Capítulo 11: “Mitos y Leyendas”.
Esperanza y Arturo se detuvieron en seco, ya no podían avanzar más, el agua de mar les llegaba poco más arriba de los tobillos y naturalmente ya hacía demasiado frío como para querer mojarse y jugar en el vasto océano como dos niños pequeños, a pesar de que hacía poco habían dejado de serlo.
Ambos miraron hacia el cielo. En la oscura noche se perfilaba la amarilla y redonda luna llena, tan parecida como una moneda de plata, como una pieza de ocho utilizada por los congéneres de hacía munchos años de ambos.
Cualquier supersticioso que se preciase hubiese quedado en parálisis mental, sin saber qué hacer para huir de la situación. Es que no era cosa de todas las noches presentarse cara a cara a la tenebrosa noche chilota, plagada de mitos y leyendas, acompañada de una terrorífica luna llena. Si se huía hacia el corazón de la isla había muchos peligros y si se alcanzaba la costa el Caleuche estaba rondándola perennemente.
A pesar de ser supersticiosa de por naturaleza, Esperanza tenía miedos más terrenales que sobrenaturales. Si se acercaba al centro de la isla, probablemente ella y Arturo se convertirían en brochetas antes de poder decir “Auxilio”, pero eso no era lo que más le dolía.
¡Oh, viles ratas traidoras! ¡Malditos sínicos! Nadie en el hostal había movido ni siquiera media uña con el firme propósito de ayudarles en su huída, en su atolondrada e improvisada huída. Mucho menos se podría decir entonces que alguien por loco que estuviese había tenido el firme propósito, junto con toda la comunidad chilota, de refugiarles allí, de no lapidarles sin razón por un crimen completamente justificado y si se quiere, de menor escalafón que cualquiera.
Pero había que tener un miserable gramo de cerebro, nada más, para darse cuenta de que nadie movería ni un dedo con tal de ayudarles, pues en eso no se veía ganancia alguna, o al menos, ninguna ganancia que fuese terrena. Sin embargo, el precio puesto por el Gobierno de Chile era lo suficientemente alto como para que cualquier alma empobrecida chilota, vale decir, todas, se admiraran de la nada módica suma ofrecida sólo por el hecho de capturar a los piratas, vivos o muertos, nada más. A la larga, no podían culparles por eso…
Por fin habían llegado a la costa tras muchas horas de escape, era ya la medianoche, la temida medianoche chilota, el terror… Ese era su triunfo, el primero en horas en las cuales se habían sumergido en el horrible y cruento mar de la tristeza por cortesía de la traición. Lo malo, esa era la otra punta de la Isla Grande de Chiloé.
Miraron a las rústicas casas de palafitos sin saber lo que les esperaba…
Round Uno: “¿Eres Capaz de Resistir a la Maldición del Tue-Tué?”.
No pasó mucho tiempo hasta que un escalofrío recorrió el cuerpo de nuestros protagonistas. Instintivamente Esperanza miró hacia la luna llena, ya no sentía su luminosidad en la arena, pero eso no era lo que le daba miedo, estaba segurísima, tanto como de que se llamaba Esperanza Rodríguez.
El paisaje no era para nada alentador, la luna llena se escondía bajo unos nubarrones negrísimos cargados de lluvia torrencial justo a la medianoche… mal presagio.
Pero, no, tampoco era eso lo que la hacía estremecerse como la más miedosa del mundo, desde los pies hasta la cabeza. No, no era la obscuridad, ya estaba acostumbrada a eso, era otra cosa… un aire siniestro… algo iba mal. Miró sobre los palafitos de una de las casas, una de las más próximas y entre el vidrio de la ventana de diseño alemán pudo ver que alguien rezaba.
No tuvo tiempo de razonar más de lo que había pensado ya. El Tue-Tué pasó graznando sobre su cabeza y de más está sobre la de Arturo. Ambos abrieron los ojos grandes como dos timones.
