Y la delgada línea que separaba la realidad de la fantasía se rompió, dejando vulnerable su mente al más grande desquicio que jamás había podido imaginar o tan siquiera pensar. Su corazón de pronto se detuvo e incluso el tiempo dejo de ser necesario en su existencia.
¿Qué había sucedido tan de repente? ¿Por qué dejó de existir tan de repente? ¿Cómo es que su propio ser le traicionaba?
Imaginaba, mientras divagada en su ahora perdida mente, un gran campo de flores: Camelias, rosas, tulipanes, hortensias y miles de flores más decoraban el irreal plano, decoraban sus pensamientos con besos de cordura. ¿Un último intento de volver? Pero ella no quería volver, le gustaba ese lugar. Nunca antes se había sentido tan abrigada y cálida como en aquel campo de flores. Y aunque sabía que quizás sería la última vez que viera ese vestigio de cordura materializada, disfrutó cada segundo el roce de aquellas frágiles flores.
Percibía el aroma de su alguna vez cuerda mente. Pero ahora que lo analizaba, en su locura ¿Cómo fue posible que perdiera lo único de lo que se es realmente dueño? ¿Cómo enloqueció? Su último recuerdo flotaba en polen y se alejaba cada vez más hacia las nubes distantes, hacia la inmensidad de lo que alguna vez fue su memoria y ahora solo un gran vació azul de locura…, locura…, locura…, locura. Retumbaba esa palabra una y otra vez en sus oídos como si de avispas ocultas en los pétalos se tratasen.
Sus ojos, no por estar tras unos lentes eran menos bellos. Casi podía ver su alma a través de aquellos ojos cafés. Sí, ella le recordaba así. Quizás algo ojeroso, pero eso nunca importó, pues ahora su recuerdo se esfumaba, se desvanecía con las grandes y blancas nubes en aquel cielo maldito. ¿Por qué había perdido toda su razón aun cuando tenía a alguien que le recordara la realidad? O ¿Acaso fue él, el causante de dicha locura?
El suave roce de las petunias bajo las plantas de sus pies, el extraño viento sin dirección que acariciaba suavemente su cabello y el tímido sol que se habían creado en aquel pequeño rincón de su mente insistían en llevarla lejos. Insistían en separarla de la realidad por completo. ¿Qué no eran vestigios de cordura? Bueno, a veces la misma cordura te puede arrastrar a la locura. Pero había algo que residía aun en su ya quieto corazón, un extraño hormigueo, una fuerte sensación..., y entonces se dio cuenta de que aun lo amaba.
Fuese ÉL, el culpable de su ahora lamentable estado o no, ella sabía que no podía odiarle, mucho menos olvidarle. Y es que en este capo de cordura y locura, es ese sentimiento que la mantiene unida a él lo único que ha podido mantenerla al tanto de todo. Pero fugaz como un relámpago, así era su recuerdo. Sus lazos se comenzaron a fortalecer, no había manera ya de parar.
El inmenso azul del cielo comenzó a ceder y sus ojos cafés, como la más bella madera pulida, se hicieron evidentes. Su voz retumbó en todo el místico panorama, derrumbando entonces todo lo que veía. ¿A dónde van las rosas? ¿A dónde van las camelias? ¿A dónde van los tulipanes? Y ¿A dónde van las petunias que acariciaron tan dulcemente sus pies?..., ¿A dónde iría ella entonces?
Abrió sus ojos, y de frente se encontró con aquellos ojos cafés que tímidamente se escondían tras los cristales de sus lentes. Él la abrazaba con fervor. Él sostenía su cuerpo con miedo. Él le había dado aquel nuevo respiro de vida que construyó nuevamente la delgada línea entre la cordura y la locura.
-"Nunca me vuelvas a dejar"- dijo él entre lágrimas y sollozos.
-"Siempre fuiste un exagerado y emotivo"- respondió ella con una voz algo apagada, pero sonriente y feliz de que ni la muerte les hubiera podido separar.
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