La práctica
Por: Ombligo de Luna
Mi primera vez fue Rosario, guardo su nombre en mi memoria como el emblema de mi rito de iniciación. Mi madre guardará seguramente el día de mi nacimiento y mi primera comunión y guardará el de mi matrimonio y el nacimiento de mis hijos. Y sí, Rosario era una puta, no, no es una ofensa, esa era su profesión y su estatus en la escala socioeconómica no le resta valor como el ser que le regalo libertad y valía a mi persona.
La vi en la calle con su ropa diminuta y su contoneo característico, la invité a ofrecerme cuanto supiera, fijamos el costo y fuimos a un hotel. Actué con la falta de cordialidad y la premura que la hicieran pensar en mí como un cliente confiable. Le pedí desnudarse de espaldas a mí, entre la cama y el espejo mientras miraba con deseo vehemente su cuerpo. Deslicé mi mano sobre su pecho desde el seno derecho hasta llegar al otro lado y abrazar su cuello haciendo rodar un cordel invisible a sus ojos y regresé mi mano por el mismo camino dejando ese fino cable con un propósito determinado. La empuje suave y firmemente sobre la cama, su cuerpo experto en contorsiones dinámicas de aspecto sumiso se extendió con armonía sobre las sabanas mientras yo presionaba enérgico mis brazos sobre su espalda y hacía moverse la cama bruscamente al encajar mis rodillas sobre el colchón a los costados de su torso, ella se estremecía.
Cuando al fin dejó de moverse corté el cordel, me puse de pie, entré a orinar y me lavé las manos sudorosas de un extraño placer. Salí de la habitación para no volver a ver jamás a Rosario.
Sí, Rosario había sido una mujer fácil, una puta en un hotel de mala muerte, y eso no era un reto sin embargo con ella perdí el miedo al tabú y comprendí que por un breve instante sexo, amor, muerte, dolor y éxtasis son uno mismo.
A Rosario la conocí hace un mes y siento como si hubiese sido hace mil años, con ella me hice hombre cabal y responsable. ¿Cómo?, ¿porqué?. Bueno, yo estaba acostumbrado a la comodidad de una familia que si bien no era acaudalada me había dado todo lo necesario incluyendo principios, una buena educación y una carrera profesional. Sí, soy contador titulado con postgrados y diplomados y eso no ha sido suficiente para lograr una vida digna enfrentando el mundo real.
Durante tres años he deambulado a lo largo y ancho del país a la caza desesperada de un buen empleo digno de mis conocimientos y capacidades, he conocido el territorio desde las zonas más beneficiadas hasta las más marginadas y sólo he logrado perder la confianza en el sistema, el sacrificio de mis padres no dio el fruto esperado y me he visto en la necesidad de recurrir a las Rosarios de este mundo.
Antes de ella probé incluso acceder a cualquier empleo digno aunque no fuere ni lo que merecía ni requería pero sí lo que creía posible obtener y aunque no presente mis títulos para obtener un puesto de asistente general padecía incluso de saber de más.
Entonces, sólo entonces, después de agotar todas las posibilidades lícitas, decidí comenzar una nueva carrera con Rosario.
Después de ella supe de lo que era capaz… de todo. Mandé hacer mis tarjetas de presentación, un impecable blanco con una manchita roja como gota de sangre salpicada de quien sabe donde, con ese brillo y viscosidad vivaz, una pleca negra y un seudónimo convincente, al centro mi función, mi cargo: Eliminador de Problemas. Obviamente, mi presentación incluye una breve lista de mis trabajos previos, mis clientes finales que refieren la limpieza de mis procedimientos y la eficacia terminal de mi desempeño sin mencionar jamás el nombre de quien en su afán de un mundo ideal me pide quite de su camino algún problemilla que deambula por ahí.
Rosario fue justamente como el inicio de un rosario; diez padres nuestros un ave maría, trabajo constante y en aumento, la práctica más lucrativa en el mundo de vivos es quitarlos de esta interminable lista.
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