participantes:*dulce-quimera**godiva
***viento-sur ****leobrizuela
El enigma
*
Llegó a la esquina muy
cansada .Se había quedado
dormida en los minutos que se
brindaba para desperezarse y
todo se le complicó.
Un café lavado tomado a los apurones, unas tostadas sin
siquiera calentarse, una
manteca que por consiguiente
ni se desparramó, un
amontonamiento de utensilios
en la pileta que deberían esperar la próxima ocasión
para ser restregados.
Se sentía mal vestida,
desorientada, pero ante su
extrañeza no le importó; ahora
tomaría un taxi que le llevaría al lugar de la cita, un elegante
establecimiento que hacía
poco abrió sus puertas, en
donde encontraría a su
prometido...
Se paró en la orilla de la calle y enseguida divisó un coche al
que le hizo señas.
Subió malhumorada, dijo la
dirección e intentó arreglase
un poco el cabello y su cara
mirándose en el espejito de su cartera, delineó suavemente
sus labios y se descubrió muy
triste...
Alcanzado el lugar indicado
pagó lo correspondiente al
viaje y se apeó desganada. Y allí lo vio, inconfundible con
su portafolio lleno de
problemas, con su cara de
preocupación y de bonanza
capaz de salvar el mundo,
agitando el brazo a la vez que esbozaba su preciosa sonrisa y
corría hacia donde ella
estaba...
**
La besó con ternura, pero Ana se sintió presa de su nerviosismo habitual. Estaba segura de que detrás de aquella sonrisa bondadosa, él ocultaba muchos detalles acerca de su vida. Miró hacia todos lados, consciente de aquella extraña sensación de angustia que la incomodaba. Cansada y vulnerable, experimentó un súbito deseo de escapar de allí. Inconscientemente temía que el destino pudiera jugarle una mala pasada. Esos breves instantes de felicidad ya no la satisfacían. Tal vez el sosiego de una vida sencilla y rutinaria era lo que realmente necesitaba. Caminaron hasta el lujoso hotel, y entraron en silencio.
Luego de instalarse en la gran suite, y mientras Ana tomaba un baño de espuma, él se sentó frente al espejo, y decidió que se lo diría todo. Fue entonces cuando sonó el primer disparo.
Una hora después el detective Barrios, revisaba el contenido del portafolio del hombre que yacía en el piso sin vida. Descubrió el papelerío típico de los abogados, algunos documentos que le resultaron incomprensibles, y un pasaporte a nombre de Francisco López. La mujer se encontraba en estado de shock; no podía articular palabra. El desorden y la confusión en la habitación eran mínimos, y la sangre de la víctima había oscurecido gran parte de la alfombra de estilo oriental.
***
Según la declaración del conserje, Barrios calculaba que habían sido diez los minutos transcurridos desde el ingreso al hotel de la victima y su acompañante, hasta que empezó la balacera.
Era evidente para él que alguién los estaba siguiendo.
En la escena del crímen no pudo hallar nada relevante, todo había acontecido rápidamente. Era un misterio porque habían dejado con vida a su acompañante y en cambio se habían ensañado con él de esa manera.
Ana no pudo declarar hasta unos días después, angustiada, envuelta en llantos contó una y otra vez como se habían conocido con Francisco: a través de una página de cuentos y como su amor había prosperado a pesar de las distancias, que él viajaba al país dos veces al año por negocios y pasaba a visitarla, pero que la relación ya se estaba enfriando. Que poco sabía en realidad de su vida allá, del otro lado de la cordillera, y de porque alguién quisiera ponerle fin la misma.
****
Tras largas jornadas de interrogatorio, Ana abandonó definitivamente la División Homicidios. La prueba de pólvora, practicada al inicio de la investigación había resultado negativa. Por ahora no pesaban cargos en su contra.
El detective Barrios la hizo salir y la siguió con la mirada hasta verla desaparecer por el pasillo. Se quedó meneando la cabeza como al acecho de la punta de un cabo que permitiera desentrañar el enigma.
Ana llegó a casa; cinco días habían transcurrido y ella, incapaz de tolerar la soledad, se alojó en casa de su hermana.
El departamento estaba como lo dejara, con el desorden aquel del último día. Aparentemente, la policía no anduvo husmeando posibles pruebas.
Estaba a salvo, en casa.
Sin quitarse la ropa, se tiró en la cama. La rapidez de los sucesos aún restallaba en su mente como el chasquido de un látigo.
Se sintió afiebrada; pensó en tomar un analgésico, pero abandonó la idea ante las mínimas ganas de levantarse de esa cama. Se dejó estar.
Cuando reaccionó había oscurecido. Sin quererlo había dormido casi tres horas. Como autómata se puso de pie y fue hasta la cocina. Confundida, tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Y ahora qué, como se sigue después de esto?
Al enfrentar la puerta de entrada, en la penumbra, vio el papel en el piso. ¿Una factura a pagar, tal vez? Sin duda se le pasó por alto cuando hubo entrado.
Una carta. Una carta a su nombre.
Rasgó el sobre.
“Ana, para cuando leas esto estaré muy lejos de la ciudad. Acaso lejos del mundo mismo...
Mi nombre no interesa; fui la mujer de Francisco.
Fui su amiga y compañera. Fui la del sacrificio, desde la primera hora. Fui artífice de su carrera profesional. Y fui la gran traicionada en esta cruel instancia de la vida. (Fui, fui, fui…uso el tiempo pasado y me parece mentira; aún, pese a lo pasado, se me que hace que volveré a tenerlo conmigo y poder decir: SOY). Por fin, después de largos meses de zozobra tras conocer la verdad, superé la inercia y llevé ejecuté el plan.
Sencillamente lo maté.
Como lo hice, poco importa ahora. Cuando ustedes llegaron yo ya aguardaba allí, oculta. Y también lo hacía el demonio que manejó mi mano jalando del gatillo. Salir, en la confusión, vestida como empleada del hotel no fue difícil. Y también me llevé a ese demonio que desde hoy convivirá conmigo hasta el final.
No te culpé, Ana. De sobra supe que fuiste inocente. Si hubo un culpable (y más aún que el propio Francisco), esa fue la vida. Ahora trataremos las dos de continuar, de sobrevivir a este horror.
Perdón por todo esto; era imprescindible que así pasara.
Hasta siempre”.
Fin
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