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Fantasías de niños.

Desperté en medio de la noche con la sensación de que tenía absolutamente toda la dentadura floja, y temí volver a dormirme y tragarme los dientes.
Habiendo valuado en $10 cada pieza dental, perdería de obtener $200 del “generoso” ratón Pérez. Digo generoso entre comillas, porque detrás de la carita inocente y pequeñita del ratoncito, se esconde un ladino comerciante que compra a una módica suma los dientes de los niños, y ávido de ganancias increíbles, los vende a los mercaderes de cajitas y bijouterie de madera. ¿Para qué? Para que hagan falsificaciones de incrustaciones de marfil, en toda clase de ajorcas, aretes, etc.
Como verán, mi miedo no se debía a quedarme con un ventanal con marcos sanguinolentos en mi boca, sino a que al tragarme los dientes perdería la oportunidad de juntar el dinero que ando necesitando para comprarme un libro de cuentos de duendes y hadas, que vi en la vidriera de una Librería de la calle 25 de Mayo.
¡No amigos! No me importaba parecer una viejita sin dientes, como dicen mis compañeritos en la escuela. Con mis pocos años de edad, la vida me ha enseñado a despreciar la importancia sobreestimada que actualmente se le da a la apariencia de las personas, sin embargo, por mi propia naturaleza humana, estoy segura de que conforme vaya creciendo voy a ir olvidando mis convicciones de niña, pudiendo perder el beneficio exclusivo de pertenecer al planeta mágico de la niñez, al que los adultos no tienen acceso.
Por eso necesito el libro, para afianzar mis conocimientos sobre estos seres diminutos pero poderosos, para aprender a mantenerme cerca de ellos y para saber cómo regresar a su mundo (hoy también mi mundo) cuando crezca y me abrumen los problemas.
Entonces me acosté boca abajo, con la cabeza afuera de la cama, de modo que si se me salían los dientes, los mismos cayeran en un recipiente de plástico que había dispuesto estratégicamente en el piso.
El sueño me venció. Me dormí profundamente.
A la mañana siguiente constaté que ni uno de mis dientes había cedido, ¡ni un maldito diente!
Mi madre intentó en vano consolarme explicándome que sólo había experimentado una pesadilla.
Por lo que tuve que idear otra manera de obtener el dinero y pensé en mi abuelita. ¡Sí! A eso de las 8 p. m. tomaría sus dientes postizos que ella celosamente guardaba en un vaso de vidrio sobre su mesita de luz, los pondría bajo mi almohada y engañaría al ingenuo ratoncillo, ja ja ja ja…
Pero debo confesarles que mi plan no funcionó como lo esperaba. No sé cómo pero supongo que el astuto ratón descubrió que los dientes eran falsos y los dejó exactamente en el mismo lugar en el que yo los había dejado. Y por otro lado, mi pobre abuelita tuvo que pasar el día tomando sopa, yogurth y bebidas varias, porque yo no me atreví a devolver su prótesis dentaria, sino hasta que el sol volvió a caer.
No dirán que soy obstinada, pero en ese momento abandoné mi proyecto de venta de dientes, me los cepillé con esmero y le escribí una nota a Papá Noel, porque recordé que pronto será Diciembre y aún necesito el libro...

Texto agregado el 31-07-2012, y leído por 158 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-08-2012 Bello y tierno con toda la inosencia de un niño y ese apego olvidado de duendes y ratones, que se van perdiendo en la desarraigada infancia que crese a pasos agigantados. gracias por tus comentarios y subi mas trabajos son interesantes... rolandofa
01-08-2012 hermoso cuento, tiene ternura y también mucha ironía hacia el mundo adulto divinaluna
 
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