de lágrimas.
Ella, empezó a llorar, sin hacerlo publico: con ese llorar apagado, oculto y lleno de orgullo que ocultando, sin ocultar, sus ojos en rojos me anunciaban que yo ya estaba perdido.
Aún así hice un rápido chequeo de mis posibilidades de salvamento y a modo de una boya salvavidas, torcí mi decisión, pero era tarde: ella ya no quería lentejas por más que yo le decía que olvidáramos el Lomo Saltado. Dulcemente me dijo que yo tenía razón y que el sólo hecho de ser lunes no justificaba comer nuevamente menestras.
No rechazo mi mano al acariciar sus cabellos, no fue necesario que mostrara un rechazo; No se aún como lo hace, pero sentía que no aceptaba la caricia, y que sin rechazarme, me rechazaba.
Contrariado salí a la calle, camine un poco, medite otro poco, seguí caminando, pensé y volví a pensarlo. Recordaba las palabras de mi padre que siempre me inculcaba no solo respeto y consideración a la mujer, sino que el hombre ha venido a este mundo par a labrar y luchar por la felicidad de la mujer como base de la Humanidad.
Me llegué a este Supermercado escuchando su frase favorita: “a la mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa”
Al final, llegué a la única sabia conclusión: ¡mira! ¿Qué estoy comprando? ¡¡¡1/2 kilo de lentejas para el almuerzo!!!
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