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Es difícil contar la verdad cuando tienes la certeza de que nada cambiara, nada para mejor, al menos.

Quizás un poco de liberación, pero, y ¿para qué? Si tan solo tuviera una razón, una simple razón… pero no la tenía.

Qué triste, que vacía la existencia sin siquiera una razón para contarlo, para decir la verdad.

Que gris estaba el parque, a pesar de estar soleado, se veía desgastado, la pintura se descascaraba de las paredes y el pasto pisado apenas alcanzaba un verde amarillento nada acogedor. Caminé lentamente hasta aquel parque de juegos, ya no le quedaba ni pintura, ni alegría, ni niños… había 2 columpios desvaídos uno de los cuales colgaba lánguidamente de un solo lado. Me senté en el otro con la intención de divagar un poco, pero chirriaba demasiado para moverse. No me moví, no soportaba el agudo ruidito de metal contra metal. En el pasado no me hubiera importado, hubiera disfrutado del viento en mi cara y el movimiento de mi cabello, pero ya no… ese chirrido…

Me levanté de mala gana y seguí mi camino a ningún lugar, el chirrido aun resonaba en mi cabeza, quería que se alejara, que se fuera lejos. La calle agrietada bajo mis pies daba la impresión de un papel arrugado donde escribía con mis pasos una historia terriblemente aburrida. Pero al menos ya llegaría a su fin, solo unas cuantas líneas más y un punto que pondría fin a todo.

No sabía cómo había llegado ahí, pero no me quería ir. En la fuente revoloteaba una mariposa multicolor que pasaba entre los hilos de agua plateada con gran agilidad sin mojarse. El sol producía reflejos brillantes que eran puros y hermosos, nada tan puro como el agua…

Me acerque y me senté a un lado de ella, había mucha luz para ver mi reflejo, pase la yema de los dedos sobre la superficie pero no llegué a sentirlo, sabía exactamente lo que debía sentir, aquel cosquilleo frio y agradable, miré mis dedos. Gotas brillantes perlaban mis yemas ¿Por qué no lo sentía? Hundí toda mi mano en la fuente, nada. Saqué mi mano y seguí caminando por la agrietada calle. Supongo que nadie se daría cuenta de la verdad.

Seguí sin mirar alrededor, no había nada que mirar, nada que ver, nada que entender.

La niña hermosa me miro, su carita angelical me observaba entre sus rizos rojizos, si ella y sus pecas era todo lo que yo siempre quise ser, me sonrió, pero su risa cantarina no llegó a mis oídos. Deseaba escucharlo pero simplemente no llegó ¿qué podía hacer para oír aquel familiar sonido? Nada.

Seguí mi camino gris. La mesa estaba llena de flores, era larga, llegaba hasta donde se perdía la vista, estaba atestada de fuentes con los más coloridos y apetitosos frutos y néctares, estaba familiarizada con el dulce pero empalagoso néctar de orquídea, uno de los manjares mas amados por mi paladar. No oía la música y no veía a las hadas bailarinas, me acerqué a la mesa, la copa cristalina estaba rebosante de aquel lechoso líquido, la tomé con cuidado, era espeso y blanquecino. Lo acerqué y tome un pequeño sorbo.
Adelante no había nada, había llegado a ningún lugar, finalmente, La nada… donde pertenecía, ahora ya se acercaba aquel punto y dejaría de ser prisionera de mi imaginación.

Texto agregado el 23-07-2012, y leído por 64 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
23-07-2012 Que bello,me ha cautivado, gracias y ***** senoraosa
 
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