A las plazas de Alsina las parte la avenida, de un lado están las pérgolas y los bancos, del otro los juegos. Cuando el sol acaricia las tardes de invierno, me siento en el paredón que los circunda, para enhebrar recuerdos de una infancia lejana. Y me veo en los niños. Jugando en las argollas,el subibaja, el tobogán, las hamacas. Es que nada ha cambiado, en los juegos de las plazas. Los juegos de mis padres, los juegos de mis nietos se resisten al tiempo. Y reinando sobre ellos está la calesíta. Si alguien dijera, inventé un juego para dar vueltas y mostrara el protótipo, seguramente no habría nadie interesado en el proyecto. Y el pobre tipo, se iría con el suyo bajo el brazo, derrotado, ante tantos, no va a andar. Pero anduvo, tal vez porque no consultó a nadie o porque así son las cosas simples de la vida destinadas a perdurar. Me gustaría subir, dar una vuelta, pero el pudor me lo impide y me quedo mirando a los chicos, buscando en ellos el que fuí y mi actitud ante la sortija. Porque se me ocurre que ahí se manifiesta, aunque Freud no lo comparta, como en ningún otro lugar, la personalidad que hemos de tener en la vida. El que la pelea hasta arriesgar una caida. El seductor, que pretende con una sonrisa conseguir el favor del calesítero. El simulador, que finje desinterés, y espera la oportunidad del arrebato. El perdedor, que ni lo intenta y un sinfin de actitudes dignas de un estudio del comportamiento social. Pero no me vi reflejado en ninguno, porque mi padre era dueño de una calesita.
Neco Perata |