Mentalmente, Esperanza agradeció que estuviese oscuro, sino estaría completamente obligada a ver el negro plumaje de ese demoníaco y maldito pájaro de ojos rojos que sobrevolaba la costa chilota y era causa de las plegarias de todas las casas, pero nadie hablaba, nadie siquiera separaba del puro temor la mandíbula inferior de la superior.
Arturo por su lado estaba completamente aterrado, eso no podía ser posible, debía estar alucinando o quizás estaba soñando en la cama del Seminario, quizás Esperanza ni siquiera era real. No podía existir ese mito, era irreal, imposible. Era aterrante ver todas sus creencias y pensamientos derrocados así, de buenas a primeras.
No quería disimular su terror, Esperanza sabía mucho de leyendas, ella sabría qué hacer. Se disponía a hablar cuando ella lo calló poniendo velozmente lo mano derecha en la boca del chico hasta que se cercioró de que él no hablaría.
Lo último que necesitaban era la maldición, una de las muchas que el pájaro mitológico era capaz de otorgar. Si Arturo hablaba, abría la boca por cualquier motivo, así como cualquier chilote o inclusive ella, moriría y en el acto, tras experimentar toda clase de sufrimientos en esos mínimos segundos. Él era un traidor, sí, lo era, pero no podía dejarle morir.
El aleteo cesó y un rayo de luna les indicó que el pájaro se había posado en el techo de la casa cuyos palafitos estaban al lado de ellos. Qué decisión más acertada… habían estado ad portas de treparse entre dichos palos para evitar la marea que iba en crecida.
Cualquier persona que estuviese bajo ese techo moriría dentro de poco, probablemente tras una enfermedad letal y fulminante, sin aviso previo. Estaban a salvo…
De pronto, un cincuentón de baja estatura, limpio, pulcro y de mal aspecto salió de la casa y dirigiéndose al techo habló al Tue-Tué.
-Venid mañana Tue-Tué y a la hora de almuerzo os prepararemos una cazuela para vos solito-prometió.
En el acto la codiciosa ave emprendió el vuelo para posarse en un árbol en una plazoleta algo lejana y desaparecerse entre el follaje.
El hombre y su casa se habían liberado a medias de la maldición, ahora debía cumplir la palabra empeñada.
Round Dos: “El Hombre Más Ladino del Mundo V/S Esperanza”.
A los pocos segundos la mirada de aquel asqueroso, pero extrañamente pulcro hombrecillo se dirigió a Esperanza y Arturo, observando de una forma rara y hasta algo rara a la niña.
-¿Lo habéis visto?-inquirió con voz ronca mientras bajaba la escalera de madera.
-Sí, es extraño-confesó Esperanza.
-Aterrante, sed honesta-dijo el hombre, como si quisiera hipnotizarla.
-A mí no me asusta el Tue-Tué-declaró ella-. Con permiso, nos vamos.
-Ronda todas las noches por aquí, no es difícil que en media hora salga a buscar su cacería. Aquí, en esta casa estáis a salvo. Quedaos-dijo el hombre causando la detención de ambos adolescentes.
-No, gracias, corremos por nuestras suertes-dijo la siempre desconfiada Esperanza.
-Quedaos, estáis mojados y necesitáis nuevas ropas, señorita, aquí estaréis bien-.
-Espe, tiene razón, nada podemos hacer a estas horas-dijo Arturo.
-Me inspira desconfianza-murmuró ella a oídos de su amigo.
-Tranquila-contestó él y entraron en aquella casa.
Esperanza miraba recelosa al hombre, trataba de recordar una leyenda, sabía que él era un ser mitológico pero no sabía cual… uno terrible para jóvenes vírgenes que querían seguir siéndolo…
Sólo había entrado por Arturo, pero de buena gana se habría quedado fuera…
-Caballero, venid por aquí para que comáis algo, señorita id a cambiaros de ropa, por ahí-dijo el hombre en acento español, señalando un pasillo.
