No hay dedo en la sopa que no tenga gusto a nuestra imposibilidad de creación colectiva. Buenas, soy el compartimento estanco 5.825.209-7.
Hemos sido mortalmente infectados con el virus de la individualidad, están sonando las alarmas; por suerte, nuestros oídos han sido modificados, regulados, para escuchar únicamente las dulces voces de los hombres de traje y corbata. Esfuércese. Verá qué fácil es no escuchar otra cosa. Deje de lado la creatividad: los ingenieros de sonido del sistema, debidamente registrados en las planillas de los Burócratas de Bonete, ya nos tienen preparada una explicación.
No me diga: Ud. no sabe qué es lo que están explicando, ni hasta qué punto tal cosa necesita ser explicada, ni si la explicación realmente no empobrece o desfigura a la cosa en cuestión.
Despreocupese. ¿Acaso no es mejor alquilarse una bonita preocupación ajena? ¿O comprarse una en cuotas? Por ejemplo: la Onza Troy de oro. Ha bajado últimamente, aunque no son desmerecibles las alzas. ¿Ud. sabe lo qué es la Onza Troy de oro? Yo no. ¡Y no quiero que nadie me lo explique, qué esperanza!
Quiero preocuparme (porque la vida es preocupación) por cosas que no entiendo o que no me afectan o, mejor aún, por cosas que no entiendo cómo me afectan y que, por eso, creo que no me afectan. ¿Me sigue? No importa.
Esa es la maravilla de este proceso: para entender cómo una cosa es preocupante, hay que comprender sus consecuencias; comprender que un hecho es consecuencia de otro es un acto de razonamiento puro. Razonar cansa y nosotros individuos no queremos cansarnos. ¡Basta de razonar! En su lugar, vamos a repetir. Repetir es bueno; no cansa. Repetir exige sólo retener un dato, memorizarlo, y volverlo a emitir sin cambiarle, aportarle o recortarle nada.
En este punto el texto se complejiza. Usted abandona la lectura.