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A puro olfato percibo, sin fundamento científico ni autoridad intelectual o moral que lo avale, cómo, la dura supervivencia de los más, ha puesto en rodaje un nuevo biotipo de mujer universal, cuyas virtudes inéditas, su hado, se inscribirían en un plano de subversión purificante, emplazada a desterrar o revalorar más bien, deshilachados cánones del comportamiento humano aún vigentes por trivial inercia de la sociedad planetaria, declinante en sus valores si es que alguna vez los tuvo.
Sospecho que ha hecho irrupción un venturoso magma renovador empeñado en hacer trizas el correaje que sujeta a la mujer como un pony de paseo, a los abstrusos y convencionales catálogos machistas.

La escopeta impetuosa de esta nueva mujer tiene puesta la mira en las vidrieras obscenas que exhiben la hembra funcional y predilecta del mono Ejecutivo. Chacal soberbio y crápula que domina a su antojo los principales resortes de la gestión universal transformando en objeto vil la femineidad, expuesta, “ad eternum”, a los caprichosos dictados de una colectividad conformada para usarla y no para respetarla. Los ejemplos son inabarcables en una crónica y de infinitud sideral.

Verbigracia: Hace unas horas todos pudimos ver por TV como le metían bala de fusil, arrodillada y de espaldas, a una pobre chica afgana acusada de adulterio.
Como comentario al margen dejo constancia que el vejamen pudo ser apreciado por los niños pues se pasó en horas tempranas de la noche.
Los adultos que lo permitieron y los dueños de los medios no tienen perdón de Dios, como decía la Felicia, la vendedora de flores de la otra cuadra que se enamoró del tano que le vendía los geranios al marido. Se propuso ser feliz de una vez por todas y se tomó las de Villadiego con el peninsular, cansada de ser maltratada por el cerdo de su consorte. En este caso proverbial el “cornudo” reaccionó como generalmente lo hacen los cobardes abusadores: Cuando comprobó que la palomita se le había tomado los vientos se frotó las manos : “Menos mal que me se la llevaron al “bagayo”. Allá en casita estará esperándome mi mamita del alma, mi santa viejecita a la que abandoné un día enceguecido por esa chirusa…”

El devenir tiene la palabra, pero tanta violencia contra la mujer alguna vuelta ha de pagar peaje. De modos diversos y cada vez más sofisticados - incluyo la tortura sicológica- el “miedo” del tipo hace pasto combustible de la mujer inerme e indefensa.

Mantenerla en la ignorancia, sojuzgada y sometida, es la consigna secular del “tipo” y también de las religiones de diverso signo cuya complicidad a estas alturas resulta escandalosa. Una herencia, la religiosa, que ha marcado - y marca - a las pobrecitas inocentes con el sambenito del pecado original, pretexto machista, retrógrado y rematadamente cretino.

Por citar un caso cercano a lo rioplatense mencionaré una suerte de prescripción que pronuncia el sacerdote previo a la ceremonia de los anillos (desconozco si sigue vigente) en virtud de la cual la desposada es explícitamente obligada a obedecer a su marido de por vida. Ni que hablar de proscribirse la disolución del compromiso sean cuales fuesen las circunstancias. Sólo la muerte “ debe separar”

Por otra parte rompe los ojos que a nivel laboral la mujer, registrando las mismas horas de trabajo y haciendo las mismas cosas que el hombre – tal vez mejor - se le paga menos y como si esta injusticia fuera poca, para matar el tiempo, es acosada por el patrón y el hijo del patrón.
Si está embarazada más le valdrá agenciarse un carrito y comercializar chucherías.
Las venden a los trece años, las prostituyen, arreglan entre los padres su casamiento con el viejo descalabrado que a lo sumo la podrá tocar un ratito, etc.
Estas acciones, pienso yo, conducen al hombre-macho-varón a su inevitable destrucción. Lo condenan a desaparecer como ente imprescindible y manifiesto.
Tiene la batalla perdida.
No preconizo exculpar y bajo ningún punto de vista ignorar a la torva, maliciosa, dañina y agresiva “tipeja” de rímel corrido y plataformas altas que con frecuencia confundimos con lo único que merece ser adorado: La mujer, la mocilla, la “mina” del alma.