-Gracias, pero…-.
-Espe…-.
-Ya voy-dijo ella girando sobre sus talones.
Adentro, la habitación estaba iluminada por unas velas puestas en antiquísimos candelabros. Todo era feo y desvencijado, pero limpio. “Hasta prefiero mi casa”, pensó Esperanza, pues aquella casa y su dueño no le daban ni la más mínima confianza…
Inició a desvestirse de espaldas a la puerta que cerró concienzudamente, inclusive sintió un poco de calor al estar en esa pequeña y cerrada habitación, pero un abrazo en su cadera le heló la sangre.
-Linda, linda-dijo el hombre sobre ella.
No se había dado ni cuenta cuando él la había arrojado contra la cama y había comenzado a desvestirse, buscando su boca y su cuerpo por puro placer…
-¡No, suélteme, no!-bramó Espe-. ¡Manera de tratar a una dama!
-A una hermosa como tú…-dijo él tocándola.
-A la Fiura no le gustará-dijo ella.
-No me importa-dijo él jactancioso.
-¡Suélteme!-dijo ella furiosa.
-Eres hermosa…-.
Ella se retorcía, eso no podía estar pasándole…
-¡Suéltela!-bramó Arturo esgrimiendo el Haenger de Esperanza.
-Arturo…-murmuró ella, sonriendo.
Arturo había llegado justo a tiempo, unos pocos segundos más y ella dejaba de ser doncella… Pero él no estaba bien, ¡estaba envenenado mágicamente!, en sentidos literales, el Trauco lo estaba matando, se le veía mareado…
-Teníais que interrumpir-masculló el Trauco dándose vuelta.
-Lo que me diste no fue suficiente, Trauco-dijo Arturo.
-Ahora lo será-dijo el tipo soltando un hechizo contra el suelo y desapareciendo tras una nube.
Cuando Espe y Arturo consiguieron despertar de aquel extraño sueño con tintes de pesadilla, se quedaron perplejos. Tanto el Trauco como sus cosas, incluida esa asfixiante nube azul, habían desaparecido. ¿Sería su imaginación? ¿Sería todo aquello producto de sus mentes que escribían el guión y al mismo tiempo dirigían la segunda temporada de la pesadilla en que segundos antes se habían sumergido?
-¡Espe! ¿Estás bien? ¿No alcanzó a dañarte?-inquirió Arturo sacando fuerzas de flaqueza. El efecto de aquel veneno mágico no se estaba haciendo de rogar a la hora de presentarse con su fatal y cruel mano sobre él.
-Llegaste justo a tiempo, como siempre, para sacarme íntegra de un lío en que tú mismo me metiste-replicó ella.
Para Arturo esa respuesta era más que suficiente, contestaba y con creces a su pregunta. Esperanza estaba bien, excelente por decirlo menos, y su ánimo estaba impecable, como debía ser si el mundo no quería perder parte de su brillo. Bajo esa capa de sarcasmo y rencor, bañado con desdén e indiferencia, se ocultaba la gratitud y felicidad que Espe profesaba por él. No hizo falta nada más, simplemente la abrazó con todas sus fuerzas, asimilando que ella seguía íntegra.
Por su parte, Esperanza ya se esperaba ese abrazo. Sus nervios seguían de punta por la expectación y el miedo. Necesitaba ese abrazo. A pesar de que jamás lo admitiría, pues trataba de conservar el mínimo orgullo y dignidad que le venían quedando. Esa experiencia había sido traumante y había pasado verdadero miedo.
El contacto de las ásperas manos de Arturo en su espalda la puso alerta del miedo, a pesar de que sabía que jamás podría estar más segura que estando a su lado, aunque la pusiese en peligro gracias a su inocencia una y otra vez. De pronto un intenso frío recorrió su espalda y abrió los ojos que había mantenido cerrados durante todo el abrazo para toparse con la cara de terror que Arturo tenía.
