Cuento 10 inicio Participantes *leobrizuela**silvimar***umbrio****sirmiliano
Extraño vínculo
*Cuando Bruno conoció a Amanda tenía casi 50 años y poca experiencia con las mujeres. Sus padres, tempranamente divorciados, lo habían recluido en un colegio donde le incorporaron una moral casi victoriana. Cuando egresó no quiso estudiar en la Capital y se dedicó a corretear bienes raíces allí, en su Navarro natal. Las oportunidades de visitar Buenos Aires, siempre por razones de trabajo, se cumplieron estrictas y rápidas, sin espacio para disfrutar ni el paseo ni la ciudad. En el fondo, lo asustaban un poco las perversiones de la noche y su gente, síntomas de la enfermedad social capitalina que prefirió rehuir, protegido en la sencillez de su medio.
Por eso, la irrupción de Amanda, ingenua, frágil, solitaria y desprotegida, lo conmovió. Amanda era distinta a las mujeres que ocasionalmente trató; aquellas habían pretendido la seguridad de un hombre para vivir a su sombra;. Amanda, que frisaba los cuarenta años, trabajaba y vivía sola, sin familia, y era honesta, de carácter casi taciturno e introvertido. No procuraba quien la mantuviera; sólo carecía de amor. Bruno le habló de su soltería empedernida, su miedo al fracaso, su potencial- todavía intacto- de cariño. Ella le contó de su soledad; era huérfana y nunca se había casado, pero tuvo algunos novios sin trascendencia y una pareja en Buenos Aires, durante dos años. Se llamó Anselmo, era bueno y se habían querido bien. Pero era un hombre inconstante y voluble, que vivía al ritmo del último capricho de su imaginación inagotable. La vida en común era vertiginosa e impredecible. Hasta que un día le diagnosticaron un cáncer de estómago y entonces los días comenzaron a contarse hacia cero. Vivió unos pocos meses más; a su muerte sus familiares la dejaron en la calle. Sola y sin trabajo, llegó a Navarro hacía ya tres años buscando olvido. Se empleó como peluquera, con relativo éxito.
Bruno batalló duramente con su conciencia para admitir el pasado de Amanda. Su formación le inducía al rechazo de aquella mujer “de segunda mano”, con un pasado que no conocía en su totalidad; tampoco deseaba conocerlo demasiado, no enterarse de ciertos detalles con los cuales-presentía-, no podría vivir tranquilo. No obstante, este sentimiento primitivo se hallaba eclipsado por otro más poderoso, que lo impulsaba a entregarse y confiar
**Ese día salió temprano del trabajo y se dirigió a la peluquería donde trabajaba Amanda. Ya casi era su horario de salida y el se dispuso a esperarla en el barcito que quedaba frente al negocio, se instaló en una mesa que quedaba sobre la calle, pidió un café y se puso a leer un libro, cada tanto miraba hacia enfrente; Al rato sintió un bullicio y risas de mujeres, varias salieron del negocio, Amanda fue la ultima y cerró las puertas con sus llaves, las otras apresuraron los pasos y le dieron un ligero adiós saludándola con las manos.
Presuroso pagó y salió al encuentro de ella que apurada estaba por llamar un taxi.
--¡Amanda! esperame que quiero hablar con vos, espero que no te disguste que haya venido a buscarte—dijo esto mientras besaba su mejilla.
Se sorprendió al verlo mostrando una sonrisa tímida. No podía creer que a pesar de lo que le contó de su vida el todavía tuviera interés en ella.
El había estacionado su auto a la vuelta del lugar, fueron caminando sin prisa y sin hablar, cuando subieron al vehículo le preguntó si podían llegar a conocerse mas, frecuentarse y ver como se llevaban, quería ser prudente. Ante su sorpresa ella le dijo que vivía en una pensión puesto que no tenía casa propia ni alquilaba, la dueña era muy rigurosa y no permitía visitas de hombres, se verían en una plaza o en una confitería, el estaba un poco molesto puesto que tenía un departamento muy bien instalado, con el tiempo se vería como decirle de ir allí, no eran adolescentes ni tan jóvenes para dar tantas vueltas, un muro parecía estar entre ellos, el carácter cerrado de ella y su caballerosidad no lo dejaban avanzar.
Al llegar casi al domicilio le pidió que la deje media cuadra antes, no quería que murmuraran si la veían con un hombre, antes de que bajara quiso darle un beso y ella desvió la cara, tenían que conocerse mas, le dijo.
Disimuladamente esperó que entrara al edificio pero ella siguió de largo, en la otra cuadra un hombre y dos niños esperaban su llegada. ¿Por qué le había dicho que vivía sola? Trataría de averiguarlo por otros medios, no le preguntaría nada, ya que ella posiblemente le había mentido, su desilusión era muy grande. Esperaba realmente una explicación de lo que había visto…
***
Mientras tanto su cabeza era un fárrago de ideas que poco a poco fue ordenando cuando regresaba a casa, recreó un escenario hipotético acomodado a su naturaleza en donde predominó la idea del engaño, una verdad urdida por la elevada autoestima de su moralidad que no le permitía confiar en los demás, con ese burdo principio determinó la culpabilidad de Amanda, fue inexorable ante su verdad y cualquier otra explicación le parecería una prolongación de la mentira por lo que no tenía intensiones de verla más. Ahora la honestidad mostrada inicialmente le parecía una careta portada con quién sabe que intenciones. Lo más molesto era la idea de haberse equivocado, haber caído en la fútil debilidad de la ilusión y se reprochó su precipitado intento de seducción.
