Te recuerdo cada día como si no hubiéramos dejado de vernos. Hoy hace un mes que nos separamos para siempre. La blancura de tu piel resaltando por sobre el resto de tus cualidades, de la cual llegué a conocer cada mínima sombra que existiera sobre la misma. Siempre me gustó tu pelo largo y rizado, más allá de la mitad de tu espalda. Tu figura esbelta y los bien marcados y bellos rasgos de tu cara.
Cada mañana esperaba con angustia el podernos encontrar. Yo hablaba sin parar, contando mi vida al milímetro, mientras tú, impávida, o quizás ausente, pero siempre en silencio, no te dignabas contestar. Siquiera me concedías un simple movimiento de cabeza. Recuerdo también que muchas veces, buscando la atención de tu cara dirigida hacia un lugar distante y ajeno a mis palabras, era yo quien daba la vuelta y cambiaba mi posición obligándote a mirarme de frente. El resultado era el mismo: yo hablando y tú muda.
No me cansaba de insistir.
Para ti preparé las historias más inverosímiles. Algunas, realmente me habían sucedido, otras –aquí doy gracias a mi imaginación- las ideaba con el único afán de impactarte y romper tu eterno silencio. Sabía que no eras muda pues varias veces, de lejos, escuché el rumor de tus sonidos. Pero nunca los inclinaste hacia mi.
Cada día, cuando a duras penas me alejaba de ti, mi cuerpo era recorrido por un sinfín de sentimientos. El primero de ellos era la real posibilidad de no encontrarte cuando regresara a la mañana siguiente. No era que tú no pudieras estar, pero sabiendo el mundo tan complejo que hoy vivimos, existía la real posibilidad de que alguien te llevara. Si las noches de cada día eran duras – aquí recuerdo a Lennon y McCartney-, los largos fines de semana eran completamente insoportables. Aunque debo reconocer que algo de bueno tenían, pues me devolvían más tiempo para construir las historias que cada lunes, de forma especial, te contaba.
Hace treinta días sucedió lo que muchas veces había previsto. Era lunes. Traía mis mejores historias. Dos días sin verte. Algo en el ambiente. Algo en el viento cuarésmico de marzo. Algo en el cielo parcialmente nublado con amenaza de lluvia –aquí recuerdo a Rubiera- Algo me lo dijo antes de llegar. Apuré el paso, di la vuelta a la glorieta que tantas veces fuera cómplice de mis confesiones y de tus indiferencias. Ya no estabas. Lloré desconsoladamente. Grité tu nombre. Nada.
El encargado de la vigilancia se acercó. Trató de explicar tu ausencia. El nunca podría comprender. ¿Qué hace un aprendiz de poeta sin su musa? ¿Qué haría Frida sin Diego? –Aquí recuerdo a Arjona. No me he recuperado. Cada mañana regreso y veo como el parque va desapareciendo. Ya está colocada la fotografía del próximo edificio. Nadie ha sabido responder cuál fue el destino de las estatuas. Y de ti, mi musa de mármol, ¿quién me dará explicación?
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