Vivíamos tranquilos en nuestra aldea soleada y feliz.
Pero un día nos dimos cuenta de que había aparecido una cuadrilla de hombres cavando todo a lo largo de los límites del pueblo.
Le preguntamos al que dirigía los trabajos que estaban haciendo.
Era el “encargado de obra” según sus dichos, una persona simpática y agradable. Nos dijo que lo que estaba proyectado era un palacio, que los que se quedaran dentro de los límites y esperaran el término de la construcción iban a vivir como reyes, y que éramos afortunados de estar en el lugar indicado en el momento preciso.
Algunos celebraban su suerte. Otros comenzamos a cuestionarnos. Los materiales eran fuertes, las paredes iban a ser gruesas pero ¿Por qué en el bosquejo del plano entrevisto en un descuido de la breve charla había tantas rejas proyectadas y las ventanas eran tan chicas? ¿Y porque sólo 2 puertas en tan enorme edificio?
Pasaron los días, la obra avanzaba a ojos vistas, y no veíamos nada del mármol, los capiteles, las esculturas y fuentes que nos habían prometido, sólo piedra, hormigón armado y mucho hierro
“Los cimientos tienen que ser fuertes” nos decían los obreros…
Mientras tanto el encargado de obra nos dijo que debíamos comenzar a contribuir con los gastos y cada tanto pasaba a cobrar una contribución voluntaria. Al cabo de unos meses el pago pasó de voluntario a obligatorio. “Es que hay gente egoísta que no quiere contribuir y no puede ser que algunos paguen y otros no” Nos explicaba
Ese no fue el único cambio
Resulta que al principio podíamos salir del edificio en construcción como si nada. Sin embargo una mañana apareció un amable portero que comenzó a pedir papeles y razones para los que queríamos simplemente salir.
Nos aseguraron que “era necesario para impedir que los extranjeros, siempre celosos, vinieran a aprovecharse de nuestra suerte”. Sonó extraño… ya que algunos ni siquiera sabíamos que significaba la palabra “extranjero”
Algunos protestaron pero la mayoría dijo que el precio de tener un hermoso palacio para habitar justificaba inconvenientes “menores”. Y que, en definitiva, con cumplir un par de trámites sencillos éramos libres como siempre. Sin embargo, como el pago, los trámites se fueron complicando tanto y se hicieron tan costosos en tiempo y dinero que pronto sólo salíamos los que teníamos urgente necesidad de hacerlo.
Algunos de nosotros en tono casi irónico dijeron “otras gentes no tendrán la suerte de que les construyan un palacio majestuoso pero por lo menos pueden salir sin decirle a nadie adonde van”.
La mayoría se burlo de ellos “Es apenas una molestia menor, no hay que ser tan quisquillosos, es poner un poco de orden” , “Si uno sale por una razón valedera ¿Por qué tener miedo de decir dónde y por cuánto tiempo?”
Luego de un tiempo el portero bonachón del comienzo fue sustituido por dos hoscos hombres armados de muy malos tratos que no invitaban a hacer preguntas… Y allí comenzaron los rechazos. Gente que quería visitar a sus parientes en otros pueblos era obligada a permanecer, a veces violentamente, en los límites de la construcción. Faltaba un papel, un sello, alguna firma y se debía comenzar a tramitar todo desde el principio.
A pesar de que por primera vez hubo protestas más o menos ruidosas sólo fueron unos pocos. La mayoría decidió que, por el momento, no había razón de alarma y que, seguramente, los que no podían salir eran gente descuidada y poco seria porque “para hacer un trámite tan importante como el permiso de salida no se puede ser nunca demasiado detallista”. A lo que la minoría contestaba “¿Cuándo dejamos que se convirtiera en un delito pasear o salir a pescar?”
Los más partidarios de la obra, dentro del pueblo, comenzaron a tener privilegios derivados de su trato con el encargado.
Recibían pagos y recompensas por recaudar el impuesto mensual, verificar los papeles de los trámites y el “informe de buena conducta del ciudadano” una de las últimas creaciones del Director de Obra (oficialmente ya no podíamos llamarlo simplemente “encargado”)
Un día alguien contó que había visto a nuestro alcalde, uno de sus más entusiastas partidarios, con una lista de “protestones” del pueblo realizada por orden del Director para ser entregada a los soldados de la puerta. Nos pareció raro y algunos lo acusaron de falsario, arrogante y metelíos. Casualidad o no, el que fue con el cuento nunca logró traspasar los límites nuevamente.
Pero todo eso es historia ya que el Palacio finalmente está terminado… y es tan imponente como nos habían prometido. Su figura gris domina el valle, sus torres de vigilancia se destacan enhiestas y severas. Invencibles, erizadas de hombres armados, listas para defendernos del extranjero o de cualquier otro enemigo real o imaginario.
No resultó tan esplendoroso ni cómodo para nosotros eso si… Al final el Director y sus soldados coparon las estancias más luminosas y lujosas del último e inaccesible piso superior. Los demás vivimos en unas barracas oscuras y mugrientas
Además seguimos trabajando de sol a sol para pagar el mantenimiento que, por alguna razón, es mucho más caro que la construcción inicial. La comida escasea, son malos tiempos y hay demasiadas bocas de soldados para alimentar.
Vivimos a la sombra de enormes paredes. Nuestros rostros antes bronceados y saludables están pálidos,macilentos, por el trabajo agotador y la comida siempre insuficiente. A veces, con cierta nostalgia, divisamos el cielo a través de algún ventanuco enrejado.
Hace tiempo que ya ni soñamos en salir, de todas formas el trámite ya no existe. Fue suspendido en cuanto pusieron la puerta definitiva que se abre muy pocas veces.
Y cuando finalmente salgamos será como lo hace hoy nuestro viejo alcalde muerto ayer de agotamiento y hambre, envuelto en trapos sucios para ser enterrado en los pantanos cerca del río.
Y que siempre tuvo la ilusión de vivir en un Palacio
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