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Inicio / Cuenteros Locales / narav_1813 / Don Fermin y su banca

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La vieja plaza sigue casi igual como estaba hace unos pocos meses, pues claro que nada cambia en tan poco tiempo, pero hay cosas que no cambian ni con el paso prolongado de este mismo. Don Fermin, el viejo de la banca es el mas reconocidos de estos particulares entes.
Muchos años antes de que la plaza perdiera la luz del sol que la levantaba en las mañanas y la despedia en la noche, ante la vulgar y malvada obra de los grandes rascacielos que ven hoy en dia, la plaza siempre fue (pero no por mucho mas) y sera el punto de paz y tranquilidad, donde la vida descansaba del tedio cotidiano, y los jovenes iban a amarse entre los arboles centenarios y los pastos suaves, junto con uno que otro perro que huia de la perra vida. El mas ilustre y recordado habitante de esta, era Don Fermin.
Don Fermin era, y tras la muerte fue siempre un misterio ambulante. Su rostro cuadrado, su pelo negro como el carbon, siempre cubierto por una boina negra la cual se mantenia siempre aferrada a este sin importar los fuertes vientos, perdicion para cualquier sombrero pues no hay nada mas inutil que un sombrero sin cabeza. La barba que le cubria la cara, siempre bien peinada y ordenada, ocultaba tras de si una sonrisa indiferente a la vida y a lo que ocurriese en esta, como si fuese una mala pelicula que nadie ve, solo cuando ya no hay nada mas con que entretenerse, y los ojos negros y translucidos, los cuales carecian de cualquier pasion o fuero interno, pero que perturbaban a quien quiera que los viera, pues era tal el vacio de estos ojos, que uno de los pocos que se atrevieron a verlo a la cara de manera desafiante, termino llorando sangre. Su figura era encorvada, delgada y de alguna forma invisible para el resto del mundo hasta el ultimo minuto, no era inusual pues, que mas de un incauto tenia que por poco caer a un lado para no chocar con el silencioso caminante. Su capacidad de aparecer al ultimo minuto en las calles le valieron de las mayor cantidad de cuentos sobre su sola persona, mas de los que tendria cualquier personaje en los mas intrincados cuentos y nivolas, y esto no se vio beneficiado tras la profecia del sabio que lo trato hacer discutir.
Sucedia que la unica forma de saber en donde se encontraba Don Fermin en cualquier dia del año, era cuando se sentaba en una vieja banca de madera en la plaza a leer lo que tuviese en las manos, cualquier dia del año sin importar la lluvia y el frio de invierno o los calores de verano y las protestas que se dieron en los ultimos años de su vida. Cada dia, de cuatro de la tarde a siete de la noche, se sentaba en una vieja banca de madera, lisa y de extraña blancura, la cual se encontraba a la misma distancia de la salida y entrada de la plaza. Los arboles aledaños daban sombra en los dias mas soleados y desviaban los vientos mas fuertes, y las lluvias apocalipticas de invierno. Nadie se habia dado cuenta de estas cualidades hasta muchos años despues en que la banca seria destruida, con tal de que la municipalidad pudiese instalar el nuevo alcantarillado, ademas de los cables de electricidad subterraneos. Don Fermin siempre tenia un libro que leer, y no importaba que tan largo o corto fuese, siempre lo leia en una semana exacta, nunca repitio un libro, y nunca le falto uno que leer.
El unico contacto que tenia con el mundo y sus habitantes, era cuando compraba en el almacen de la esquina, una vez a la semana, y siempre lo mismo, unos pocos kilos de charqui, pan para una semana, un paquete de queso, un tarro de café (solo cada par de meses), y unos tomates. Nunca pago de mas la cuenta del almacen, a pesar que despues de cuarenta años las cosas llegasen a subir de precio de manera repentina de la noche a la mañana, Don Fermin nunca quedo corto en cuanto al dinero a pagar. A pesar de vivir con la prescencia continua de la “sombra negra” (uno de los apodos que recibio de mis tiempos de adolescencia), nadie supo a ciencia cierta la historia personal del hombre de la banca. Algunos decian que venia del sur o el norte, escapando de una persecucion entre familias ricas que buscaban matarse los unos a otros por un conflicto olvidado con siglos de antigüedad. Otros decian que era el hijo de una mujer violada, y que el odio de su madre lo habia convertido en un ser frio y olvidado de amor, el cual renegaba la existencia del mundo con sus libros. Unos decian que era un millonario excentrico que buscaba paz y tranquilidad en respuesta a una enfermedad mortal que padecia. Siempre se creaba una una historia sobre este hombre misterioso, del cual nunca se le vio compañía de ningun tipo, mas que de lo personajes literarios y de uno que otro desconocido que se le acercaba a preguntar trivialidades con tal de romper su muro de soledad.

