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AUNQUE DE ESO SE TRATE…
Cuando dejamos algo en nuestro paso por la vida, quedan huellas, como la vida misma de la Adelaida.
Adelaida, buena mujer, ni linda ni fea, ni mas, ni menos pero buenaza. Su casa con fondo de campo, galería, unos cuartos “hacendosos” como ella decía, por decir ordenados.
Una mañana de esos que invitan a comer y compartir, tenia ganas de amasar nostalgias y arrimar amigos
- Venga venga, venga, pase Don Rogelio, dijo la Adelaida – Quiero que conozco a mi linda manada de crías que Dios me dio, ¿Usted no los conoce verdad?, es que el pago es muy grande y usted muy caminador Don Rogelio, y hace tiempo que el reloj de su vida no marca mi rancho en su diario vivir lo dijo en tono de broma la Adelaida.
- A ver… a ver… tenemos un invitado, ayúdemen muchachada con esta gran olla de puchero – Siéntese a nuestra mesa Don Rogelio, que hay para todos. Mire hombre ahí, he parido seis hijos, todos hermosos, sanos, buenos, unos mas callados que otros, pero todos míos, - Saluden y den la bienvenida a Don Rogelio. – Él es el Camilo, el mayor, mi palenque en todos los momentos, todavía no se ha largado solo, ya lo hará. – Este es el Julián, yo le llamo “nudo i soga” porque es muy difícil domarlo. – La Catalina, yo creo que será buena ama de rancho, hasta ahora si. – Ahí el Torito, le decimos así, por ser fuerte y entrador. – La María Luisa, linda chica y muy trabajadora. – Y este otro es Luis, que ese Dios dirá.
- Ahí están mis críos, ¿Que le pareció Don Rogelio? Linda sobremesa hicimos amigo. Pasaron horas entre charlas desempolvando recuerdos sacudiendo las memorias.
- Vamos Don Rogelio al patio, quiero contarle algo, y preguntarle también cosas que me inquietan. – Usted que anda siempre parando las orejas donde debe y donde no debe, dígame que se dice en el pueblo de mi Julián, usted es de confianza Don Rogelio gran amigo de mi difunto esposo, quiero pedirle que sea sincero conmigo, aunque a veces no quiero respuestas dolorosas. - Mire, le cuento, malas lenguas, dicen que tengo en casa un “moño rosa” se dice que sus modales, no son de buen pueblero, pero si mi Julián, es fino como fideo “cabello de ángel”, a nadie debe importarle, y Diosito me lo mando así y así lo he de tener.
- Sabe Don Rogelio, muchas veces he tomado unos mates amargos con mi tata Dios y le pedí que me explicara porque se equivoco la naturaleza con mi Julián, también le pido perdón tantas veces por levantarle la voz para que me escuchara mejor, y no tengo explicaciones, ni razones. – Amigo, yo me crie de vuelta de amaneceres, cortando sunchos y leñas, tenia el lomo escarchado de los inviernos y sudado de los soles de los veranos. – Tenía poco para comer, pero mucho para dar.
- Encontré a un hombre buenazo, con rancho propio, y ahí comenzamos a anidar nuestras crías. Pasó el tiempo, una tarde de crecida, el río se puso malo, y no le importó dejar a seis críos huérfanos; otro día me sentí impotente, fui hasta el río y lo maldecí, no entendía lo que pasaba, luego pedí perdón a mi tata Dios, pero el no tenía la culpa, era la madre naturaleza que me falló una vez más.
- Usted escúcheme nomás Don Rogelio, que tengo mucho por hablar. Una vez mi tata hizo un rancho hermoso, parecía un palacio, hermoso rancho por dentro y por fuera, no le importó los días de sol a sol, levantando su techo, lo terminó estaba feliz, lo miraba, contemplaba su obra tan soñada, esa tarde llegaba una tormenta, una gran tormenta, y su hermoso rancho quedó partido en dos, muchos sueños derrumbados, mucha tristeza, una vez más la madre naturaleza me falló…
- ¿Que me pasó Don Rogelio?, siento que mi Julián saltó la cerca en tacos altos, no quiero asumirlo, no quiero pensarlo, me duele porque es mi hijo, y lo cobijaré mientras yo exista, así es y así lo creo yo.
