Comenzaré a imaginar que tu cuerpo me envuelve en un mar de lava, apenas me asome por la ventana para contemplar el progresivo silencio de la noche.
Vislumbraré cada árbol como tu ruda figura arraigada a la tierra y en su copa, habrá un nido donde yo duermo desnuda esperándote para sentir tu piel caliente.
Mi cuerpo está abrigado por un vestido que se adhiere en mi piel como motivado por un néctar delicioso, sobre mi pecho un túnel se esculpe con habilidad. Sin miedo los cinco pinceles de mi mano, comenzarán a deslizarse por mi cuello, bajando hasta encontrar el calor de mi pecho; un tacto íntimo apretujará mis relucientes flores plenas de sensualidad y allí parecerá detenerse el acto – mala suerte – pero tan sólo buscan el cierre que haga caer la tela de mi vestido como cáscara de un voluptuoso fruto que invita a ser saboreada su dulce corteza.
Envidiosa me tumbaré sobre la cama que envainan sábanas color dorado, cerraré los ojos para crear el mundo en que converjan yo y mi masculinidad– porque la tengo, ¿verdad? ¿Serías capaz de engañarme así? – en una sola semilla.
Con mi vista contemplando la pintura que cuelga arriba de la cama, me abriré para sentir el vapor que de mí se aleja. Las manos como seres de trato único arrancarán risas cuando se regocijen con mi abdomen, dibujando círculos y espirales. Descenderán después hasta por los muslos hasta encontrar la entrepierna, donde un manantial aguarda silencioso detrás de las puertas humedecidas. Las serpientes agitándose en mis manos llamarán con cosquillas a las puertas que se abrirán con lentitud para dejar sentir la textura del manantial.
Libaré del aire los sabores imaginarios que rodean la atmósfera de la pieza, extrayendo cada átomo sensible a la lengua que caliente devora con ansiedad. Mi cuerpo – con los ojos cerrados – se elevará cual colibrí sediento de néctar.
Como de oro verdadero se pintará la áurea tela de la cama cuando una lascivia exquisita vacíe el depósito líquido que exploradores de mi mano estudian. Vertidos en riquezas los exploradores saldrán victoriosos mientras yo, orgullosa de haberles ofrecido mi interior, recojo mis rizos que se han esparcido por la cama, que a causa de mi alocado movimiento en cada parte mi figura se ha impreso.
Con mi pecho latiendo, enviando sangre con una habilidad sobrehumana me pedirá que respire hasta que el aire entre y salga con normalidad. Tal vez me quedaré unos instantes mirando el techo obscuro, intentando ver en su textura figuras de animalitos como lo hacía antes de saltar a esta edad de neuronas que colisionan. Me llevaré mi yo sin ropa hasta la ventana obsidiana, allí podré contemplar mi cuerpo, la esculpida figura…
Satisfecha entonces y dispuesta a regresar a este mundo, mi cuerpo desnudo ataviaré.
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