Hubo un tiempo, entre las primeras decadas en que se desarrollaba la mitologia entorno al hombre de negro, en la cual los chicos y jovenes mas intrepidos intentaban molestar al impavido hombre sentado en la banca. Miles de veces se vio a los chicos hacer ruidos, decir groserias, e incluso una vez mostrarle el trasero al hombre con tal de conseguir el quiebre de su paciente indiferencia. Uno de los jovenes, conocido con el apodo del “Rasca”, fue muy lejos pagando un precio muy alto por el crimen de molestar fisicamente al pobre Don Fermin. Todo ocurrio un dia de invierno frio y seco. El viento con sus cuchillas afiladas lograba sacarle sangre a todo aquel que no estuviese bien abrigado, y donde mas de un temerario perdio la punta de algun dedo o incluso la nariz entera. Pero la tenacidad o tal vez el aislamiento de Don Fermin lo hacian inmune a todos los elementos, siempre vestido de negro, y cubierto con una chaqueta, se sentaba en la banca y leia, en ese minuto una novela de un tal Rulfo, del que nadie habia oido hablar. Eran las cinco de la tarde. El “Rasca” y un grupo de sus compañeros se dirigian a la plaza para ver con que podrian entretenerse, y fue alli cuando la tragica idea se le vino a la cabeza, justo en el momento en que escuchaba que eran las cinco de la tarde de un dia Sabado, ese frio invierno. Nadie podria haber predecido la impavidez de Don Fermin tras el golpe que recibio de la bola de hojas humedas y mierda de perro en la nuca. Don Fermin ni se inmuto, ni emitio sonido alguno mientras dejaba el libro a un lado, ni mientras se limpiaba la mierda de la boina, la chaqueta y el cuello velludo, pero en el momento que se levanto, el “Rasca” temblo al ver que giraba su cabeza en direccion hacia su persona, a pesar de que habia procurado huir de donde habia lanzado su proyectil, y al cruzar su mirada con la del hombre, sus amigos dijeron que el color desaparecio de su rostro, que sus manos temblaron incontrolablemente y que sus ojos perdieron el brillo picaresco, el con el cual se caracterizaban. Don Fermin se pararia otras cuatro veces en la plaza entre las cuatro y las siete. Esa noche sus padres lo encontraron llorando silenciosamente sangre negra. Su familia se mudo lo mas lejos posible y nunca se volvio a saber de ellos, y muchos años despues alguno de mis compadres de barrio me diria que se podia econtrar una tumba en las montañas del profundo sur, donde se decia que el “lloron sangriento” huia de la misma muerte que utilizaba una empuñadura de cuero para una espada de papel. Solo logre pensar como cresta pasaba el tiempo para los viejos que fueron jovenes alguna vez.
Paso un periodo de diez años para que alguien se atreviera a molestar a Don Fermin, a pesar que muchos decian que no era cierto lo que habia pasado esa tarde de invierno. Muchos miraban sus espaldas cada vez que caminaban por las calles cerca de la plaza o el almacen, no iba ser que el viejo los sorprendiera y los matara con la mirada. El unico que se atrevio a preguntarle algo, fue un extranjero del pueblo (pues antes de ciudad esto fue un pueblo pequeño y luego mediano), que llegaba de paso y el cual tuvo la mala fortuna para llegar un dia de lluvia, cuando todo se ve mas sombrio y muerto. Don Fermin lo que hacia en estos casos era traer un diario de su hogar, la procedencia del diario siempre fue un misterio que nadie pudo responder, y sentarse sobre este para no mojarse el culo por la lluvia que ruinmente mojaba su preciosa banca de madera blanca. Resulta que el extranjero se le ocurrio acortar camino por la plaza para llegar a su hostal, con tal de exponerse a la lluvia no mas de lo necesario, pero cuando se encontro con la figura negra e inamovible de Don Fermin, con su aire de indeferencia y su concentracion inquebrantable, el hombre tuvo que preguntar:
-Hombre, ¿Que diablos hace aquí afuera, con esta lluvia? Ni los perros salen con este aguacero.
Don Fermin ni se inmuto y respondio con su coz monotona y carente de emocion:
-Logro que lo politicos sean de alguna utilidad para el mundo.
