Participan *Stromboli **kone ***rhcastro****musas/muertas
"Las alas de la vida"
*
Pedro caminaba lento, arrastrando los pies, como el hombre que se siente vencido, perdido, abandonado a su suerte en el ocaso de su existencia. En la lejanía se adivinaba a un anciano, de
escasa cabellera, ayudado a caminar por un bastón. En el rompeolas, pensaba en aquellos días junto al mar, cuando conoció a Paulina.
Con sus vaivén de olas de aguas verdes, o azules. Aguas limpias y frescas.
Reflejos irisados en el blanco coral. Las aguas cambiaban según la hora del día, azules, azules intensos, añil comos tus ojos, los ojos de Paulina, su amada en tantos años.
Cientos de imágenes bailaban ante sus retinas, un punzón de dolor en su gastado corazón.
Paulina, siempre ella. Esa muchacha que le robó el corazón en la escuela, a los doce años. Su melena rojiza, sus ojos felinos, la palidez de su piel, su rostro surcado de graciosas pecas, su porte al caminar, y esa risa melodiosa.
Trabajaba junto a sus tías en la estación de telégrafos. Era tímida y callada a pesar de su
buen humor. Recordaba como saltaban entre las olas, sus largos paseos con los pies desnudos
sobre la arena, de granos finos, dorados. En secreto, forjaban una incipiente amistad se ocultaban a los ojos del mundo en una cueva secreta dónde se veía el mar, y las estalactitas
en el techo. Ellos pensaban que era mágica, su sitio particular.
No se veía apenas, escondida entre rocas de coral. Conversaciones de sus anhelos,
secretos compartidos, ilusiones por cumplir. El destino, que se ceba en algunas almas cándidas, hizo que crecieran demasiado deprisa. Como viejos sabios, pero sin las arrugas de la edad hablaban de todo, de irse de ese pueblo casi abandonado, de que él sería como el señor
maestro, y ella bailarina.
Ilusiones de chiquillos. Un día de primavera, cuando las gaviotas volaban bajo, haciéndoles signos al astro sol.
Paulina abrió sus sentimientos. Habló de su fallecida madre, su tiempo transcurrido en la gran ciudad, su madre una gran bailarina de ballet, que por una mala caída tuvo que abandonar su gran pasión.
Sin decir nada, embargada por la emoción le enseñó un paquete dónde envueltas en tela
estaban unas desgastadas zapatillas de seda rosa.
-Algún día seré bailarina- sentenció.
El anciano Pedro, lloró al recordar aquel momento.
Fue un estúpido, un idiota, un cobarde. No tuvo el valor de irse de ese pueblo,
De abandonar un trabajo seguro.
**
Lo que daría por regresar el tiempo y hacer las cosas diferentes. Pero no podía.
Casi sin querer, Pedro recorrió lentamente el mismo camino que la última vez que vio a Paulina. Su cueva de atalayas y chapiteles donde la bella doncella le propuso irse.
–Vámonos hoy mismo –recordó que le decía mientras lo tomaba de las manos y daba pequeños y graciosos saltos.
Pero Pedro no era como Paulina. Ella quería batir sus alas al viento, Pedro temía volar. Ella quería ir hacia el mar con los grandes vientos, él pensaba en esforzarse en su propio terruño.
Fue así como Pedro la vio partir convencido de que el gran amor que ella sentía, la obligaría a volver a su lado. En donde debía estar.
Sin embargo, los días pasaron y se convirtieron en semanas, en meses y en años mientras Pedro esperaba en vano la llegada de su amor.
Fueron doce años los que Paulina se ausentó y brilló con luz propia, doce años de visitas a la gruta que llenó de ofrendas en el interminable estío, para escuchar su voz entre sus ecos.
Pero un día, la muerte de sus tías logró lo que su amor no y Paulina regresó una tarde estival bajo el resplandeciente sol.
La espera había terminado y Pedro estaba impaciente.
***
La ancianidad de Pedro a sus treinta y seis años, extrañó no solo a su familia,
sino a cada uno de los habitantes del pueblo, que sabían... se debía
a la tristeza de perder a Paulina.
Era como un embrujo, un llevarse la vida
del muchacho en la maleta.
Un accidente automovilístico con consecuencias irreversibles. Como en todo lugar de pocos habitantes, no es necesario
radio o televisión para enterarse de noticias. La voz corre rápido en lugares así.
Todos esperan el regreso
de 'niña pau' como le decían sus tías, que con los años lograra el triunfo
internacional, convirtiéndose en el orgullo de la región.
Aun no había aeropuerto en aquellas tierras montañosas, ni siquiera un hotel
a los que ella estaría acostumbrada. La gente se preguntaba si podrían saludarla,
darle el pésame y felicitarla por su exitosa carrera. Con prisas, los más pobres,
apresuraron las manos para tejer alguna prenda regional como regalo. Cortaron las flores
más hermosas de los jardines, con las que hicieron arreglos para recibirla, llevar
a las difuntas. Recordarle su origen, cargarle las costumbres como testimonio de dónde es que se viene, cuando se va.
En poco tiempo el lugar fue invadido por cámaras, fotógrafos y periodistas.
La que fuera la humilde casa de las tías, remodelada en menos de un día. La más
famosa de las bailarinas de ballet clásico, no puede aparecer en tan humilde situación.
Pedro mira de lejos como las oportunidades de encuentro se hacen cada vez, más
imposibles. Fue un estúpido al pensar que le recordaría, que la magia en
la cueva, de alguna manera la regresaría al pasado, a su primer amor.
Entre todo un equipo de trabajo, camionetas, intrusos, carteles y panorámicos, aparece
ella, sonriendo entre lágrimas, como suelen hacerlo los artistas, mostrando
su mejor cara, aun en la adversidad.
Pedro siente un golpe en el corazón, un latigazo
que aquel cisne negro, de belleza perfecta le ha azotado. Ella, la diosa de las grutas y
saltarinas aguas, entre los pies desnudos de las lejanas playas. Las playas de su infancia.
Cómo acercarse destrozado y deforme ante un ángel de tal belleza?
Desesperado se abre paso entre la muchedumbre, que irrespeta el bastón y endeble
cuerpo.
****
El corazón le late con fuerza, la gente se amontona formando una muralla, el esfuerzo para alcanzar a Paulina y su propia cojera le quita la respiración. Pedro traspira profusamente. Un joven del pueblo lo empuja a un costado, trastabillando pierde su bastón. Arrodillado busca una mano para sujetarse pero nadie le presta ayuda. En un esfuerzo colosal el joven anciano consigue erguirse sobre sus pies pero la agitación, el esfuerzo y la emoción provocan que algo se rompa en su interior.
Pedro alcanza a verla, está firmando autógrafos, El griterío de la gente y las luces de las cámaras hacen imposible que Paulina lo vea o escuche. El dolor le cierra la garganta.
La cabellera roja, y el dolor que sube a sus quijadas, las pecas juveniles, y el brazo izquierdo que le cuelga inerte, su risa melodiosa y un zumbido que perfora sus oídos, y sus ojos, ah! sus ojos.
Pedro cae inerte al piso. La vista puesta en el cielo confunde esos azules de sus ojos con el del firmamento... la vista se nubla y el azul sigue cambiando tornándose en negro, para siempre.
Paulina súbitamente levanta la vista y mira al público detenidamente, desilusionada no encuentra a quien busca. Una lagrima rueda sobre su mejilla mojando el papel autografiado. Con tristeza sacude su melena roja y se dice a sí misma en voz baja..." tonta
ilusa... ¿qué esperabas? ¿que te recordara?
FIN
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