-¡Te vi desnuda!-chilló Arturo tapándose los ojos con la diestra y la boca con la surda.
-¿Y?-.
-¡Es pecado!-.
Sin duda que el pobre Arturo no sabía cómo reaccionar ante la indiferencia de la muchacha acerca de un tema tan complicadamente grande, En su intento de mirar hacia otra parte y sacarse aquella bella, pero cruel imagen de encima recaló en las garras que habían dejado su horrible huella en el brazo de la joven.
-¿Quién te hizo eso?-preguntó Arturo.
-El Trauco-contestó Esperanza.
-¿Por qué no te llevó con él si tanto interés puso en ti?-.
-Soy una humana, pero manejo la magia como un ser sobrenatural… Hay muchas cosas que no sabes-.
Vístete antes de que el Trauco le ponga hechizos a las puertas-.
Y dicho al hecho, Espe comenzó a vestirse sin detenerse a la hora de pensar en sus traumas, a los que se sumaban los delirios de un inconsciente Arturo.
Round Tres: “¿Qué Tanto Sabes de la Pincoya?”.
Esperanza nunca supo cómo pudo alcanzar el borde mar con el delirante Arturo a su cargo, realmente llegar a la playa con el afiebrado muchacho había sido una tortura, pues él minutos antes se había desmayado.
Lo arrastró a la costa sin saber si volverían a tener una conversación coherente o al menos algo que se asemejase a una plática normal entre ellos. El peso muerto de su amigo, del cual acababa de liberarse, no le parecía nada ni siquiera un chiste ante el enorme peso de su alma.
Oteó hacia su horizonte y por sólo superstición murmuró juramentos hacia el Tue-Tué, prometiéndole que el Trauco debería rendirle cuentas y que ella le daría el tiempo necesario evitando el Ragnarök.
A pesar de lo sucedido, pareció tener buena estrella, pues un poco más a lo lejos había un pequeño botecito a remo con un precario sistema eléctrico a motor que por la inseguridad, cuya única garantía, que prodigaba nadie usaría jamás.
Tras respirar profundo otra vez, cogió de nueva cuenta a Arturo y recorrió con él sobre sus brazos el trayecto hasta el esquife. Ahora él se removía rara vez, pronto ella sabría la razón de esa calma…
Grande fue su sorpresa al descubrir que dentro de dicho esquife sólo había una carta de navegación que conducía hacia la Atlántida… tierra de sirenas y tritones. “Si mal no recuerdo, aquí hay sólo una sirena: La Pincoya”, pensó Esperanza, sin parar de maldecir que probablemente tendría que encontrarse con otro mito viviente en aquella extraña isla…
Fue en busca de su morral y una vez detrás del bote, comenzó a empujar con todas sus fuerzas para hacerse a la mar. “Aunque me tarde un mes en rodear la isla entera y encontrar una cura para el veneno mágico que te dieron, lo haré, lo prometo”, dijo mirando el retorcido rostro de Arturo cuando subió al esquife tras ser propulsada por la marea alta.
Por alguna extraña razón el rostro del muchacho se le antojaba como si él estuviese sufriendo un horrible dolor, tanto físico como emocional y bajo la luz de la luna pudo recordar que el Trauco era capaz de cualquier cosa con tal de sacar del camino a los hombres para llegar a tener sólo una noche con una mujer, de preferencia una doncella.
Sacudió la cabeza con fuerza, nada de sentir miedo, ya le había derrotado, pero algo le decía que estaba vivo… Ahora ella protegería a Arturo… Y así, con renovadas fuerzas tomó los remos y comenzó a remar.
No llevaban mucho trayecto recorrido cuando sintió un bello canto. A pesar de que su función era deleitar a medio gremio de pescadores chilotes con su danza, la Pincoya no dejaba por eso de ser una sirena, como toda sirena debía saber cantar y muy bien…
Esperanza sólo atinó a maldecir con todas sus fuerzas cuando entrevió emerger desde las profundidades a la mítica Pincoya y más aún cuando Arturo abrió los ojos. Habría que luchar por la integridad del muchacho.