No fue la respuesta que sorprendio al extranjero, sino la indiferencia y la carencia de emocion con la cual respondio, siendo inconcebible para este hombre de viajes y ciudades exoticas, el hecho que un hombre le interesase un bledo el mundo que lo rodeaba y en especial la politica. Años despues reconoceria al extranjero de una campaña politica con el fin de darle una nueva cara al pais entero. Obviamente perdio ante el status quo de nuestra joven y canosa nacion.
Cuando ya estaba finalizando los ultimos cursos del colegio, y me preparaba para enfrentar al mundo fuera del pueblo, cuando la desgracia volvio a caer sobre la tranquilidad con que Don Fermin se sentaba en su banca original. A pesar de haber pasado mas de veinte años desde que aparecio un dia de verano con un libro en la mano, la barba ordenada y limpia, y la sonrisa indiferente, el tiempo y la putrida vida no habian afectado su antigua imagen, la cual se volvia un espejo del pasado en el presente. Era en verdad una reliquia del tiempo. Por esta epoca, llegaba al creciente pueblo una cantidad de extraños y gente de ciudad, la cual carecia del conocimiento de los convencionalismos de los pueblos en cuanto a como se trataba uno con los demas, especialmente en este perdido rincon del pais. Se entablaba en discuciones sin sentido y luchas de rituales y costumbres que se negaban a morir. La lucha se prolongaria por años, mientras las generaciones anteriores a la mia se aferraban a la nostalgia del viejo pueblo aislado y tranquilo, todo con tal de expulsar a las hordas invasoras y al progreso moral, con sus mujeres vestidas de hombres, los vocablos de mal hablados a proposito, las conversaciones de idiomas mixtos, y las vestimentas holgadas que bien poco simulaban la desnudez del ser humano. Don Fermin se encontraba leyendo un Sabado de Septiembre, por esas fechas cercanas a los festejos, las orgias juveniles de pasion y locura contrastaban con la amargura de los pobres vejestorios de nuestra comunidad. El sol indicaba que no eran mas de las cuatro y media de la tarde, pero los jovenes ya demostraban estar saturados de sus amores carnales, por lo que buscaban cualquier lugar tranquilo para desahogar tan ardiente pasion, y una pareja se acercaba al viejo rincon olvidado que era la banca amarillenta de Don Fermin, lugar que era el menos frecuentado por cualquiera del pueblo quien conocia la mitologia que rodeaba al hombre. Los jovenes de una ciudad donde la mitologia quedo relegada a los libros de historia y las leyendas urbanas a meras menciones para Octubre y Noviembre, carecian de cualquier freno para su audacia e insolencia contra los viejos pobladores, los cuales los reconocian por las ropas y las actitudes que tenian estos. Los jovenes primero se acercaron al hombre tratando de captar su atencion para que se largara rapidamente, como lo hacian todos los viejos que olian el olor almizclado de la pasion juvenil, pero Don Fermin no poseia tales pensamientos mas que las palabras y mundos que existian en las paginas de Baroja. El joven, cuyo nombre nunca tuve la molestia de conocer, exasperado por la indiferencia del hombre, decidio usar su fuerza de macho juvenil, arrebatandole el libro y lanzandolo lo mas lejos que pudo, con tal de demostrar de una vez por todas quienes mandaban en este pueblo de ancianos, invadido por jovenes. Don Fermin, si alguna vez pudo demostrar alguna emocion ese fue el momento en que lo debio haber hecho, pues en menos de diez segundos el joven yacia a cincuenta metros de alli, inconciente y con la lengua arrancada, las piernas rotas y los dedos hechos trizas, mientras que su acompañante huia despavorida hacia la estacion con tal de volver a la proteccion de los padres. Nadie vio exactamente lo que paso, ni nadie sabria con exactitud jamas, pues los pocos que habian sido testigos eran los adultos mayores de la localidad, y ellos moririan antes de delatar a algun nativo en contra de los invasores. Don Fermin siguio llendo a su banca a leer como si nada hubiese pasado. Tras el incidente los jovenes y extranjeros fueron decayendo gradualmente, siendo que muchos fueron asimilados por la vieja comunidad, que regreso a un cierto grado de paz y armonia, no como la que tuvieron mucho antes, sino la que fue el preambulo para el caos desatado por las invasiones barbaras del exterior.