Por eso confío que el nuevo tipo a que aludo, a la larga se va a imponer. Vaya si se va a imponer.
Varios millones ya ni se depilan y saben como dar el paso atrás y meter un “gancho” en la mandíbula.
Por más información ver Madonna; con esta bárbara y la vacuna que lleva su nombre se cerró la prehistoria femenina.
Se acabaron los versos.

El gran Eric Hobsbawm afirma con absoluta autoridad que las únicas revoluciones atendibles del S.XX fueron, a saber: La invención del jean y la salida extramuros de la mujer para trabajar.
Con licencia del sabio, cuyos textos recomiendo tanto como abandonar la costumbre de rascarse en público, entiendo que esto último trajo consigo un germen letal para la subespecie masculina. Desde entonces una nube siniestra se cierne inexorable en el horizonte del semental cuatro quesos.
En algún momento, que no creo posible avizorar aún, la mujer no va a necesitar del hombre más que para sacar el perro a la calle o alcanzarle el jabón.

¿Te imaginas caro lector al afiebrado cabrón ostentando con perplejidad un “aparato” que a los efectos de la conservación de la especie le asistiría tanto como el lóbulo de la oreja? Una trompita chiquititita e imperturbable a los únicos efectos de excretar líquidos incómodos.
Ellas se encargarán, arriesgo, de suprimir el deseo carnal con un par de pastillas que se podrán adquirir en el Super con un pack de regalo conteniendo el semen o vaya a saber qué, que se podrá ingerir con el café con leche o la malta a efectos de procrear sin que el “tipo” le exija a las dos de la mañana: “Date vuelta chée que me entraron ganas”…
Más horas de pensamiento racional, más horas de legítimo magisterio para hacer de los varones - así concebidos - otra cosa. Algo preparado para la felicidad y no para el bochorno de la especie.

Mira esto: Actualmente en China te permiten tener dos hijos sólo si el primero es mujer. En la gran potencia mundial que se atreve a vetar los desaguisados de los yanqees, la mujer vale menos que una cucaracha, que se come y es muy apetecible por esos lares lejanos, carentes de proteínas. Los fetos femeninos carecen de valor y me quedo acá. Tú, lector, te harás la composición de lugar.

Naturalmente que la nueva mujer está escalando posiciones ahí mismo, en las propias entrañas del coloso amarillo asediado, que, hay que ser justos, debe pelear a brazo partido contra una densidad demográfica de números implacables. La cuestión tiene que ver con la supervivencia y muchos son los ejemplos históricos que la emparentan con la abyección no deseada. Dentro de cincuenta años el asunto demográfico se seguirá disparando como hasta ahora, con el agravante que la relación será de uno a uno; terrible dilema que no se solucionará consultando Wikipedia.
Lo solucionará la nueva mujer.

A estas alturas alguien con mucha agudeza pensará con razón: Pero dime tú, espíritu contradictorio ¿acaso abogas por cambiar una dictadura por otra?
No, no es así.
No dispongo de ningún elemento de juicio que me permita atribuir a la mujer, en términos generales, el afán depredador del “prohombre” que conozco.
La belleza en todas sus acepciones es pródiga con la mujer; la belleza no es destructiva excepto cuando la representa Penélope Cruz. La obra funesta de la Teacher es un granito en la cara de Marilyn.
Porque veamos:
La nueva tendencia militante que pone el acento en los derechos del sexo es tan sabia que antes de pasarle por arriba como un camión al “tipo”, le propone de buena fe abrir cauces nuevos de entendimiento, trillar caminos juntos, tomados de la mano; agotar a como sea las vías de entendimiento y por supuesto, hacer del respeto de género una devoción.
Sin embargo por ahora son campanas de palo. Nada se avizora que dé paso al optimismo.

Los “tipos” como la rata de Noruega, van derecho al suicidio colectivo. Lo llevan en los genes pues una treta maquiavélica del destino, un sarcasmo inverosímil, ha querido que entre otros factores sociológicos la transmisora de su futura desgracia fuese precisamente… “la mamá”. ¿Te das cuenta?