-Arturo, no pasa nada, tranquilo…-trató de mantener la calma en su amigo.
Por respuesta sólo recibió la mirada perdida y sardónica del muchacho.
-¿Qué te pasa, Arturo?-inquirió ella.
-¿Quién eres? ¡Ah, ya lo sé! Eres esa maldita, esa irónica que me hizo perder la poca pasada que tenía hacia el cielo-dijo satírico, martirizándola.
-Arturo, tranquilo…-fue lo que ella atinó a decir, tomando respetuosa distancia, alejándose todo lo posible hacia la proa.
-¡¿Nunca te detuviste a pensar, siquiera una maldita vez, en todas las cosas que me hiciste perder?!-dijo él acercándosele.
-No estás pensando las cosas que estás diciendo-dijo Espe entre qué triste y furiosa.
La única respuesta que recibió fue un fuerte bofetón de Arturo que la hizo caer en parte al agua, quedando sólo la mitad de su cuerpo sobre el bote. “Aquí no caven dudas”, pensó, “está maldito ahora”.
Pero, Esperanza tuvo una increíble suerte, porque en ese momento ellos escucharon a alguien cantando. Arturo dejó de golpearla y fue a sentarse en una de las barandillas del esquife. Esa había sido la canción que lo despertó antes de ponerse a pelear con Espe, la cual ya volvía a subir al bote y tenía un nuevo problema: tratar de sobrevivir a la canción de la Pincoya. “Él se lo merece”, pensó acerca de Arturo, “pero, no está bien, está loco…”.
-Hola…-dijo la Pincoya al mismo tiempo que Arturo iba a verla.
-¿Qué quieres? Todavía es medianoche: nadie te está esperando para ir a pescar-replicó la tosca Espe.
-Lo sé, Esperanza, lo sé-dijo la sirena.
-Ella no es una estúpida como tú-terció Arturo, mirando a Espe con desdén.
-No sé qué te está pasando… ¡Esperen, esperen un momento! ¿Cómo sabes mi nombre?-preguntó.
-No sé si lo entendieron, pero he estado buscándolos-dijo la sirena en dirección a Arturo y Esperanza.
-¡¿A nosotros?!-preguntaron al unísono.
-Sí, a ustedes-.
-Continúe-concedió Esperanza.
-Esta noche, no estoy esperando para danzar hacia la playa para decir a los pescadores que en el mar no hay nada para ellos, ni para bailar hacia el mar y decirles lo contrario. Esta noche tengo una misión: encontrarlos y mostrarles algo-dijo la Pincoya con el mismo tono solemne utilizado por los políticos en un discurso.
-¿Atlántida?-se aventuró Espe.
-¿Atlántida?... No-.
-Es que como aquí hay unas cartas hacia Atlántida… continúe-.
-Esta noche es la última que ustedes pasan en la isla. Indirectamente, sin quererlo, están matando la vida marina y como su guardiana debo protegerla. Para vuestra estadía, el hostal está pescando más, al igual que los pescadores y espías que se ciernen sobre ustedes. Por eso, he decidido ayudarles a huir de Chiloé para que cumplan su misión. Cuando salga el sol, el Rosa Oscura estará en el horizonte-.
-No tenemos tripulación y necesitamos saber quién es el espía, quienes son-.
-Uno de ellos es el Trauco-.
-Ahora todo calza, pero seguimos sin tripulación para zarpar-.
-Te daré una, pero dame las cartas-.
-Aquí están-.
-Vengan conmigo-.
Luego, guiada por la Pincoya, Esperanza cogió los remos y puso rumbo a un destino incierto, simplemente desconocido.
Round Cuatro: “Elegid a Vuestra Tripulación Fantasma”.
