PALONEGRO
La historia es contada según quien la escribe y yo la escribì igual que me la contò Tio Pedro.
Sucedió por allá en los años cincuenta; recuerdo que las primeras luces del amanecer, me sorprendieron llegando al alto de Palonegro, a esa hora donde el sol da directamente en la cara y es necesario taparse los ojos con el ala del sombrero para observar el camino. Marchaba a caballo, a paso ligero por el camino que de Lebrija, conduce a Bucaramanga, bordeando el cerro para acortar el camino.
Al entrar al lugar conocido como Garganta é Lobo, donde el sendero se angosta y se observa allá abajo, un imponente paisaje de desfiladeros y estoraques que permanecen como mudos vigías del tiempo, rematado por el Río de Oro que culebrea entre los tabacales de Girón, encontré una espesa neblina que subía por la falda de la montaña y poco a poco me rodeó impidiendo la visibilidad más allá de unos cuantos metros, por lo cual decidí apearme del caballo y avanzar a pié mientras se disipaba la bruma.
En medio de la neblina noté algunas sombras como personas que se desplazaban rápido hacia la parte alta del cerro y el silencio que hasta ese momento había se rompió al escuchar murmullos presurosos y jadeantes. El caballo se puso tan nervioso que decidí amarrarlo a un árbol, mientras podía continuar la marcha.
Un sudor frío recorrió mi espalda y al no saber que estaba ocurriendo, permanecí junto al caballo, observando lo que sucedìa a mi alrededor, mientras un viento helado empezaba a sentirse.
- Dénles aguardiente con pólvora para quitarles el miedo...!, gritó alguien de pronto con voz de mando.
- El que recule se muere..!, agregó con firmeza
No podía creer lo que ocurría. Un encarnizado combate se estaba presentando en ese momento frente a mi. Defensores parapetados oponían resistencia a quienes avanzaban loma arriba. El estruendo de algunos rifles y el olor a pólvora, se mezclaban con gritos de dolor y los ayes de los heridos y agonizantes se escuchaban por doquier.
- Se acabaron las municiones...! Gritó otro más arriba de donde yo estaba.
- Bayoneta calada...! escuché en la voz del primero.
- Macheteros al frente...! agregó
A mí alrededor caían cuerpos, se escuchaban maldiciones e invocaciones a Dios. Lamentos y gritos se mezclaban con el marcial sonido del clarín y el frió de la muerte podía percibirse en el ambiente.
- Que no quede uno vivo..! gritó una voz, casi a mis espaldas.
El relincho y trote de un caballo que se alejaba y un fuerte dolor en mi pierna me sacaron del estado en que me encontraba. El frenesí del combate junto a la neblina que todo lo cubría se fue disipando y todo quedó en silencio a mí alrededor, salvo el chillido de los grillos y el monótono canto de las ranas en sus pocetas; entonces pude observar en mi pantalón, la huella inequívoca de que mi propio caballo me había pateado.
Cojeando llegué hasta donde se encontraba el animal y reinicié la marcha sin comprender muy bien lo que había pasado. Solo sabía que por un instante, retrocedí en el tiempo y estuve en la Batalla de Palonegro, aquella que sucedió a principios del siglo pasado, que sentí su propio miedo y presencié su horror, sentí también su angustia y su dolor y pude comprobar que es cierto lo que cuentan, que los muertos de la batalla más cruel, sangrienta y desigual de la Guerra de Los Mil Días, deambulan por el lugar y reviven los últimos momentos del combate, transmitiendo a quienes por allí pasan, lo que ellos sintieron en ese instante.
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