La viejita…la viejecita de Gardel. La que acunó la voz de “El Mago”.
La “inmaculada” viejita que cuando se entera de tus devaneos con la hija de don Carlos, el jubilado de Institutos Penales, te agarra de las solapas, te mira fijo y te espeta sin recato: “Nene, vos a esa no le des un centímetro de ventaja ¿me entendiste?... yo sé por qué te lo digo. Se hacen las angelitas pero cuando menos lo piensas se arrastran con el conductor del colectivo en la última parada”. Luego de la magna obra operada en tu cerebro de proletario consciente te despierta al otro día, tan campante… con un mate y un beso.
Con las hijas mujeres las “santas viejitas” son peores y lo digo con propiedad pues en el conventillo que me crié estas cosas se saben. Cuando la gordita llena de granos encontraba el “candidato” por fin, era inmediatamente aleccionada por la “santa”: “Mirá que los hombres no sobran… el muchacho es miope, le faltan los dientes y es más petizo que vos pero… Isolina de mi alma, es el hijo del dueño de la pizzería y tiene un gran futuro. No le hagas la vida imposible y dile a todo que sí… verás como la pasas bien”.

Esa mutación brutal que afecta a la mujer, a juicio de un simple observador de la vida, evoluciona sin prisa ni pausa. En tres o cuatro siglos tal vez (si queda algo sobre la Tierra); digamos… en una fracción inabarcablemente pequeña del tiempo infinito, se hará patente el fenómeno.

Respecto al tercer sexo confío que sepa jugar sus cartas y ojalá que lo haga bien. Hasta ahí no llego y que me perdone Pachano.

Como el drama que se avecina, a esas alturas ignotas del tiempo, ni al polvo de mis huesos inquietará, lo tomo con sorna como seguramente lo tomarás tú, caro lector si me has seguido hasta aquí. Se trata de una venial excusa vestida de preámbulo para plantearte un asunto que desearía compartir amparado en tu amabilidad.

Acá en el Uruguay, un paisito de juguete,- un enano calentón según Lula - que no hay que confundir con la hermana República del Paraguay, cuna del genial Augusto Roa Bastos y Chilabert, en el cual el setenta por ciento de habitantes (dos millones y pico) convive en un radio de cien quilómetros a la redonda de su puertito de mil contenedores, se juega diariamente la Lotería Oficial. Al premio mayor se le conoce como “la grande”. Las aproximaciones del número afortunado tienen una recompensa consuelo, como que te devuelven, creo, el costo del billete o algo parecido.
Me disculpo por desconocer cosas tan importantes pues vivo en un monasterio y paso muchas horas en oración.
Justamente, a propósito de eso una señora mayor, muy querida por mí, suele espetarle mordazmente a su marido cuando se descuelga con algún “boniato”, la siguiente diatriba: “¡Qué paciencia hay que tener contigo¡...¡Yo sí que con el hijo de tu madre me saqué la grande y todas las aproximaciones juntas¡”.
Fíjate lector cómo, (tú puedes observarlo en tu entorno cotidiano, mucho más si eres mujer) ha evolucionado en pocos años aquella modosita atribulada y frágil que le zurcía los calcetines al marido-dueño, bigotudo y afranelado fanático de Apollinaire.

La mujer, la nueva mujer…Qué cosa deliciosa.

Con sus mechas violáceas y minifaldas de infarto, es capaz de jugarse la vida entre las patas de los caballos para defender contra lo que venga el derecho y la justicia pisoteados.
Esa mujer me vuelve loco.
Tal es así que a continuación me propongo homenajearla, pagando de tal modo y con la mayor buena fe, una cuenta pendiente respecto a un trabajo que publiqué- no me acuerdo en qué página- a resultas del cual me trataron injustamente de machista.
Soy machista sí, pero poquito…una cosita “así”

Con ese objetivo armaré un tablado sofisticado que puedo adelantarte, te dejará bizco. Utilizaré para mis fines el deporte del tenis que me importa menos que las alcachofas y reiteraré, con leves variantes, un texto que escribí hace años.

Primeramente si hablamos de tenis, es imposible omitir a la reina indiscutible: Serena William, la mejor tenista del mundo en “individual” y con su hermana Venus las mejores en “pareja”.
Como se sabe se trata de un deporte de elite, exigente y costoso como pocos, cuyo difusor, la rubia Albión, expandió por el ecúmene reservando los podios de mayor significación o jerarquía, a los/las blancos/cas con dinero.
Faltaba más.

