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Sucedió en un bus urbano cumpliendo su recorrido de Calarcá hacia Armenia. Un hombre con más de sesenta años subió en el paradero del polideportivo, en la Villa del cacique. Viajábamos doce personas. Tan pronto ocupó su silla, un nauseabundo olor a muerto impregnó el bus.
Con discreción, varias manos corren el vidrio de algunas ventanillas.
Varios locuaces pasajeros se silencian, mientras sus miradas se cargan de súbita tristeza. El conductor prende el radio a inmoderado volumen y nadie protesta.Todos nos miramos de soslayo, evadiendo mirar al hombre.
Cuando llegamos al puente de La María, el olor a muerto se intensifica. Algunas personas tosen. Un pasajero timbra para bajarse del bus, antes del puente que comunica con Armenia. Todos descienden en el mismo lugar, sin ocultar su repugnancia. Sus recónditos temores.
Solo continuamos, hasta el puente de la Universidad del Quindío, el hombre y yo. Aquí se bajó, levantando sus cejas en gesto de complicidad cuando pasó por mi lado.
Cerca del Museo Quimbaya, antes de apearme, el conductor me dijo: “¿Sintió el intenso olor a rosas que había en el bus?”.
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Texto agregado el 21-07-2012, y leído por 73
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