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Cuando escuchas que de una manera brusca se abre la puerta principal de la casa, empiezas a temblar como si fuera un asesino serial quien estuviera invadiendo tu espacio. Un psicópata que sin mediar palabra te cortará el cuello para deleitarse con la lentitud de tu muerte.

Sin embargo, ese horrible pensamiento es algo que no está demasiado alejado de la realidad. Porque si bien es cierto que la persona que está por cruzar el umbral de tu casa aún no es un asesino, algún día podría serlo si permites que las cosas continúen como hasta ahora.

Son las ocho de la noche. El reloj de pared no te deja lugar a dudas con las estruendosas campanadas que empieza a emitir. Una vez más te pones como tarea para el día siguiente, bajarle el volumen al aparato que cuelga en el ala este de la sala. Muy cerca de tu foto de boda.

Tu esposo está llegando a su “maravilloso hogar” después de una larga jornada de trabajo en el despacho de abogados que montó con unos amigos. La tranquilidad que se respiró durante las últimas horas en tu casa, está por llegar a su fin. Aún no sabes por qué, pero en cuestión de segundos él iniciará una pelea.

Durante años fuiste totalmente independiente. Incluso llegaste a tener un trabajo muy bien remunerado y de gran proyección. Pero tuviste que dejarlo cuando cupido decidió que aquel ex compañero de la universidad era la persona idónea para casarte y formar esa tan anhelada familia.

Al principio todo fue de acuerdo al guión que tantas parejas han seguido y les ha funcionado. Meses después apareció el verdadero hombre con el que te habías casado. A pesar de haber estado en contacto desde que entraron a estudiar la carrera de Leyes, ahora te resultaba un desconocido. Pero lo amas como a nadie.

Empezaste a vivir un infierno a su lado. Tontamente pensaste que todo se debía a los problemas que ocasionaba el recién abierto despacho de abogados. De eso han pasado un par de años y él te sigue agrediendo física y psicológicamente. Pero lo amas demasiado y piensas que tu destino es soportar sus barbaries.

La altivez que alguna vez te caracterizó, ahora está en el pasado. Sus malos tratos te han dejado indefensa ante los demás. Incluso recibes malos tratos de su familia. Todo eso lo soportas porque lo amas. “Pégame, pero no me dejes”, tal pareciera que le dices una y otra vez mientras te agrede.

Sin embargo, aunque quisieras escapar de esta realidad, tu esposo te tiene completamente bajo su control. En algún lado escuchaste que la sucursal del infierno no tiene ventanas por donde puedas ver un resquicio de luz. Y tampoco cuenta con puertas que te conduzcan a la salvación. Será tu cruel destino.

“¿Dónde te metes mujer? ¿Acaso no te das cuenta que ya estoy aquí?”, le escuchas decir a tu “querido” esposo. Sales corriendo del cuarto donde con mucho esmero planchabas sus camisas y le preguntas si quiere cenar. Como respuesta obtienes un golpe en la cara. En su cabeza ese cuestionamiento está de más.

Caes al piso en espera de un golpe más. No es la primera vez que lo hace. Así que conoces la secuencia. Cuando no es por algo que haces, es por lo que preguntas, pero siempre encuentra motivos para golpearte. Pero aún así lo amas y estás decidida a conservar tu matrimonio.

Después de descargar un par de golpes más sobre tu indefenso cuerpo, te obliga a que te pongas de pie y le prepares algo de cenar. “Muere” de hambre y no le importa que tú sí estés al borde de la muerte. “Eres de mi propiedad. No lo olvides nunca porque te puede ir mal”, te amenaza mientras esboza una sonrisa cínica.

Un par de horas después, reprimes tu llanto acostada en la cama. Él ronca sin el menor recato a tu lado. No le importa tu sufrimiento por el dolor de los golpes físicos y emocionales. “Eso y más te mereces por ser tan pendeja. No sé cómo carajos se me ocurrió casarme contigo”, te dice una y otra vez cuando te agrede.

Sin poder conciliar el sueño, te levantas de la cama para dirigirte al baño. Pasas largo rato maldiciendo tu suerte. Pero te recriminas por hacerlo. Finalmente estás enamorada de ese hombre. Cuando regresas, entre la poca luz que ingresa desde el exterior, contemplas el bulto que duerme plácidamente.

Pasa por tu cabeza uno de los tantos capítulos de una famosa serie argentina cuyas protagonistas son mujeres que terminan en la cárcel. De inmediato desechas esa idea. Ni en sueños serías capaz de asesinar al hombre que alguna vez te hizo feliz. Te vuelves a recriminar por siquiera pensarlo. Tú no eres así.

Recién empiezas a quedarte dormida cuando el ruido del reloj despertador te regresa a la realidad. Debes darte prisa. Debes tener todo listo para cuando tu esposo despierte. Cuando lo haga, se bañará, desayunará y se irá a trabajar. No habrá una sola palabra de aliento. Mucho menos un beso de despedida.

Pasas el día haciendo las labores propias del hogar. Desde que te casaste debiste dejar de trabajar. Ahora eres una abnegada ama de casa. Ese es tu cruel destino. Estás dispuesta a aceptar la vida que te da tu esposo. Fue tu primer novio. Al que un día entregaste tu virginidad. Con el que decidiste formar una familia.

El reloj de pared empieza a entonar ocho estruendosas campanadas. Una vez más olvidaste bajarle el volumen al aparato. Mañana lo harás. Un mañana igual al que has esperado durante tanto tiempo. En el que tu esposo vuelve a ser el mismo de cuando eran novios. Ambos mañanas nunca llegarán.

La puerta principal de la casa se abre de manera violenta. Una vez más. Antes de que tu esposo te llame, sales corriendo en su encuentro. Tratas de ocupar las palabras correctas para no enfadarlo. “Hola amor. Buenas noches. Ponte cómodo. Ahora te sirvo la cena. Hice tu comida favorita”, le dices para congraciarte.

En tu ánimo de no hacerlo enojar, no te das cuenta que su semblante es peor aun que el de los días en que agarra tu cuerpo como saco de boxeo. Algo le pasa y tú no te percatas qué es. Sólo quieres consentirlo con la cena para que esta noche no seas víctima de su violencia. Esta noche no.

Pero ese es tu cruel destino. Los insultos y los golpes ya son parte del matrimonio que han decidido llevar. El que tú permitiste desde la misma noche de bodas cuando con pretextos tontos te dijo una sarta de tonterías. Así que seguramente encontrará algún motivo para golpearte como todas las noches.

“Me acaban de mandar al carajo en el despacho. Esos desgraciados que se decían mis amigos ya no me quieren de socio. Y tú sólo te preocupas por tragar. Eres una buena para nada. Deberías morirte. Aquí no le haces falta a nadie”, te dice mientras te suelta un fuerte golpe en la cara.

Caes al piso con la boca sangrando. Tontamente piensas que te dará un par de golpes más. Como suele hacerlo todas las noches. Y después te obligará a que le sirvas la cena como si nada hubiera pasado. Pero esta vez no es igual. Esta vez descarga toda su furia sobre tu indefenso cuerpo.

Varios minutos después, tu esposo se dirige al baño a limpiarse un poco la suciedad que le quedó en los brazos. Más tarde pensará qué hacer contigo. Finalmente ya no podrás ir a ninguna parte. Tú ya eres historia. Una historia en la cual fuiste la víctima. Pero lo amabas. Aunque haya amores que matan.

Twitter: @animalenotturno
Facebook: Animale Notturno

Texto agregado el 23-07-2012, y leído por 73 visitantes. (0 votos)


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