El hecho es reciente y los titulares de la gran Prensa han vociferado por un ratito la nueva hazaña de las hermanas negras perpetrada en el mismo corazón de los imperialistas: Wimbledon.
Hitler se tuvo que “morfar” una hamburguesa similar y fue ahí donde empezó a perder la guerra. No podía creer que ante sus ojos, un maldito negro corriera como el viento y dejara a sus “máquinas” en ridículo.

Todo el mundo las reconoce y yo la gozo como perro con dos colas pues pertenezco al partido de los perdedores como su raza, dantescamente sacrificada, ninguneada por siglos hasta hoy. Pero, pero… en este caso ya hizo sus cuentas la nueva mujer.
Aquí el final del “tipo” será más doloroso. No lo lamento.

Lo que se leerá a continuación lo escribí hace algunos años, como va dicho, y tiene como protagonista de la historia a Venus William, una mujer que conocí casualmente a través del “éter” y me enchufó una admiración desequilibrante.

Estimo que mi insignificante homenaje a las fabulosas afro descendientes y en tal propósito involucro a la nueva mujer, bien puede simbolizarse en este texto apenas modificado por razones de mejor decir.
Articulé en aquel momento lo siguiente.

oooOooo

Ayer por la tarde vi a Venus William (a través de la tele) disputando una final de tenis, damas individual, en un estadio de N.Y. Su contrincante, una flaquita asiática de origen coreano, cuyo triple nombre obviamente no me quedó, parecía poca cosa para el imponente rival.
El tenis me produce bostezos de tiempo y medio no obstante, contra todo pronóstico, quedé prendido de la pantalla por el carácter aguerrido que había alcanzado la contienda.
Lo que pudá apreciarse distaba mucho de ser lo que se da por llamar una “justa deportiva”.
Peleaban a muerte, encarnizadamente. Cada raquetazo implicaba un grito voluptuoso, un puntazo de electricidad en la ingle.
Venus, cuerpo y tatuajes de estibador, acechaba cada movimiento de su contrincante columpiándose sobre sus caderas de manganeso. La mirada felina se clavaba en cada movimiento de la flaca. Imaginando el probable curso del saque de la otra repicaba nerviosamente la punta de los dedos sobre el entramado de la raqueta. El fuelle infatigable de las aletas de la nariz acentuaba la tensión de los pómulos lustrosos.
Cada bola iba dirigida como un proyectil de obús y el impulso y la voluntad de ambas para neutralizarlo me provocaba escalofríos.
Hay que decirlo: Venus al cabo de las dos horas y media denotaba cierto cansancio y la coreana… como si nada. Gélidamente concentrada en su “asunto” se despachaba con la rapidez de una gacela y la rapacidad destructiva de una loba. Dúctil al milímetro instrumentaba la raqueta como bien lo haría un “back centro” con su pierna de “lapacho argentino”, siempre atenta a “acariciar” la canilla del rival.
Los ojos, oblicuos e inexpresivos contrastaban con los músculos de la cara y el cuello, exigidos a tope. Una voluntad de hierro, en suma, al servicio de un objetivo bien concreto.
Esa mujer con un “bufo” en la mano, pensé, enfrentada a una situación límite, no titubearía. La otra… menos que menos.
Al cabo de batirse hasta las últimas consecuencias…Venus “marchó”.
El público hacía silencio. Había caído su ídolo.
Saludó convencionalmente a su rival, arregló con sencillez algunas cosas de la mochila, tomó del pico de una botellita mientras abarcaba con la vista el escenario de su derrota, se pasó una toalla por la cara y axilas tras lo cual buscó el camino del vestuario sin bajar la cabeza. Pasado el momento de estupor muchos la ovacionaron pero nadie la acompañó al salir pese a que el estadio reventaba de gente. Creo que nadie se animó a acercársele.
Con el patetismo clásico del espectáculo televisivo una de las cámaras tomó a la madre y la hermana llorando allá lejos, como si se tratase del (dramático) retiro final de Elvis Presley.

Exteriormente nada delataba la bronca que consumía a la fiera. Se retiraba para lamerse las heridas en soledad, discretamente, sin llantos ni saludos al “respetable”.
Esa virgen negra – reflexioné con admiración - bien podría haber comandado un piquete de obreros sublevados y enfrentar los tanques con palos y cascotes, como aquellos bizarros/as y gloriosos/as republicanos/as de las minas asturianas. (Nota de Junio 2012: Salieron otra vez a luchar para felicidad del amado pueblo español ¡¡¡¡BRAVO¡¡¡¡¡)
Contoneándose como un basquetbolista se introdujo en un túnel y ahí la perdió el foque.

