¿Dios también castigará las mentiras por amor? No puedo quitarme la pregunta de la cabeza mientras trató de encontrar una respuesta en los ojos vacios del Cristo colgado en el altar. Me pregunto si al ver mis ojos, el Cristo podrá ver mi interior. ¿Podrá ver mis dudas tan grandes que parecen comerme a mordidas en las noches? ¿Podrá ver a través de mi sonrisa nerviosa mientras veo la cara de un hombre al intento aprender a amar? ¿Podrá ver mi arrepentimiento ahora, sabiendo que nunca podré borrar ese beso robado de mi memoria? ¡Ay Diosito, perdona nuestros pecados, como nosotros...”
¡Qué bruta, ya no me acuerdo como sigue la oración! Y trato de mirar a otro lado porque los ojitos del Cristo parecen reprobarme con la mirada ¡Ay perdóname Diosito! ¿A dónde voltearme? ¡No, con Darío no! Seguro que el ya notó que algo malo me pasa, porque me ve con cara como de preocupado y me aprieta la mano un poquito. Le lanzo una sonrisa como para despistarlo, pero no sé si lo logro. ¡Ay mi novio tan lindo! A veces si me ve con la mirada perdida en algo a través de la ventana o me siente revolviéndome inquieta en la cama sin poder dormir, pero el muy lindo no dice nada. ¡Es un amor! Segurito ya se dio cuenta que algo me pasa.
No mi amor, era el estrés. Es que no desayuné y sentía que me iba a desmayar, por eso estaba pálida. Eso le voy a decir para que no se preocupe y segurito me cree. Además es súper normal que la novia pierda un poquito la cabeza con tanto show que hacen. Los brochecitos que me sostienen el velo parecen perforarme el cráneo desde en la mañana ¿No serán los remordimientos? No, pues quien sabe. Y además ya me dio un hambre terrible porque siempre que me pongo nerviosa, como. ¡Ay padrecito, ¿no podemos hacer una pausa?, ¿Tomarnos cinco minutos para un cafecito?! Me imaginó diciéndole a l padre mientras corro de regreso por el pasillo y dejó a todos los invitados con la boca abierta. Y entonces me voy manejando el el Rolls Royce rentado y me olvidó de todo.
¡Ash! ¡Estúpido Manuel! Está ahí mirándome con su sonrisita de estúpido. ¿No podría ser más discreto, por lo menos? Tan inocente que se veía cuando me dijo “Ey Catita, ¿podemos hablar?” Y ahí voy yo de tonta a seguirlo. La verdad es que si como que me entró el bichito de la curiosidad ¿no? Osea, nos conocemos desde siempre. Creo que su abuelita y mi abuelita eran ahijadas del mismo padrino o iban a la misma escuelita de la Iglesia o una de esas cosas que nadie sabe como empiezan pero que terminan en esos “amigos de la familia” que tienes que invitar a todo aunque no vayan nada más para no hacer sentir mal a nadie aunque se queden apartaditos en sus mesas toda la noche sin hablar con nadie más o de plano ni vayan.
Bueno pues Manuel sí fue. Y yo ni me había dado cuenta de que allí estaba hasta que me dijo que quería “hablar” y ahí me tienen siguiéndolo por toda la Iglesia. El muy listo se hizo el difícil al principio y le tuve que rogar para que me contara lo que según me quería contar. Después de un rato me suelta la tontería de “No te acuerdas ya de ese verano en la Bahía?” Y ¡puff! ¡Que de golpe regresó diez años atrás en recuerdos! Y de repente recuerdo que detrás de esa barba de malo está la sonrisa de niño de aquél muchacho de quince años que me perseguía por la playa. Y me acuerdo que esa mirada que se te metía dentro y parecía desnudarte y dejarte expuesta y a su merced...la misma con la que me miraba en ese momento. Yo, por supuesto, fingí que no me acordaba de las caricias por encima de la ropa, de los gemidos sofocados en la almohada para que no oyeran los abuelos, de los besos sobre la arena y de tantas noches llorando por un amor que acabó con el verano. “¡Ay, Manuel, pero si éramos unos niños!
