La piel,
descosida de sus umbrales,
transgredida de su historia,
palpitando hasta el final de la eternidad,
sombría e intacta,
se quema al sol para secarse de las almas
y se repite en series de un mismo año,
pierde las muelas y el tacto.
Se estira,
se mancha
se tapa.
Adherirse al suelo es su nueva forma de hidratarse.
Inmóvil, terca
nunca nueva
enfilada hacia el horizonte
que alguna vez inventó
y se le agotó en llamas.
Se infarta
se pudre,
se levanta.
Abre caminos destellados,
emparedados, cicatrizados.
Hoy no concuerdan sus piezas,
porque cambia de forma
con cada segundo que pasa.
Tiene hombros que rugen,
que traspasan las llagas
que no hablan.
Cierra los poros para cortejar al infinito,
el que ya conoce,
el que está grabado en la planta de sus pies,
en los ventrículos y en su espalda.
Cruza el puente
para no volver jamás. |