Los tiempos corren raudos, dejando atrás usos y costumbres. El meditado acento del padre que reprendía y aleccionaba a su hijo, hoy ha dado paso a recriminaciones monosilábicas y balbuceos monocordes, palabras que cruzan veloces por la mente del menor y salen con la misma prontitud por el oído más próximo. Nada es lo mismo, hasta los fenómenos atmosféricos han acelerado sus ritmos. Lluvias torrentosas que inundan todo y se alejan raudas para dejarle el escenario a un sol que mitiga las calamidades con la eficiencia de un lavaseco. La noche cae temprana en la ciudad, las horas se aglomeran y se atropellan para dar paso a las siguientes, se duerme con un ojo, porque así lo exigen las diarias obligaciones, y todo se desarrolla con tal rapidez que uno tiende a pensar que un gigantesco embudo cósmico ha comenzado a tragarnos con ese hambre inusitado de los monstruos del universo.
Los viejos de hoy ya no se desenvuelven con la sabiduría calma de anteayer y, muy por el contrario, asisten a gimnasios y salas de baile para evitar el menoscabo de la edad, las tinturas cubren la oprobiosa saña del tiempo, se come rápido y aparentemente sano invocando a una juventud que dobló hace décadas la esquina. Los juicios son abreviados, se copia y se pega lo que antes era un minucioso quehacer manuscrito, nadie lee hoy, salvo los que hojean a la rápida los periódicos tendenciosos, los escritores de largo aliento dieron paso a poetas y poetastros que abrevian su pensamiento para una eficiente digestión literaria.
La parsimonia de otras eras, hoy parece una triste broma, la gente se ríe a mandíbula batiente con el ojo puesto en el reloj dictador de sus actividades, los autos inundan las calles y se atropellan entre ellos para llegar primero a las citas concertadas, los cumpleaños se suceden con velocidad pasmosa, hoy tienes 30 años y mañana 45, en un abrir y cerrar de ojos.
Se muere con premura hoy, los camposantos surgen como maleza, hay que dejar espacio para levantar edificios, por ello, se arrasan señoriales mansiones, en donde sí se bostezaba y se dormía siesta.
En resumen: los tiempos cambian y es muy posible que nuestros predecesores se transformen en epilépticas hormigas afanadas en procurarse sus necesidades y que sólo talvez cruce en sus eléctricas mentes el recuerdo fugaz de los que partimos cualquier día, a la velocidad del rayo…
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