Justo antes de que la armonia retornase para el pueblo, que parecia mas ciudad en ese minuto, llego un hombre que se hacia llamar el sabio de todas las cosas, descendiente del mismo Socrates, llamandose Rodrigo Lamar. Fue conocido como el hombre mas hablador e insolente que piso las calles del pueblo, entrando en casa ajena para discutir con cualquiera que se le cruzace en el camino. Mas de una vez interrumpio una clase o prueba en mi ultimo año de colegio discutiendo con los profesores y alumnos por igual, quienes no decian ni un vocablo y ya eran interrumpidos por el Sabio Lamar, como se hizo llamar despues. El evento mas emblematico suyo fue el de una madre que lloraba amargamente en la entrada de su hogar por la guagua que habia muerto subitamente la noche anterior, a lo que el sabio llego de la nada y le dijo con una arrogancia extrema, que la criatura se habia suicidado ante la ineficacia de la mujer como para cumplir su rol materno. Cuanto disparate alocado decia este hombre con el pretexto de una sabiduria que era superior a la que existia en el pueblucho en que habia tenido que parar, con tal de escapar de los celos de los ignorantes de su ciudad natal. Ahora que lo recuerdo, lo unico que pienso es que la verdadera ignorancia viene de la mano con la sabiduria mas humilde, y que la sabiduria mas arrogante solo puede ser definida con una foto del Sabio Lamar. A pesar de hacerse llamar sabio de nombre, su actitud en cuanto a como abordar a Don Fermin fue de la mas estupida inimaginable. Sucedia que era Mayo, un Sabado seco con una ventolera horrible, que asesinaba a los pobres e indefensos sombreros, pero que era derrotada por la boina negra del lector olvidado, cuando el llamado sabio se le acerco mientras leia un volumen gastado y amarillento cuyo autor era un europeo raro, Kafka creo, y lo unico que hizo el Sabio Lamar fue sentarse a su lado y cacarear mejor que un gallo sobre la supremacia de los europeos sobre los morenos, de como la raza superior dominaria a la inferior, que este pais nunca progresaria al mando de los europeos orientales y que era necesario un acuerdo con los gringos del norte para progresar, y otra, y otra, y otra estupidez tras otras. Finalmente, tras dos horas de continuo cacareo, Don Fermin cerro el libro bruscamente, se levanto con veinte minutos de anticipacion a lo normal, carraspeo su oxidada voz, y cual monotono reloj, con su incanzable tic-tac cotidiano, dijo:
-Menos mal que la lengua se le va a caer en unos meses.
Lamar ante esa subita declaracion, intento pedir explicaciones al viejo indiferente, pero tal como era conocido de aparecer al ultimo minuto, tambien Don Fermin lograba desaparecer de subito, pues el Sabio no pudo encontrarlo tras el primer par de pasos que dio el viejo profeta. Y no fueron mas de unos tres meses exactos cuando a Lamar, cacareando como siempre, perdio la coordinacion entre la mandibula y la lengua y esta fue cortada limpiamente en frente de un grupo de estudiantes que solo querian dar un enayo para irse de vacaciones. Los aplausos se escucharon por todo el pueblo cuando el Sabio por fin se callo y nunca mas se supo de su sabiduria, como si, sin el habla su presencia quedase relegada al olvido inmediato.
Por fin logre salir del colegio ese año, y entrar a una universidad fuera de este pueblo olvidado. No importaba mucho la carrera, solo me importaba abandonar este pueblo todavia con los mitos del viejo de la banca del aire. Pero mi mente nunca pudo relegar ese pasado historico que me unia a mi lugar natal. No faltaba el par de copas con los compañeros de universidad para terminar contando las anecdotas de Don Fermin, de la sangre negra del lloron, de la cacatua muda o la del joven mutilado por un ser invisible. Nunca logre convencer a mis compañeros que existia un ser capaz de hacer todo eso, y ellos nunca lograron convencerme que el agua se podia convertir en vino. En mi segundo año de carrera, la sombra negra volvio a aparecer en mi vida, en esta caso, a traves de las palabras escritas de mi madre. Al parecer una ordenanza municipal reciente habia ordenado que todos los habitantes tuviesen que dirigirse a sus casas tras las seis de la tarde, en repuesta a la ola de crimenes que propagaban a lo largo del pais. Claro esta, todos obedecieron menos uno. Cientos de veces las fuerzas del orden local trataron de razonar con el viejo, para que abandonase su banca, ya café negruzca, y que buscase refugio en su hogar tras las seis de la tarde, pero todos sus esfuerzos habian sido en vano, pues el viejo seguia tan indiferente e ignorante sobre la vida fuera de los libros y su rutina de vida. La unica razon por la que no usaban la fuerza era por conocer al hombre, tanto por las historias de sus padres, como la de los mas viejos miembros de la comisaria. Solo un grupo de hombres carecia de la conciencia colectiva necesaria para sentir el peligro que representaba la figura del viejo hombre, sentado en la banca del lugar olvidado de la plaza, mas bien creian que podrian tener una presa facil, billetes suficientes para pagar alcohol o mujeres baratas, vicios comunes de criminales pateticos e ignorantes. Eran cinco, y en la oscuridad que prometia la fria tarde del Sabado de invierno, rodearon al hombre sin que este se diera cuenta, a pesar que esta movida carecia de importancia, y se abalanzaron los cinco por todos los lados posibles. Sin embargo de las sombras surgio una jauria de perros de los mas diversos, chicos y grandes, colorines y negros, peludos y pelados, todos en defensa del compañero de la plaza, despedazaron a los cinco rufianes sin que estos pudiesen siquiera gritar de horror. Don Fermin tuvo que pararse e irse a la seis y media de la noche, pues tenia que limpiarse un poco de sangre de su barba y chaqueta. Esto era lo que me escribia mi madre un dia antes del examen final del ramo. Tuve suerte de pasar el examen, siendo que la unica imagen que podia concebir era la barba cubierta de sangre de Don Fermin.