- Le cuento amigo, usted me escucha, su silencio me dice mucho y todo… - La quincena pasada, fui al pueblo como de costumbre, algo me decía, que sería una tarde muy torpe para mi corazón cansado y desesperanzado. – Don, ahí a dos pasos me topé con el Emilio, gran amigo del julia, juro que no lo reconocí, parecía una canastita de cumpleaños, no lo podía creer, el amigo de mi cría, y sí… no…no era posible, sentía que todo en mí se paralizaba, no latía, volví a mi casa con la vergüenza de que sí, la naturaleza se había equivocado, y me toco a mí vivirla.
Cada vez mas sospechas y más comentarios.
- Dígame Don Rogelio, usted en sus años mozos, y ahora que ya cuenta sus días, ¿Alguna vez escuchó hablar de que la naturaleza también se equivoca?
- Yo la creía sabia, pensante, comprensiva, que salpicaba mucha esperanza y sabiduría. Yo le tenía mucho respeto, era como incansable, valerosa, pero no me respetó, no tuvo compasión y avasalló mi vida siempre y seguirá por siempre así. – Volví a la realidad amigo, tenía que continuar todo lo de cada día, mis cosas, mis recuerdos, y me tata Dios a mis espaldas que no me deja doblegar frente a la vida. – ¿Sabe Don Rogelio? No tengo enojo con mi Dios, no amamos como siempre, yo sé que él algún día me dará sus razones.
Pasaron lunas. - Una tarde presentí que el Julián quería decirme algo, y no lo podía, sentí que la vergüenza rozaba mi puerta, se acercó y me dijo: - Madre, me voy, este lugar no es para mí.
Se llevaba una vieja valija cargada de no sé que cosas. – Estaré muy bien – Me dijo, un beso y nada más… - ¿Se equivocó la naturaleza? Y sí, así fue. -No podía y no quería que me viera llorar, creo que fui demasiado fuerte, para no ver partir a mi Julián con un moño rosa colgado al cuello.
Pedí que nadie hiciera comentarios, preguntas ni reproches, nada de nada. Pasaron otras lunas, - Buenos días Don Rogelio, vamos a la placita del pueblo a tomar unos mates con bollito recién hechos, cuantos recuerdos, cuantos momentos compartidos con un viejo y noble amigo. De pronto cerca, muy cerca, la naturaleza equivocada junto a la vida, el Julián y el Emilio paseaban sus locuras por el pueblo, ya no había de que hablar…
- Ayúdeme a levantarme Don Rogelio, mis piernas y mi corazón no me responden. Acá llegó mi fin, no lo soportaré. A mí alrededor, murmullos de pueblo que quería saber del moño rosa del Julián, el hijo de la Adelaida.
Ya no era la misma Adelaida, la invadió la tristeza, y se dejó vencer.
Pasaron otras lunas, Don Rogelio se perdió en el tiempo, y se despidió de la vida, se llevó demasiadas respuestas que jamás quiso confesarlas
- Ahora sin mi amigo, tan hermano, tan querido, ya se deja extrañar y yo me dejo vencer.
- Que raro, la naturaleza cuando se equivoca y no me da sus razones, casi como un pedazo de sol otro de lluvia, sin más que eso.
Pasaron otras lunas… Adelaida, se despidió de sus pesares y se arrimó a su tata Dios con un rosario de agonía… el pueblo salió a despedir a la Adelaida, tenía que ser así, una tarde mustia, triste de lágrimas fáciles y penas contenidas. El pueblo salió a despedir a la Adelaida, la que siempre sonio y necesitó del Julián para vivir y sentir… Si vieras que triste está todo…
Ya pasó esta tarde insolente, casi de noche, una estrella en forma de flor con un gran moño rosa, cayó sobre la última morada de la Adelaida…
Un sentimiento inolvidable, un desborde de emociones en la triste tarde. Ya la Adelaida es otra historia.
FIN.



Texto agregado el 16-07-2012, y leído por 123 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-11-2013 Conmovedora historia. Una pintura que relata muy bien lo que siente esa mujer, sin juzgarla, y con cariño. Me gustó leerte. :) MarceloE51
24-02-2013 Triste y bien contado.- rhcastro
 
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