Abrió las cortinas y las luces del sol, que entraron por la vieja ventana, me dañaron los ojos. Hoy es domingo, me bañará, sacará la ropa nueva del closet y me la pondrá, bajará las escaleras a duras penas cargándome. Caminará las dos cuadras que nos separan de la vetusta iglesia. En su lento paso por la vereda los transeúntes y principalmente los niños me verán con extrañeza hasta quizá con miedo. Miedo de la persona que potencialmente podrían llegar a ser, si les ocurriese la tragedia.
Al entrar al castillo terrenal de inspiración divina, el olor a cera derretida será muy intenso, la ceremonia será larga y tediosa como siempre. Él rezará, realizará alabanzas, prenderá velas, se santiguará repetidas veces, las lágrimas brotarán de sus ojos en un torrente incontrolable. Las personas nos verán y se apenarán, el pesar de éstas parecerá sincero, pero superficial. Él los verá y con desesperación les dirá que recen para que me pueda curar y les agradecerá de antemano sus esfuerzos.
Me gustaría poderle decir que los rezos no servirán de nada, que todo este rito será inútil. Por favor, no sigas con esto, la parálisis no se cura con ceremonias, ni plegarias. Pero no puedo, ni un solo músculo de mi cara responde.
No vayan a pensar que no creo en milagros, estoy seguro de que la fe puede lograr lo imposible. Por eso sé ¡Dios Mío!, que perdonarás algún día a mi padre, como yo ya lo perdoné. Y alejaras el dolor de su corazón y la desdicha de su existencia.
|