¿Por qué se me habrá puesto instalar una puerta corrediza? ¿La moda? ¿La televisión? ¡Qué caramba! Un día lo aparente se lo comió todo y a mí me pareció que era más práctica. Pero si es más práctica, ¿por qué nadie la cierra al salir? Es la culpa. Nadie la cierra porque la culpa de ello es manejable, pueden argumentar que la encontraron abierta, más aún cuando casi nunca se cierra del todo. No es que tengan que argumentárselo a nadie, es que si se les cruza en su monólogo mental de camino a otro lado, podrán decirse: “no, ya estaba abierta”
Todo esto me lo preguntaba hace unos días. Esta mañana demoré un poco más en pensarlo; tan sólo hasta que un obrero, concentrado en su yerba de cuarto kilo, su alfajor de nieve y su quincena que espera la madama de lo Naná, me dejó la puerta abierta. ¿Por qué – me pregunté entonces- por qué los carteles que dicen CIERRE LA PUERTA POR FAVOR... GRACIAS no funcionan?
Estuve buena parte de la mañana masticando la hipótesis, alternándola con las infinitas menudencias que le pasan a la gente cuando entra a un almacén, su forma de hurgar en las pequeñas cosas del almacenero (es decir, yo) y su necesidad de que uno les sume alguna frase que pueda mejorar su actual respuesta a la gran pregunta, a la duda que les viene impidiendo ahorcarse. Hay un tema que se repite siempre: el estado del tiempo; la cosa sólo cambia cuando se agrega algún comentario antes o después de esta referencia obligada. Aclaremos algo: existe una gran mentira que se difunde mucho de manera acrítica y se escribe así: Uruguay tiene clima templado. EN URUGUAY HACE FRÍO. Tenemos unos dos meses de verano muy sobrevalorados por los turistas , el gobierno y, por supuesto, los mafiosos de cuello blanco del Balneario del Lavado de Dinero, pero el resto del año andamos abrigados por una u otra razón. En resumen, si todo el mundo entra diciendo “¡qué frío que hace, che!”, ¿por qué nadie cierra la puerta al salir ni aunque se lo pidan por favor?
Resolví cambiar el cartel por una pregunta acusadora pero respetuosa:
¿VIVE UD. EN CARPA?
El cinismo oriental tardó unos cuarenta y cinco minutos en aparecer. Un panadero que llegó hace poco a Tierra Tabú entendiendo la ciudad como una tierra prometida y aún en proceso de desengaño fue el portavoz de lo que la globalización le ha hecho a los uruguayos:
-Ese dicho de que la gente que vive en carpa no cierra las puertas está mal – me escupió, guardando el cambio en una de esas terribles billeteras de ahora – porque las carpas tienen puertas.
-No – contesté, bastante calentito – las carpas tienen cierres.
-Son puertas.
-En todo caso son aberturas, no puertas. Cierres.
-Por eso, una abertura, una puerta.
-Si, una puerta es una abertura. Pero una ventana también es una abertura. Y un cierre puede serlo también.
-Ve. El dicho está mal.
-Un suponer: me olvido de la llave de mi casa pero no cerré el pasador de la ventana. Sabiendo esto, abro la ventana y me meto en la casa. Entré por una abertura, y, a la vez, no entré por la puerta.
-Abres el cierre de la carpa... y entras en la carpa. Sales de la carpa... y cierras el cierre. La gente cierra el cierre de la carpa cuando sale de ella. Lo mismo se hace con las puertas. Aunque un cierre no sea una puerta, el dicho no se aplica.
Me sacó de mis casillas. Me importaba tres carajos si el tipo no entraba nunca más a mi boliche.