Ahora solo queda un dia.
Ya recibido, con titulo en mano me dirigia hacia mi pueblo natal, pero lo que quedaba de pueblo no era mas que la plaza. Las viejas casas de adobe y barro, no mas altas que de unos cuantos metros, habian sido reemplazadas por grandes edificios que ascendian hasta la nubes, intentando estar a la altura para que los jovenes le escupiesen al mismo dios. Las calles silenciosas, ahora estaban atiborradas de autos, peatones y microbuses, acabando con los pajaros, ahogandose con los gases y ensordeciendose con las bocinas. Las viejas jaurias eran muertas con inyecciones y algunas veces a palos por los crueles hombres de la municipalidad, a pesar de pertenecer a la historia del viejo pueblo, tanto como la plaza y Don Fermin. A este monstruo llegue, y cai en mi nostalgia, recordando a los viejos compañeros, las viejas historias y leyendas, pero por sobre todo al viejo y su banca. Desesperadamente corri y corri hacia la plaza, esperando ver al viejo, reliquia del pasado, mi pasado quieralo o no. Eran las cinco de la tarde cuando llegue a la plaza, ahora en sombra eterna por los rascacielos. Los arboles parecian mas bien humenates, negros hasta la raiz, y el pasto tenia una tonalidad de sangre seca. La plaza moria, pero no me importaba, solo buscaba al viejo, el viejo que aparentaba mi edad mejor que yo mism yo a esta altura de mi vida, y lo encontre. Alli en el rincon mas oscuro de la plaza, la banca ya podrida y con el olor caracteristico de la muerte fetida de la madera, alli vivia aun Don Fermin, leyendo el ultimo libro que se le veria leer, sobre un pueblo perdido tras la sierra que desaparecia junto con la familia que habito en el por cien años. Leia la ultima pagina antes de tiempo. No era posible que terminace antes de las siete de la tarde, si el viejo seguia siendo exactamente igual a como lo recordaba. Llegue donde estaba cuando leia la ultima frase, postrandome a sus pies como un loco.
-¡Don Fermin!¡Don Fermin!¡Hableme señor! ¿Acaso no me recuerda?¡Yo vivia aquí cuando era un cabro chico! ¿No me recuerda?.
El viejo se levanto, se acomodo el sombrero y me miro con una sonrisa casi paternal, la unica que le pude ver alguna vez, y dijo:
-Chico, ya nadie vive aquí mas que los fantasmas para ti.
Y desaparecio, esa fue la ultima vez que lo vi con vida. A la mañana del Sabado siguiente lo encontraron muerto en su cama, rodeado de libros y con una vejez tardia. Al final nadie supo en realidad donde vivio, pues todos quienes lo pudieron revelar, callaron la boca, pues es lo que hubiese querido el muerto, y tampoco nadie supo donde fue enterrado ni cuando. La vejez lo alcanzo a ultimo minuto, su figura adelgazo veinte kilos en una noche, su barba se convirtio en una maraña de pelo blanco y largo, los pocos dientes que se conservaron en su boca eran de un amarillento negruzco, y su cabeza carecia de cualquier colo o cabellos en su parte mas alta. Pero lo mas impresionante eran los ojos, negros desde que alguien los vio por primera vez, ahora estaban brillosos, como si la vida recien empezace a manifestarse en estos. Ese mismo dia me entere que la banca y la plaza estaban siendo destruidas para poner las nuevas tuberias de electricidad y alcantarillado.





Texto agregado el 17-07-2012, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


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