Anoche murió un amigo. “Cuando un amigo se va”, nadie ocupa su lugar.
Bronca. Rechazo. Impotencia.
Ayer a la tarde cuando la ambulancia fue a buscarte a la casa, para llevarte al sanatorio, dos gruesos lagrimones corrieron por tus mejillas. ¡Lo sabías! Era tu despedida.
¡Sufriste mucho estos dos meses en silencio! Ni una palabra, ni un quejido. Tu esposa y amigos: sin sospechas de tu estado. Bravo y valiente, como siempre. Has luchado cual gigante contra las oscuridades de la existencia. Y así te fuiste; lúcido, transparente.
Nuestro tiempo sombrío ha banalizado la Vida, el Amor y la Muerte, tres realidades enigmáticas, siempre juntitas. Y con ello todo lo ha trivializado: desde el sexo hasta las creaciones de cualquier índole, barriendo de la condición humana las profundas pasiones. Estupidez y palabrerío ensordecedor. Y a la Muerte, con espanto, la ha tirado lejos o en todo caso, un barniz para el espectáculo.
Esta Tierra y el Cielo, estos días y las noches, ¡nunca más! Punto final. Definitivo. Ya no estás.
Hoy, junto a tus despojos, vi las densas Tinieblas. Pero esta presencia temible exige la Luz, de forma necesaria. Aquellas no son sin ésta.
Adiós mi querido amigo.
Que descanses, pues ¡estás!
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