-Bienvenida a bordo del Holandés Errante, si vuestro compañero estuviese despierto le diríamos lo mismo-dijo el capitán del barco saludando a Esperanza cogiéndole la mano y besándosela en el dorso como dictaba la buena moral de su época.
Eran ya las cuatro de la mañana en la Isla Grande de Chiloé y sus exteriores que básicamente eran mar, mar y mar… El botecito en que Arturo y Esperanza viajaban acababa de ser izado a cubierta. La muchacha miraba todo completamente embelesada, cada rincón, ¡todo!
El Holandés Errante era una maravilla, una goleta de mediados del siglo XVII, sepa moya cual era su pasar antes de convertirse en aquel navío fantasmagórico. Ahora, el casco, las barandillas, los palos, la cofa, el timón, todo lo que fuese de madera se encontraba carcomido ya fuese por el tiempo o por el agua a la cual se enfrentaba a diario ese barco. Además, todo lo que fuese madera o tela estaba putrefacto, al menos en las partes que tenían contacto diario con la salinidad marítima y los metales rebosaban en óxido.
¿Por qué era una maravilla entonces si estaba tan destrozado y sucio? Pues, además de todos sus poderes mágicos recibidos con el tiempo a medida que su tripulación fue volviéndose fantasma, era un hermoso navío antiguo pintoresco y funcional, sobre todo bajo la cubierta principal. El verde musgo le daba un toque interesante que no pasaba desapercibido ante los ojos de la muchacha.
Una vez izada por el cordaje que uno de los marineros le lanzó al agua, la Pincoya subió a cubierta y con un destello transformó su hermosa cola de pez en dos esbeltas piernas blancas.
-Mucho gusto, capitán… ¡Demonios! ¿Por qué nunca sé con quién demonios hablo?-se quejó Espe.
-Willem van der Decken, señorita, para serviros-dijo el capitán haciendo una cortés reverencia.
-¡Demonios, éste es el Holandés Errante!-se escandalizó la joven y cogiendo el crucifijo de Arturo lo enseñó en dirección a todo el navío, incluido el capitán-. ¡Atrás, atrás, blasfemos, atrás!
Toda la tripulación, incluida la Pincoya se largó a reír de buena gana ante la reacción innata de la muchacha, cuán supersticiosa había llegado a ser ella, sin importar que lo religioso era materia de Arturo…
-Señorita, eso tiene otra explicación, no fue blasfemar sólo por hacerlo. ¿Cuál es vuestro nombre?-.
-Esperanza Rodríguez, gusto en conocerle. Pero si me disculpa, ni a mi amigo ni a mí nos agrada estar en este barco de blasfemos-dijo ella haciendo un ademán de irse.
Pero la Pincoya la alcanzó a sujetar del brazo y la condujo al centro, dirigiéndole una mirada feroz.
-¿Quieres perjudicar a todo Chiloé? Pues si huyes de aquí, yo te puedo ayudar, pero serás la culpable al fin y al cabo-dijo la Pincoya.
-Sólo por eso me quedo, que conste-dijo Esperanza vuelta el mismísimo Kraken de tan furiosa.
-En 1650 yo era un capitán burgués, pero era reconocido por no tener ni puerto ni hogar en Holanda: amaba el mar. Con el tiempo me hice comerciante para sobrevivir y tuve éxito. La gente decía que yo había hecho un pacto con el diablo, lo cual nunca fue cierto. Con el tiempo me volví arrogante y olvidé en cierto modo quien era. Un día, de cara al Cabo de Buena Esperanza nos topó una tormenta, yo blasfemé diciendo que aunque Dios me echase todos los retos existentes yo daría la vuelta al Cabo igual y que navegaría hasta el Juicio Final. Se cumplió mi deseo, pero el Altísimo me había arrojado una maldición por mi blasfemia: un día, sedientos y locos por el hambre se comenzaron a asesinar entre ellos en mi tripulación. Esa deshonra no merecía ser contada en ningún puerto… Aún así desembarcamos en Cipango y al volver al barco descubrimos que todos teníamos la Peste Negra, al tratar de desembarcar en Holanda no nos permitieron: vagamos sin puerto ni hogar ahora-confesó el capitán, completamente arrepentido.