La ganadora de la contienda, más distendida y ciertamente dichosa, era muy aplaudida por la hidalga concurrencia a la cual saludaba elevando la raqueta. Brindaba su triunfo con una sonrisa franca que no ocultaba, sin embargo - al menos para mí -, más allá de la proverbial y respetuosa sobriedad de los asiáticos, un mohín característico que ya se ha universalizado entre “ellas”, que pareciese sugerir un aviso de advertencia tétrica: “Con tres o cuatro fustazos les damos alcance a estos pobres “todopoderosos” y ponemos el número en los últimos quinientos…”
Concluyo el reporte con una apreciación que es de justicia.: Como de un partido de fútbol, jamás sospeché que iba a disfrutar tanto del deporte “blanco”.
Fue poner la cabeza en la almohada y ocurrírseme, por bobear, los siguientes pasos virtuales de Venus.
He aquí una visión brumosa del entresueño.

000o000

Una vez fuera del estadio habría enfilado hacia la limousine que la aguardaba, previo firmar algunos autógrafos con desgano y despachar con fastidio a los periodistas y fotógrafos que deseaban verla llorosa y “escrachada”; en actitud humillante.
- A casa Leopoldo…
Una fina llovizna acentuaría la melancolía de esa leona no acostumbrada a perder sus presas.
Entre lóbregos pensamientos se arrellanaría en el asiento; abriría en tijera sus largas y hermosas piernas, se serviría maquinalmente un refresco de la heladerita, lo sorbería lentamente al tiempo que enroscaríase morosamente en un dedo una mota del pelo planchado.
>
El enorme espacio del coche, apenas entibiado por una enorme foto familiar, haría el milagro de transformar el estrés y la rabia que le rebulliría las tripas en un letargo gotoso y lánguido. Observaría por la ventanilla una parejita alegremente empapada, abrochada por un beso pasional.
>
Le daría por cavilar acerca de las posibilidades que se abrían en su futuro inmediato: Puras “pálidas”.
De pronto, cual ráfaga de viento fresco, una idea encantada la sacudiría. Se acercaría al pequeño micrófono y ordenaría:
“Leopoldo cambié de opinión...vamos hasta la ocho y la veintidós”
Aunque el tránsito hasta la lencería por la vereda - a saltos de charco- fuese breve, los transeúntes la reconocerían inmediatamente. Alguno la aplaudiría y en el intento el paraguas se transformaría en un “ochentaiocho”.
Se introduciría ágilmente en un local exclusivo y pediría la combinación de seda que venía “relojeando” desde hacía un tiempo. Algo despampanante como para noquear de entrada. Tomaría el celular, digitaría unos números y se apantallaría con una mano para no llamar la atención.
- Bichito... ¿cómo estás?
Su “Bob Marley”, con voz de pirado le contestaría desde lo celestial:
- Hola Randy...
- Qué Randy ni Randy...soy Venus,¡¡¡cretinazo¡¡¡ (las vendedoras se mirarían con picardía).
- ¡Oh¡...Nena discúlpame, pensé que se trataba de mi prima la cieguita…Discúlpame por favor. ¿Qué clase de tonto soy?...
Firme, con el aparato apretado entre un pómulo y el hombro, brazos en jarras, perniabiertas bien asentadas en el piso, le endilgaría:
- Te voy a dar a vos “prima cieguita” ¡¡¡Degenerado¡¡¡...Pero en fin...dejemos ese tema.
La sangre guerrera también adolece de debilidades.
- Decime bichito ¿no te agradaría pasar por mi departamento dentro de un rato? Tomaríamos unos drink’s y de paso te mostraría en vivo y en directo la combinación que me compré recién. ¿Qué le parece la propuesta a mi cucuruchito de chocolate.
- Hélena... digo Venus…No sabes como la estoy pasando por culpa de un juanete. ¡Creo que me llevará a la muerte¡ Justo en este momento voy camino del pedicuro. Dejémoslo para mañana… ¿O.K. nena?
(Desorbitada)- ¿Así que un juanete? ¡¡¡ Pero por qué vos y tu podrido juanete no se van un poco a la rey de la...¡¡¡


LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados.
Junio de 2012.

Texto agregado el 13-07-2012, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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