El bibliotecario del pueblo, un hombre encorvado y de pelo cano, se quejó ante un asiduo lector que siempre solicitaba el libro más grande y, por ello, el más pesado de la biblioteca: — Yo no sé por qué este escritor no sintetizó su texto. Nos hubiera ahorrado trabajo tanto a usted, como lector, como a mí, que tengo que cargar con él.

— Allí no radica el problema —respondió el lector arrugando el entrecejo.

— ¿Nooo? -preguntó el bibliotecario.


— El problema estriba en las letras mayúsculas -aseguró el lector levantando y bajando, ceremoniosamente, el dedo anular—. Son grandes y, cuando se le da tono oscuro, pesan demasiado.

El bibliotecario alzó la cabeza, miró con desconfianza al lector, soltó el libro de golpe sobre el escritorio y se retiró gruñendo, molesto.