El hombre estaba con su típica apariencia pétrea, mirada fija, labios cerrados y sonrisa amarga en el alma. Siempre fue similar, su mente vagaba más allá del mundo físico, pero está vez tenía una razón contundente. Logró esbozar unos pensamientos después de unos minutos eternamente inmóviles, llenos de un sentimiento plano e indescriptible, casi era sorpresa y miedo juntos. Lo primero que le vino a la mente fue la aceptación del horror, se justificaba en una retrospección detallada de cada hecho que desencadenó un agrio final para el que fue el mejor de sus amigos.

-Así terminó nuestra amistad. Tú te lo buscaste por estúpido.

La rabia le hacía hablar en voz alta. Ciertamente esos hermosos momentos de confianza que vivió antaño, en la niñez no generaron compasión, no la suficiente como para profundizar. Tenía la sensación de ser un hombre pragmático. Pensó que más tarde vendrán los lloriqueos, cuando no se le encuentre, cuando se especule un rapto por codiciado dinero, cuando su mujer se infecte con la duda de una amante lejana e inexistente. ''Ahí lloraré'' le dijo su mente, le dijo tantas veces lo mismo que actuó mecánicamente durante horas.

Vista perdida en un horizonte inexistente. Manos ajetreadas en limpieza. Una chimenea ardiente, tumba de su manchada ropa. Una bolsa. Un cadáver. El mar, voraz y caprichoso vomitará el cuerpo en las orillas de la playa, un roquerío o será eterno cómplice en una desaparición sin razón justificada.

El hombre, con su típica apariencia pétrea, siguió igual. Se olvido de llorar, pero nunca olvidaría el hecho del asesinato, aunque nunca forzaría su mente a recordar detalles escabrosos, los olvidó con extraña naturalidad, otorgándole una extraña y cínica sonrisa. Amargo reflejo del poder de quitar la vida a los estúpidos.