Yo creo que esa no es la respuesta que esperaba, porque gruño y me corrigió “Pues ni tan niños, ya ves que yo ya era mayor de edad” pero yo no lo dejé ganar y le recordé que esos había sido diez años antes y que no éramos los mismos de aquél entonces. Y ahí fue cuando algo despertó en él. Una chispa que no recordaba haber visto desde aquel día que nos escondimos detrás del roble, cuando entre besos me juró que me amaba mientras yo le pedía que no me olvidara con el sabor de mis lágrimas mezclándose en nuestros labios. Me dio miedo y traté de irme, excusándome con que todavía faltaba a hacerle ajustes al vestido de Conchis ( y pobre Conchis, porque justo ahorita está la pobrecita poniéndose morada de contener la respiración para no desbaratar el vestido)
Me atrajó hacia él con brusquedad. No demasiada para lastimarme, pero sí para que se me olvidara que estábamos en una iglesia, que la pobre Conchis no cabía en su vestido, que Darío ya estaba esperándome en el altar, que mi abuelita había viajado desde la provincia para ver mi boda....se me olvidó hasta mi nombre. Y el muy imbécil de Manuel está ahí sentadote sonriendo porque ni siquiera tuvo que esforzarse. Yo solita eliminé la distancia entre nosotros, acudiendo al llamado de sus labios. Fue un beso salvaje, con la furia de diez años de amor interrumpido, con la ternura de las causas imposibles y un beso que se da con la certeza de que será él último.
Sus manos parecían, no recorrer, sino modelar mi cuerpo. Me parecía que no existían antes esas partes en sonde el me despertaba con sus caricias. Se encendió una chispa dentro de mí, una chispa que pronto se volvió fuego, que me calcinaba viva. Entonces entrelace mis manos en su cabello y lo atraje hacia mí para que las flamas nos devorarán juntos. El sonido casi animal que provino de su garganta al sentir mi cuerpo pegado al suyo se grabó en mi mente y no creo poder borrarlo nunca. Estuvimos así quien sabe cuánto tiempo, perdidos en nuestro propio idilio hasta que sentí en la boca el sabor familiar de mis propias lágrimas.
Y es que entendí que para cada uno este beso era algo distinto.
Para Manuel era una medida desesperada, la última oportunidad de mostrarme todo lo que él podía ofrecerme con la esperanza de que yo estuviera dispuesta a abandonarlo todo por él. Era la culminación de un plan que se había trazado cuidadosamente hace mucho, quizá desde la misma noche en la que nos despedimos hace diez años con el mar de testigo o tal vez cuando abrió el sobre con la invitación y vio mi nombre enlazado con uno que no era el suyo. Era un beso de esperanza.
Para mí por otro lado, era un beso de despedida. Un beso que por más beso que fuera no me hacía desbaratarme como la chiquilla que era hace diez años. Un beso que no bastaba para borarrar tantos años de olvido. Cuando me imaginé a Darío esperando en el altar, el fiel y apacible Darío, sin idea de lo que estaba pasando, entendí. Entendí que nunca sentiría a su lado ese fuego y ese amor devastador que Manuel provocaba en mi con tan solo la mirada. Pero supe que ese fuego era solo eso, fuego. Cavaría con migo hasta convertirme en cenizas. Y entonces no me costó nada separarme y salir huyendo por los pasillos de la iglesia, dejando a Manuel con una estúpida sonrisa en la cara.
La misma, que el muy imbécil, seguía teniendo en la cara.
Y luego estaba la sonrisa de Darío, aceptándome toda con mis defectos y virtudes y llena de una esperanza por el futuro que nos esperaba juntos, y estaba la sonrisa de Conchis que ya esperaba con ansias deshacerse de la camisa de fuerza que la asfixiaba y los ojitos del Cristo que me miraban vacios como disculpándose por no poder ayudarme, y estaban las palabras del padre....
“Tú, Catalina Rendón Castro, ¿aceptas a Darío León Rodríguez como tu esposo...”
¡Ay , ayúdame Diosito!
“...y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas...”
¡Ya bórrate esa sonrisa, Manuel!
“... en la salud y en la enfermedad...”
¡Pobrecito Darío, ni sospecha nada!
“...y, así, amarle y respetarla todos los días de tu vida?”
“Yo...” y antes de contestar le doy una última mirada a los ojitos vacios del Cristo que parece mirarme fijamente....
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