-Mire – lo acusé – yo le voy a decir una cosa. Yo entiendo que hay carpas con cierre y que nadie los deja abiertos cuando sale. Yo he ido de campamento y sé perfectamente que la paranoia hace que todo el mundo cierre los cierres y que la gente le recomienda a uno que lo haga antes de alejarse del campamento. Pero ES UN DICHO. Un dicho POPULAR. Es una cosa que se usa para enseñar a los niños y, si cuadra, también a los adultos y eso lo hace MARAVILLOSO. ¡Me tiene patilludo la moda de refutarlo todo de hoy día! Ud. es de la gente que si viene un Gurí y le dice “mirá lo que me trajeron los Reyes Magos” , le contesta “no, pendejo, eso te lo compró tu papá”
-¿Por qué porque sea un dicho tiene que ser importante? Los que lo inventaron están muertos. Todos los de antes están muertos. A los que dijeron esas cosas mirá cómo les fue. Muertos. ¿Y para qué? Para nada – agregó un hombre que había estado todo el tiempo en un rincón sin que lo notáramos hasta este momento. Un hombre indescriptible con cara de insomnio perpetuo.
El panadero ni lo escuchó, había quedado perplejo. Decirle a alguien que le rompe las ilusiones a los niños, por suerte, sigue siendo un insulto. Pero no me detuve. Estaba enceguecido, moría por descargar mi furia en aquel pobre tipo. Eso era de lo que quería hablar realmente cuando empecé a escribir este texto, de mi necesidad de hacerme el héroe filósofo que nos va a salvar a palabrazos.
-Las abuelas dedican su vejez a transmitirnos la sabiduría popular a través de los dichos y refranes. “Las cuentas claras mantienen la amistad”, “siempre que llovió, paró”, “no por mucho madrugar, amanece más temprano”,“menos pregunta Dios y perdona”...
-“Dios aprieta pero no ahorca” - agregó un ciruja que estaba comprando unas galletas surtidas con monedas del mangueo.
-“Agua que no has de beber, déjala correr" – dijo una barrendera.
-“Cuando el río suena, agua trae” - asoció un liceal y a él se fueron sumando todos los clientes al milenario juego de quién sabe el mejor refrán.
-“En boca cerrada no entran moscas” – sentenció el panadero.
Era la campana del último round. Ahora a esperar los resultados de los puntos; algunas apuestas ya se estaban cobrando.
-MIRE – insistí, emperrado – hace como cien años que a las botellas no se les da forma soplando, pero si alguien nos dice “mirá que no es soplar y hacer botella” uno sabe que la cosa sobre la que se nos está advirtiendo es jodida y no es para principiantes. Le digo más: desde que puse ese cartel, nadie, salvo Ud., hoy temprano, cuando vino a traerme el pan, me ha dejado la puerta abierta.
Una vil mentira. La gente que siempre cierra la puerta lo hacía, los que no, se reían del cartel y a veces la cerraban. Además, cuando el panadero vino por primera vez aún estaba el otro cartel. No se acordó. Era seguro: no iba a entrar más al almacén. Cuando compre algo, desesperado, no va a decir ni siquiera qué frío que hace, va a escuchar el precio, extender el dinero y guardar el cambio; voy a tener que comprarle pan a otro. Se fue sin cerrar la puerta, se sintió ridiculizado por una cosa muy tonta.
Llegó por fin el mediodía y la veterana que pregunta siempre si vinieron las galletas de arroz, le explico que no vendo y le doy unas galletas con hinojo que pido casi exclusivamente para ella. Cuando se estaba yendo vio el cartel, lanzó una de esas risas que sólo alcanzan las mujeres a cierta edad y me dijo:
-Eso me decía siempre la finada mi abuela – A sus ojos vino el brillo de una niñez que creía olvidada; transmitieron un un aljibe, una parra, unas uvas frescas en un enero agobiante, todas cosas que cabían más en un poema de Juana de Ibarbourou que en una infancia cierta, pero que se notaba que eran su imagen de la felicidad.
Luego de cruzar la abertura, la Sra. volteó diligentemente y corrió la puerta hasta cerrarla por completo. Se alejó silbando una melodía que ya no es común.
No probaba nada, no alcanzaba para hacer florecer una moraleja en este texto, pero yo soy un necio y, por tan poco, estaba satisfecho.
Maldonado, Uruguay, 14/07/12
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