Melodías inspiradoras:
Ante la enfermedad de un amigo que de un día para otro le diagnosticaron cáncer, me vi ante el espejo de la vida y me estremecí.
Admito lo frágil que somos no solo de cuerpo sino también del alma, nos quebramos en mil pedazos como la copa que cae al suelo y así con la certeza que algún día nos tocará el momento de partir, es ahí cuando escuchando Moonlight Sonata-Adagio Sostenuto una mañana de domingo, sentada en el sillón cómodo de mi dormitorio, cerré mis ojos y llevada por sensaciones, fui conducida a un lugar apacible completo de luces y estrellas.
De pronto suena el teléfono, despierto bruscamente, contesto y era mi madre que me invitaba a almorzar junto a mis hijos, accedí inmediatamente a su invitación, preparé todo y partimos. Nos subimos al metro y todos los asientos estaban ocupados de gente muy anciana y solo un espacio estaba desocupado en ese vagón, mis hijos se sentaron ahí, yo permanecí de pié observando a estas personas registrando en sus rostros nostalgia y desamparo.
Lo mágico fue, que de súbito se me ocurrió una gran idea, saqué de mi mochila los volantes que anuncian mi actividad de masoterapia corporal, se los entregué a cada uno y les expliqué que si me llamaban, iba a su domicilio y estos masajes les harían muy bien. Mis hijos movieron la cabeza cómo diciendo “te pasaste para tener personalidad” y claro, ahí no pensé en lo económico sino en el bienestar de ellos.
Días después recibo un llamado de una mujer que alude al volante que ese domingo se lo había entregado en el tren. Fui a su casa, ella se había caído unos días antes en el baño, le dolían sus costillas y su pierna izquierda tenía un gran moretón. Le indiqué que solo se sentara con su dorso descubierto y con aceites aromáticos, mis manos comenzaron a darle masajes suaves y precisos en su zona adolorida, por mientras la señora me narraba su vida, sus recuerdos, en momentos se le llenaban de lágrimas sus ojos, decía que se sentía muy sola y cansada, que sólo quería morir… Uf! Ahí me acordé de mi vecino que después que supo que tenía ese cáncer, decidió hacer todo lo posible para recuperarse, necesitaba vivir, por sus hijos, esposa y por él mismo, se aferró a la vida con tanta fuerza y en cambio esta abuelita solo quería marcharse.
Estuve dos horas con la señora Fresia, después la ayudé a ponerse el pijama dejándola acostada en su cama bien arropada, al abrir la puerta entró su gato quien se acostó en las piernas de su dueña.
Tres días después recibo un correo electrónico de la hija de la señora Fresia dándome las gracias por los masajes que le dí a su madre, que había amanecido más contenta, con menos dolor y me preguntó si yo la había dicho algo porque de un momento a otro accedió a viajar a EEUU a verla, cosa que antes rechazaba, le aseguré que no, que ni siquiera me lo había mencionado pero después recordé que, antes de irme le expresé que “La vida era como nosotros queríamos que fuera y que hasta que la tuviéramos debíamos gozarla plenamente”
Así entonces siempre cuando escucho esa melodía que me hizo viajar a mundos insospechados (Beethoven), siempre me surge una alegría indescriptible cuando me acuerdo de la gracia de desprenderse un poco del bienestar de uno mismo, acogiendo las necesidades de otros, contagiándolos de la magia y color que en mí, se anida permanentemente dándome toques sutiles que aumentan mi energía de seguir, agradeciendo este privilegio.
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