Nunca me voy a olvidar de la garrapiñada del 2008...
puede que sea porque a diferencia de otros años esa navidad estaba en mi trabajo, escapándome de la pena infinita de haberlo perdido todo, incluso su amor, que era lo único que me sostenía.
Vaya sorpresa enterarme que esa noche del 24 él también estaría de guardia, saber que tendríamos que compartir la reunión y disimular ante nuestros compañeros lo que había pasado y dejado de pasar entre nosotros.
A pesar de todo la cena estuvo bien, astuta fui de llegar última al comedor para sentarme lo más alejada que pude de él. Después del pollo relleno, la charla y las risas llenaron el espacio y olvidé que estaba allí.
Sin darme cuenta el reloj anunció la medianoche y todas las copas se estrecharon menos las nuestras, me sentía superada... hasta que una garrapiñada voló desde su mano hasta mi cabeza y no tuve más opción que levantar la mirada y encontrarme con esos ojos que me habían robado el corazón.
Me regaló la sonrisa más limpia y pura que vi en sus labios y yo apenas pude imitar su gesto, dar la media vuelta e irme para llorarlo toda una vida.