Podía caminar corriendo, como él pensaba o sentarse y esperar a que algo pasara.
Cómo podía ignorar que la soledad pesa menos con un libro en la mano, si había resuelto tantos días amargos así, como esa vez que el gato se marchó sin decir ni siquiera un "miau" de cortesía.
Las mañanas eran heladas en esa pieza con olor a humo, con recuerdos manchados en la pared, la verdad, el arriendo era barato, el viento se colaba por las rendijas de la ventana corroída con las lluvias de Junio. El lugar era humilde como sus zapatillas gastadas, pero se sentía a gusto entre esas cuatro paredes que se volvían más cálidas con un buen mate en compañía de la televisión que sólo mantenía prendida para escuchar voces y encontrar algún parecido con el tono de voz de algún familiar.
Siempre recordaba los momentos gratos de algún mal recuerdo, era mejor colgar en los clavos de su pieza alguna palabra bonita que una chaqueta oscura.Las mañanas siempre eran un Déjà vu, caminaba por la misma calle para tomar la vieja micro que lo dejaba a dos pasos de su trabajo, siempre le daba los buenos días al conductor de la micro aunque este lo mirara con desprecio y mal humor, siempre investigaba con la mirada a la señora triste que lo acompañaba en el paradero, ,jamás le había hablado, pero sabía que aquella mujer con la mirada cargadas de años malos estaba casi tan abandonada como él.La tarde era una costumbre, correr y gritar con la voz muda frente a las injusticias que se le pegaban como sanguijuelas en la cabeza al acabar el día. Hubo una tarde distinta, llena de sonrisitas que aparentaban colorear la semana. Un pie en la acera, un alma gastada de riquezas y tumultos de orgullo sobre un auto. El golpe fue preciso, rodilla y tobillo esguinzados, el punto seguido a una semana llena de malabares mal avenidos.Un improperio salio de su boca, un pinchazo resucito su conciencia. Los pasos a seguir fueron los formales, una consulta al médico, una disculpa desinflada y el accidente quedó atrás.Dentro de la habitación, los días seguían iguales, el aire lo humillaba, la gente no consideraba su pesar, su esfuerzo era nada. En el vacío de una noche oscura, sucumbió frente a una de las tantas conversaciones que mantenía en solitario.Su soledad no era de nadie, su dolor no tenia herida, sus desvelos no tenían dueña. La idea se precipitó sin aviso, todo era simple, irse tal cual su gato lo había hecho, aunque su cuerpo quedaría intacto en la cama de aquella pensión que aunque llena de gente parecía bacía. Esta vez no habría despedida, el adiós jamás había servido para nada, en él, la gente se quedaba para siempre. Por primera vez se dio cuenta, que era él quien despreciaba sus manos cuando escribían, era a él a quien le molestaba su voz cuando llegaba a sus oídos, era él quien se menos preciaba frente a un hombre bien vestido.El fuego en su corazón pudo sentirse en su rostro, avergonzado de su verdad, tomó las llaves y despegó sus pies de toda esa "mierda" que lo apagaban como un soplo a una vela barata.
Dio un par de pasos y se dio cuenta que lo tenia casi todo, que podía girar en lo más hondo de sus pesares, aun así, era dueño de sus victorias y fracasos, sólo había que sacudirse un poco del pasado, el presente y el futuro que lo atormentaban. Casi sin darse cuenta dio con su reflexión más profunda pero simple, era mejor adoptar un perro, de esos que te mueven la cola con un pedazo de pan en el hocico, que te esperan con desesperación y atisbos de alegría al abrir la puerta de tu casa, compartiría el vientito que se colaba por su ventana con un alma fiel. Sí, era mejor tener un perro fiel que un gato ingrato. Ahora podía caminar corriendo o sentarse y esperar a que algo pasara aunque ya no esperaría solo, tendría un perro que por lo menos le ladre. "Dejó caer su corazón y en cuento cayó la vida vino a reclamarlo, tenía que prenderle fuego a la lluvia si era necesario cada día. |