Lino Bhur es, y será por largo tiempo, el “tío Lino de Sucre”. No es tan joven, pero tampoco es un viejo, viejo. En su alforja, aunque nunca la muestra, lleva tantas ocurrencias que, si hubieran nacido en la misma época y lugar, le habría hecho seria competencia al gran contador de cuentos contumacino.
Sus estilos son diferentes; pero, para qué, como dicen: “lo que Dios le ha dado, no le quitará el demonio”.
En mi visita a Cajamarca, el 18 de marzo del presente año, bebimos, con un grupo de amigos, un par de cervezas, en el bar de Felipe Mariñas, luego de una mañana futbolística. Se encontraban allí, Horacio –hermano de Lino Bhur-, Coyo, Hugo, Edwin, Rómulo, Mago y otros paisanos, quienes me disculparán porque no recuerdo sus nombres.
De pronto se presentó, por la entrada del bar, un cejudo y ojiverde personaje: don Lino Bhur.
Bastó su sola presencia para que el ambiente se tornara alegre; más de lo que ya estaba, por supuesto.
Emocionado, ante semejante aparición, Horacio exclamó: - ¡Esto que no lleva puesto sus tirantes y camisa a rayas! –luego se puso a reír hasta con las manos.
- ¿De qué te ríes so gafo? –le preguntó de sopetón Lino Bhur, a la vez que saludaba, dando la mano, a cada uno de los integrantes del grupo.
Horacio lo miró con ojos tímidos; pero, nuevamente, empezó a reír.
No era un silencio sepulcral el que reinaba, como dicen los escritores de verdad, porque el vaso y la botella circulaban fluídos; aunque comenzó a caer una intensa lluvia, la atención que le prestábamos a Lino Bhur era total.
- Oy no te rías porque aurita cuento –hablo Lino Bhur con tono entre amenazante y burlón.
- Cuenta nomas hermano –respondió Horacio agarrando el timón de su bicicleta, en la que había llegado-. Que pue’ verdá a de ser.
Horacio, esta vez, intentó reír estirando sus menudos labios y, para disimular, acomodó su bicicleta recostándola contra la pared en donde antes había estado ubicada.
- ¡Ja!, este gafo –dijo Lino Bhur y, sin más, se dispuso a contar:
- ¿Se acuerdan ustedes de aquellas “crecientas” que castigaban a nuestro pueblo inmisericordemente e inundaban sus calles con agua turbia que arrastraba todo lo que encontraba a su paso? -preguntó.
- ¡Claro! –asentimos en coro.
- Pues sucedió una tarde y me lo contó mi madre. Lo recuerdo muy claro. Por la acequia de la calle frente a mi casa pasaba, embravecida, una “crecienta” que, gracias a Dios, hasta ahora no se repite. De repente, entre piedras, palos y cachivaches, bajaba, arrastrado por el agua, un bulto negro. Mi madre gritó sorprendida: -¡Es un coche! ¡La “crecienta” trae un coche! Para buena o mala suerte –continuó narrando Lino Bhur-, el coche se atascó en un estrecho de la acequia frente a la puerta principal de mi casa. Mi madre se acercó, impresionada aún, para averiguar si el coche estaba vivo o muerto. Lo miró directo a los ojos. El coche, como si se tratara de un designio divino, repitió dos veces: ¡ma!, ¡ma! Al escucharlo, mi madre, de inmediato, ordenó: ¡Métanlo a la casa! Desde ese día este gafo es mi hermano –terminó diciendo Lino Bhur.
Horacio, después de escuchar la historia o, mejor dicho, su historia, se retiró sin despedirse; pero, al poco rato, tuvo que regresar porque había olvidado su bicicleta.
Glosario:
El tío Lino.- Personaje de la Provincia de Contumazá, Cajamarca, conocido por su gran habilidad de contar cuentos y anécdotas.
Gafo.- Tonto.
Oy.- Oye.
Coche.- En Sucre, Celendín, Cajamarca, se le llama así al cerdo o porcino.
Crecienta.- Se refiere al agua que se desborda por las quebradas o ríos, durante una tormenta. |