-¿Dónde demonios me trajiste, demoniaca, dónde?-dijo Arturo remeciendo a Esperanza y tratando de golpearla.
Mientras todos quedaban en completo shock al ver el nada de apacible despertar de Arturo a bordo del Holandés Errante, en el Caleuche se afinaban los últimos detalles.
-¿Estás segura de que están en la costa?-preguntó el capitán a una mujer gitana, quien no era otra más que Sheila, la amiga de nuestros protagonistas.
-Oción, no tenían ningún otro lugar al cual ir. Estaban en el borde mar del otro extremo de la isla-contestó ella.
-Más te vale-dijo el capitán y se reclinó en el cómodo asiento de su aún más cómoda cabina.
Ambos se silenciaron unos momentos, mirando en dirección a cualquier lugar del habitáculo, tratando de ignorar que nada escuchaban que no fuese el constante choque de las olas en el casco de la antigua embarcación, que nada tenía que envidiarle al Holandés Errante en el amplio sentido de la palabra. De pronto un tripulante del navío, que al igual que todos sus camaradas era brujo, entró en el camarote atravesando la puerta con su cuerpo.
-¿Qué te he dicho de tocar la puerta?-preguntó muy enojado el capitán, ad portas de lanzar un hechizo al irrespetuoso tripulante.
-Sí, capitán, sé que debo tocar la puerta, pero allá afuera nos hemos topado con otro navío, debe venir a ver-dijo el tripulante.
El capitán deshizo el conjuro y se aprestó a seguir a su subordinado, con la gitana detrás de ambos, ansiosa por ver al Rosa Oscura, navío que un par de veces había visitado.
-Órdenes, capitán-pidió el contramaestre.
-Vuelvan el barco una tabla y ustedes conviértanse un cardumen de peces, los más comunes de la zona si no quieren alertar a la Pincoya-.
-Sí, capitán-coreó la tripulación.
En el intertanto, a bordo del Holandés Errante habían separado a Arturo de Esperanza y el muchacho deliraba y sudaba copiosamente. El capitán había sido puesto al tanto del veneno mágico y todo lo sucedido a los chicos.
-Capitán, un barco, démosle señales hacia tierra-dijo el contramaestre.
Y así, todos los tripulantes comenzaron a hacer señas al Caleuche para indicarle que pasara a tierra sus mensajes a sus seres queridos que, desgraciadamente, habían muerto hace años.
-¡Demonios! ¡Nos vieron, tropa de ineptos! Tendremos que dejarles un recuerdito, ¡voltéenles las cabezas! Y… ¡Al abordaje!-bramó el hombre.
Por pura buena suerte a nadie a bordo del Holandés se le dio vuelta la cabeza ni nada parecido, pues todos eran seres mágicos: una descendiente de diosa, una sirena y fantasmas. El único que se las vio más negras aún fue Arturo. La chica sólo atinó a enarbolar en dirección al muchacho el crucifijo.
-No funcionará-le indicó la Pincoya-. Nos hemos topado con el Caleuche.
El Caleuche, míticamente rápido, consiguió llegar al lado del Holandés Errante y unir su plancha a la borda del otro navío. El primero en trasladarse fue el capitán del barco que rondaba Chiloé y su sorpresa no fue menor cuando descubrió que ninguno de los tripulantes del navío que el consideraba como enemigo había sufrido el efecto de su hechizo. Sus dudas fueron resueltas cuando su mirada se posó sobre el capitán holandés.
-¡¿Decken?!-inquirió.
-El que calza y viste-replicó el otro-. ¿Nos harías el favor de volver a su normalidad a este chico?-preguntó señalando a Arturo.
-Por supuesto-y con una bola de fuego y un destello amarillos lo volvió tal cual era.
