Nuestro primer encuentro fue como estudiantes de bachillerato. El mismo día nos incorporaron a un aula en el pre de Marianao. Nuestros padres, sin conocerse, habían recibido apartamentos en un edificio de microbrigadas cercano y debimos trasladarnos de escuela. Fuimos “los nuevos” durante mucho tiempo, con la carga de aislamiento que eso conlleva y además, ubicados en el final del aula, en la única mesa vacía que directamente recibía el sol de todas y cada una de las cinco horas de clases. Una vez comentamos sobre lo cálido que fuera nuestro primer encuentro.
Dos años después, sin haber establecido una relación que valga la pena recordar, tú saliste a estudiar medicina y yo terminé en un frío, desconocido y casi inaccesible lugar de la antigua Unión Soviética. No volvimos a coincidir. Creo que fueron ocho años sin vernos.
Aunque ya nadie lo crea, las personas de nuestros tiempos esperaban los ómnibus, se subían a ellos, encontraban asientos vacíos y los hombres eran capaces de ceder el suyo a las mujeres. Yo fui ese hombre y tú esa mujer. Nuestro viaje hacia Santa María del Mar, fue lo suficientemente largo, como para poderme enterar de tu novio estudiante, que decidió no tenerte como la esposa del médico y de mi rubia alemana que consideró, el día de la graduación, que era demasiado soleado el Caribe, como para asentar allí el resto de su vida.
Una semana después nos encontramos en Las Cañitas del Habana Libre y al final de varios Ron Collins, ya no quedaba nada para contar, excepto reunir el dinero que teníamos entre los dos para reservar una noche en el mismo hotel. Cuando hoy escribo esto, me doy cuenta que la ciencia ficción puede ser información de futuro o de pasado.
Vivimos juntos un par de años, pero tus incontrolables deseos maternos y mi rechazo a la paternidad, unidos a una infertilidad sin tratamiento, acabaron con la relación. Hoy creo que ninguno de los dos fuimos capaces de ceder lo suficiente.
Otra vez la casualidad nos ha unido. Ya los ómnibus casi no existen y poca gente es capaz de ceder un asiento obtenido en condiciones precarias. Ante esa caída de valores, la cibervida vino de salvadora y un día estábamos solicitándonos “amistad” en Facebook.
Veinte años, después en una mezcla de homenaje que va desde Dumas hasta Gardel, pasando por María Teresa Vera, tu matrimonio ya ha terminado. Tus jimaguas se casaron y viven en algún lugar de Europa. Yo sólo tengo para contar una larga serie de intentos fallidos.
No existen “Las Cañitas”. Ahora nos cobija el toldo rayado de un “Rápido” frente al Malecón habanero. No hay Ron Collins, sólo Cristal, pues las Bucaneros están calientes. Durante dos horas nos hemos puesto al día. Ambos doblamos hace rato casi todas las curvas posibles. Te veo alejarte en un auto de alquiler. Yo tomo el mío en dirección opuesta. Nos dijimos muchas cosas, pero, pensándolo bien, me queda el sabor de que ninguno de los dos nos atrevimos a decir tres frases fundamentales.
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