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Tenía todavía el mecate atado al cuello, como macabra corbata de henequén. Su mirada con el brillo descompuesto, se perdía entre las bajas cabezas apretadas que escurrían calle abajo y calle arriba en un desorden perfecto. Sus manos apretaban algo en los bolsillos del astroso suéter lanudo que un día fue blanco. Caminaba en pasos cortos, adoloridos e inseguros. Su apariencia toda era la de un gigante en desgracia, y eso era.
Si lo hubieran visto ayer, cuando su estatura y su gran fuerza lo habían situado como campeón nacional de lanzamiento de martillo, viajando con el equipo olímpico y siendo el centro de atracción y la envidia de los de su barrio, no creerían que es ese mismo calvo larguirucho que hoy babea, deambulando en el mercado.
Primero fue el vampirismo, cuando todavía se sentía absolutamente seguro de que podría construir un físico impresionante en base al ejercicio y a la alimentación. Lo dudó durante meses, siempre había sido bien joto - eran sus palabras- para las agujas; pero el ver visiblemente incrementada la capacidad de sus amigos que lo practicaban, lo motivó a probar. –“Yo no le entro a drogas”-, siempre decía, pero éste parecía un método limpio; el mito de que la sangre era “mejorada” con medicamentos una vez que se encontraba en el exterior, fue acallado por el doctor Zaldívar, quien le informó que el método simplemente consistía en extraer un 20 a 30 % del volumen total de sangre del cuerpo, para mantenerla en refrigeración, y permitir el tiempo suficiente para que el organismo recuperara su volumen natural, un par de semanas antes de la competencia, la sangre sería nuevamente inyectada al deportista, aumentando el volumen sanguíneo y la oxigenación. Lo probó; el cansancio prácticamente no existía y su rendimiento aumentaba ostensiblemente .Estaba ya en el invisible tobogán.
El siguiente paso, fue bien fácil, una vez superado el temor por las jeringas, y viendo la enorme masa que producían sus compañeros de gimnasio, jugó primero un poco con los esteroides anabólicos, y luego el estanozolol era su principal aliado en aquella obtusa carrera por crecer y crecer.
Poco le importaba verse con menos pelo y con acné; su Berenice- la parroquia- y las otras capillitas así lo querían, -el chiste es estar bien mamado- decía.
Siguieron luego las anfetaminas, y por consiguiente los barbitúricos, -“pa’ poder dormir”- pues la paranoia, el insomnio y muchas conductas antisociales lo obligaban a la mezcla infernal.
Después de los panamericanos y de su frustrada asistencia a los olímpicos de Atlanta, no volvió mas al CDOM, los apoyos económicos eran nulos y había que trabajar a todo para mantener a la Bere y a su hijita Catita.
Era bien trabajador, y durante un tiempo se mantuvo limpio. Él dice que fue la muerte de su mamá, pero la verdad es que andaba en un círculo en donde era normal meterse unos churros, y después cuando le ayudaba al productor de tele, también era normal que la gente se metiera unas tachas y unos pericazos. Lo normal...yo creo que ese fue su desencuentro con la vida....ver normal lo que a su alrededor veía normal. Nunca fue muy preparado, pero les juro que era una buena persona.
De ahí todo fue cuesta abajo, se encontró incluso con el activo y el cemento, y finalmente la heroína. -La cosa es no sentir el pinche dolor de la vida-decía.
Cuando su papá y sus hermanos por fin le hicieron caso a Berenice, de que andaba en muy malos pasos, ya su cerebro estaba en un punto de no dar vuelta atrás. Lo internaron en tres granjas diferentes, escapaba todo madreado, y la lucidez no le duraba ni un día.


Pero no fue hasta después de mucho bucear en las drogas fuertes, cuando le vino la autentica necesidad de anestesiar por completo su dolor. Todavía tenía su familia y su casa, no crean que era ese teporocho mugroso que intenta pasar entre la multitud hacia ningún lado.

Llevaba dos días en el viaje, se le había acabado todo y se salió en la noche a ver con quien conectaba algo, el Salím sacó una piedra que consumieron con fruición absoluta. Regresaba a su casa hasta la madre; al entrar por la cocina, vio una gigantesca rata que se le acercaba despacio; aterrado, alcanzó la mano del metate y le sorrajó tres, cuatro golpazos en la cabeza que chilló solo una vez. Pateó a un lado al animal y se fue a dormir la mona, llevaba muchas horas sin dormir y por fin sentía su cama. Ahí estaba la espalda de la Bere, inmóvil, como siempre. Durmió un par de horas y se despertó con el corazón a diez mil por hora, y con la angustia de haber dejado vivo al animal, se levantó directo a la cocina. Lo que vio le bajó por completo el tremendo pasón que todavía traía. Lo que hacía un rato había alucinado como enorme rata, era su Catita, su niña estaba desangrada en el piso.
Los patéticos gritos y los golpes en la pared, despertaron a Berenice, que corrió a la cocina sin saber aun la escena que le esperaba. Su hija yacía sobre el fregadero y su esposo se golpeaba una y otra vez la cabeza contra la pared. Nada tenía sentido, Berenice tomo el cuerpo de su niña y zarandeaba a su marido en busca de una explicación que no obtuvo, él seguía tratando de deshacerse el cráneo contra la pared. El ruido despertó a la vecindad y al poco tiempo llegaron seis patrullas. La mano del metate y la llorosa-mocosa confesión del padre provocaron su inmediata detención, y su posterior reclusión en una clínica psiquiátrica, ya que el homicidio se había llevado a cabo bajo el influjo de las drogas y con ello, su condena la comenzó a purgar ahí y no en el reclusorio.

Después de un par de intentos fallidos de suicidio, robando la farmacia y tomando todas las pastillas que pudo, y luego cortándose las venas con la tapa de una lata, y de haber creado ahí dentro un grupo de idiotas solidarios, escapó. La herencia de las “granjas” le había dado los recursos y mañas suficientes para burlar a un par de enfermeros ayudándose de su grupo de incondicionales salió a buscar la anestesia definitiva a su dolor después de dos años ahí dentro.


Como personaje de película mexicana de los cincuentas, buscó a Berenice para decirle que se iba a matar, que quería su perdón por lo desdichada que la había hecho. No la encontró, pero sí encontró al Salim, y al Pies de trapo, y a toda la banda que le recibió con su buena estopa athinerada. Ha buscado la anestesia a su dolor, pero es un gigante desdichado. Véanlo ahí, caminando en busca de nada, después de que la viga en de la casa de la mamá del Pacho se tronó al no resistir su peso. Hoy ya se le hace normal el no poderse quitar la vida. Si lo hubieran visto ayer.




Texto agregado el 02-08-2004, y leído por 204 visitantes. (0 votos)


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