¿Cómo puedo creer en lo que me dices?... ¿Que confíe? ¡Pero es la sexta vez que me lo haces!
¡agh!..., Esta bien, iré contigo. Pero si es falso de nuevo dejaré de hablarte.
Sus pies guiaban el camino en aquella noche fría y casi terrorífica. Mi amiga, Ellen, me había convencido por sexta vez de que le acompañara a través de ese bosque. Ya antes le había dicho que no, y le había dicho que le dejaría de hablar si era falso lo que ella afirmaba haber visto. Pero sinceramente nunca le dejaría de hablar y ni loco la dejaría acercarse a este bosque sola. Ella es tan frágil, con su piel nívea y sus ojos de un azul zafiro tan hermosos, su cabello es curiosamente blanco como los pies de la mañana; aspecto bastante curioso en un ser humano. Ella es bastante alegre y extrovertida, algo totalmente opuesto a lo que soy yo.
Lo único malo, es esa obsesión suya. Esa obsesión de afirmar y jurar en "el mundo de las hadas", el cual me ha dicho ha encontrado…, por sexta vez. Y esa es la razón por la cual nos encontramos caminando a media noche por este maldito bosque de terror.
Odio este bosque. Una vez, cuando tenía cuatro años, mis padres y yo salimos del pueblo para buscar a mi perro que se había extraviado y, según un hombre viejo que pasaba por allí, mi perro se había adentrado en ese bosque. Mis padres fueron en su búsqueda, pero yo no. Yo me quedé fuera del bosque, atemorizado. Pasaron horas y horas y mis padres no salían. Lloré. Al final del día mi perro apareció de entre los arbustos, me alegré, pero mis padres nunca más salieron.
-¡Ouch!- Exclamé al sentir como caía en mi parte trasera.
Cuando me levanté, observé anonadado como Ellen se había detenido. Se había congelado de repente y al chocar con ella caí. Pero su mirada..., su mirada estaba perdida en algún punto. Tal vez se había asustado con algo que vio, así que intenté hablarle, mas no respondió. Estaba quieta y fría.
Comenzó a fluir una voz proveniente de una flauta que embriagaba el aire que respirábamos con cada acorde. Los sonidos cristalinos de las cuerdas, de lo que al parecer eran arpas y liras, acompañaban el dulce sonido de la flauta.
Y ahí lo vi.
Decenas de pequeñas criaturas se encontraban bailando alrededor de una fogata. No serian más grandes que una de mis manos y se movían con gracia. Era una danza muy bella, a decir verdad. Iban saltando de aquí para allá y cada que movían sus brazos para completar el circulo armonioso, el fuego se elevaba en una columna espiral que hacía que la misma luna expresara su asombro.
Me aterré. No por ser cobarde, sino por lo que mis ojos verían.
Aquellos seres nos habían ignorado hasta entonces, y podría jurar que las horas fueron segundos mientras les observábamos. Pero Ellen, ella…, ya no estaba. La busqué con la mirada y la encontré caminando hacia la fogata. Quise detenerla, pero me encontraba paralizado. Me di cuenta que escasamente y podía respirar, pero no me importo. Todo lo que me importaba en ese momento era detener a Ellen.
Le quise gritar, pero ni un gemido salió de mis labios.
Lloré. ¡¿Qué era lo que sucedía?! Aquellos pequeños seres ya no eran tan gráciles como antes, ahora eran pequeños demonios. Pequeñas bestias de dientes filudos y garras mortíferas que..., ¡Oh, no! > ¿Por qué? ¿Por qué rayos de mi no sale voz?
Fui testigo de lo que supongo acabó con mis padres. Ellen, mi amiga del alma, la única que realmente me ofreció su amistad luego de mi perdida, era cruelmente desangrada ante mis ojos. Su sangre comenzó a teñir las hojas de los árboles y arbustos.
Y entonces lo entendí. El otoño tiñe de rojo sus hojas con el rojo de la sangre de Ellen. Y aquellos seres, aquellos malditos seres, la habían seducido para hacer su trabajo. La habían seducido así como lo intentaron conmigo hace ya varios años. Pero Ellen sonreía…, sonreía con sus bellos ojos cerrados aun cuando la sangre tinturaba de rojo su puro cabello.
- Te lo dije, las hadas existen.
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