Justo en ese momento abordó Sheila.
-¡Sheila! ¿No vengas con que eres tripulante del Caleuche? ¡Nos engañaste!-bramó Espe.
-Para ayudarlos, chabí-.
-¿Son éstos los que buscábamos? ¿Los tripulantes y capitanes del Rosa Oscura?-inquirió el capitán del Caleuche.
-Oción-.
-¿Para qué nos buscan?-inquirió Espe con su acostumbrada sequedad.
-Para darles un regalo. Es un mascarón de proa que guía el rumbo del barco en que está instalado según las necesidades de sus tripulantes, eso no niega que deban padecer peligros, ni que puedan guiar ustedes su rumbo dentro de lo que el mascarón permita, pero siempre encontrarán lo que desean gracias a él-dijo la gitana.
-Se unió a nosotros a cambio de dicho regalo-dijo el capitán fantasma.
-Gracias…-murmuró Esperanza.
La muchacha dirigió una tenue mirada a Arturo, quien se removió nervioso y aterrado en su regazo, como padeciendo la peor de las pesadillas.
-Usted me puede ayudar. Verá, el Trauco lo ha maldecido con un veneno mágico y como él me ayudó a escapar del Trauco, el veneno surtió el doble de efecto-dijo ella hacia el capitán brujo.
-Entiendo… Déjame ver-pidió el capitán.
En un momento ya estaba al lado del muchacho y cogiéndolo con ambas manos produjo un destello de luz. Acto seguido murmuró voz en cuello un conjuro en mapudungun y consiguió liberarlo del veneno y el conjuro.
-Ahora, ambos serán ensuciados con diferentes cosas para alejar al Trauco. Quítense esta mugre cuando lleguen a los Campos de Hielo-indicó el capitán.
Y uniendo acción a la palabra, los roció con toda clase de innombrables a ambos, especialmente a Esperanza, persona que supuestamente sería la principal víctima del mito que no sabía caminar.
Una vez liberado de todos aquellos hechizos, Arturo abrió los ojos cancinamente desde el regazo de Esperanza, lugar al cual había ido a parar gracias al cansancio.
-Esperanza…-murmuró.
-Por fin… ¿Te sientes bien?-preguntó ella, ya casi acostumbrada a los arrebatos del joven.
-Sí, un poco mareado quizás, pero bien… como si yo volviese a ser yo mismo-contestó él.
Ambos se quedaron contemplándose un rato más, así era como las cosas debían ser: una furibunda y maldiciente Esperanza, y un mesurado y religioso Arturo.
-No hay tiempo que perder, el sol comenzará a despertar-dijo la Pincoya.
-¿Y nuestra tripulación?-demandó Esperanza.
-Muchachos, ayudad a la joven capitana aquí presente a soltar amarras-se escuchó la voz de Willem van der Decken.
-Sí, capitán-coreó su tripulación.
Acto seguido el capitán del Caleuche entregó a Esperanza y Arturo el mascarón de proa prometido por Sheila. Luego, la Pincoya saltó al agua con una sonrisa de satisfacción que sólo una misión cumplida es capaz de instalar en la gente. Y el Holandés Errante zarpó en dirección al muelle en que el Rosa Oscura había tocado puerto hacía ya mucho tiempo.
Al rato después, ayudada por la tripulación del Holandés Errante, Esperanza instaló una hamaca en cubierta para colocar a Arturo y cuidar de él en el trayecto. Y luego, ayudada de su tripulación transitoria, zarpó del muelle. Al cabo de un rato unieron planchas y la tripulación del navío procedente de Holanda volvió a su embarcación.
A medida que se iban alejando de la costa, lo último que vieron fue la Pincoya danzando hacia el mar.
Nota: Discúlpenme por la tardanza del capítulo, pero no pude escribir un tiempo decente en todas las vacaciones, por eso demoré un mes. ¡Disfrútenlo!
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