Si tan sólo él hubiera esperado un poco antes de alejarse se habría enterado que aquella era una cita inocua, un encuentro para recibir los niños que ocasionalmente cuidaba a cambio de un modesto pago.
La blanda decisión de no volverla a ver sería la más equivocada de sus elucubraciones, lejos estaba Bruno de imaginar que un secreto más sombrío cambiaría los fuertes cimientos de su pasado y tejería un lazo indisoluble entre ambos. Esa poderosa fuerza interior que le invitaba a confiar en Amanda tenía su origen un vínculo formado aún antes de conocerse…
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La rabia y la humillación que experimentaba terminaron por confirmar su desprecio frente al amor. Largos años grises de soledad sumada a una infancia carente de afecto habían agrietado su voluntad de amar, que no obstante reverdecía ante cada lejana posibilidad. Esta vez el verde brote se había secado de golpe y con la brutal embestida de una mentira, y sin embargo algo que no entendía le impedía odiarla. Entre sorbos ásperos y profundas pitadas, sus únicos dos tenues vicios, fue tomando coraje y antes de que su moral pulcra se lo impidiera tomó las llaves del auto y desanduvo las calles hacia donde la había dejado.
No conocía el lugar donde vivía pero presentía que no era una pensión, y se equivocaba. Tampoco sabía qué diría cuando se topara frente al hombre que evidentemente no le daba lo que ella necesitaba, pero iba a increparlo, necesitaba salvarla de algo aunque no podía precisar qué, pero se equivocaba. Creía poder ofrecerle una opción, quizás mejor, pero ¡Ay! Bruno se equivocaba, y tanto.
Cuando llegó no supo qué hacer ni dónde ir, así que esperó en el auto. En uno de esos giros que toman las hechos sin consultarnos, la vio doblar la esquina con un niño en cada mano. Despacio y a cierta distancia, la siguió. Llegaron a una casa, golpeó, entraron y a los pocos minutos salió sola. Bruno no lograba hilvanar los acontecimientos, pero a esta altura y medio embotado por el humo y el alcohol, tampoco le importaban los detalles de coherencia. Cuando se paró frente a ella, Amanda lanzó un pequeño grito que contuvo a medias, pero sus ojos, ampliamente abiertos, parecían gritar lo que sus labios ahora mudos y tiesos no hacían. Torpemente Bruno le explicó lo que su cabeza había deducido, lo dijo con rabia aunque sin insultos, con una bronca elegante. Cuando terminó de hablar, Amanda ya no gritaba al mirarlo, al contrario, parecía acariciarlo y susurrarle palabras con ternura, como envuelta en ternura al ver a ese hombre tan necesitado de amor. Lo veía como un niño sufrido a quien había que soplarle la rodilla para calmar el dolor de la caída y los raspones. Con tranquilidad lo tomó del antebrazo y se colgó de él. A la par caminaron hasta la puerta de la pensión. En el trayecto ella le confesó que le recordaba mucho a Anselmo, que no lo tomara a mal, pero la intempestiva mirada, las torpes palabras cuando le gana el enojo, la expresión en sus ojos, sus crispadas manos, y sobre todo su alma voluble. Bruno tragó orgullos a montones pero no se sintió con espacio como para plasmar una escena que pudiera tomarse por celos idiotas. Se calló.
Se detuvieron frente a la puerta. Con complicidad Amanda le anunció que su casera había salido hacia la Capital y que no volvería hasta el martes, por lo que si deseaba podía convidarle un café, aunque no debía ilusionarse, sólo eso obtendría por hoy.
Subieron las escaleras y en el subir, como por extensión, un nuevo brote fue trepando por el corazón de Bruno.
Al llegar, ella lo dejó en el pequeño comedor y se dirigió a la habitación. Se cambiaría la ropa del trabajo y luego le prepararía un café como nunca había probado. Mientras tanto, Bruno comenzó a recorrer con discreción los portarretratos, adornos y chucherías.
La fotografía mostraba a Amanda junto a Anselmo. Él, visiblemente consumido por el cáncer, ella fresca y radiante como las margaritas del jarrón que recortado se veía al costado de la cama. Una mano sobre su hombro y una sonrisa que prometía no ser la última. Dejó la foto en la misma posición y con lágrimas ya visibles recogió sus cosas. Lo último que había sabido de su padre era que había muerto de cáncer, pero jamás se imaginó... Cómo podría haber relacionado... Esto era una verdadera...
Una enferma sensación de envidia se apoderó de Bruno, un cáncer distinto.
Cuando Amanda salió de la cocina traía dos cafés y un platito con galletas. Todo en el comedor estaba en orden, pero Bruno ya no estaba y por la puerta, entreabierta se filtraba un débil rayo de luz.
FIN |