Analí, sueño y canción, luz y flor, se levanta presurosa de su lecho de rosa, suave y mullido, para respirar el aroma fresco del pan recién sacado del horno que su madre ha hecho con mucho amor.
La princesa de los cuatro botones, como la llama su madre, se viste presurosa para no perderse ni un segundo del mágico momento en que ésta corta una senda tajada del pan calentito y lo unta con una mezcla de mantequilla y miel.
Madre, ya estoy aquí, le dice con su voz cantarina, mientras que se cuelga efusivamente de su cuello y le da un cariñoso beso en la mejilla. Apresúrate, le dice ella, recuerda que tenemos que salir muy temprano y el camino es largo.
Un nuevo viaje y su mente se llena de la ilusión de ver nuevamente esos rostros tan queridos, en especial, el de su abuelo, el rey, como Analí le dice.
Aún recuerda cuando con sus escasos 6 años, en uno de esos emotivos encuentros, su querido abuelo le regaló un lindo abrigo color rosa con 4 botones relucientes de plata pura; él le dijo que esos botones tenían un don y que ella tenía que descubrir cual era.
Desde ahí, la llamaron la princesa de los cuatro botones pues ella se ponía su abrigo en todo momento y siempre repetía lo que su abuelo le había dicho, que esos botones tenían un don y ella tenía que descubrir cual era y aunque ya estaba bastante crecida como para ponérselo, jamás lo dejó de lado, especialmente cuando iban a visitar a su abuelo, Analí lo llevaba consigo. Aún no había descubierto cual era el don de aquellos mágicos botones, pero se sentía feliz cuando la llamaban asi: la princesa de los cuatro botones.
Terminado el desayuno, se dispusieron a emprender el largo viaje para el tan ansiado encuentro, sentada al lado de su madre, Analí veía pasar asombrada los paisajes cuajados de verde espesura. Brillantes torbellinos de colores se juntaban entre si, movidos por la acción del viento, eran como una sinfonía silenciosa, que solo un director invisible sabía manejar con mucha maestría. Su mundo pequeño de hija única, querida y cuidada por todos, se abría con alegría al contemplar la maravillosa vista que se ofrecía ante sus ojos.
Cuando de pronto, el paisaje cambió abruptamente, espacios estériles de vegetación daban cuenta de chozas destartaladas, con niños famélicos deambulando en derredor, Analí en un impulso hizo parar el carro para poder ver de cerca aquel panorama que le angustió sobre manera.
Su mirada se posó en una niña pequeña, que recostada en una tabla, jugaba con un pedazo de trapo, al que acunaba como si de una muñeca se tratara. Se acercó cuidadosamente a aquella niña que le había llamado tanto la atención y le preguntó cómo se llamaba, la niña alzo sus ojos y le dijo, Analí, me llamo Analí. Su sorpresa fue mayúscula al enterarse de que aquella niña tenía un nombre como el de ella, la princesa de los cuatro botones le preguntó quien le había puesto ese nombre y la niña le dijo: mi mami. Analí le preguntó dónde estaba y la niña, con un acento triste le dijo: Mi mama está adentro, acostada, está enferma. Era temprano aún pero corría un viento helado que hacía que la piel de aquella niña, se viera ligeramente amoratada. Sin zapatos y con un vestidito raido, parecía ajena a su triste situación, pues su rostro, aun no endurecido por las dificultades, reflejaba inocencia. Analí se acordó de su pequeño abrigo de lana rosa y corrió al carro para cogerlo y ponérselo a la niña, quien sonrió complacida al sentir un calorcito abrigándola.
Analí le pidió a su madre que la acompañara a visitar a aquella mujer enferma y ver en que podían ayudarla, cuando después de llamar y preguntar si podían pasar, una voz desde adentro les dijo que si, ellas entraron y vieron a una mujer profundamente enflaquecida, acostada en un camastro, la madre de Analí hizo un gesto de sorpresa al ver el rostro de aquella mujer, Juana? Eres tú?... los ojos de la enferma se volvieron en dirección a aquella voz y rompieron en llanto. La madre de Analí se acercó y volvió a preguntarle si era Juana, ella asintió. Pero que te pasó… desapareciste de nuestra casa y no volvimos a saber más de ti…. Le pregunté en muchas ocasiones a la comadre Rosita por ti y ella me dijo que no dabas señales de vida.
Analí y su madre, ayudaron a sentarse a Juana, quien llorando les contó su triste vida al lado del hombre que con engaños le hizo mil promesas de amor y se la llevó, solo para darle mala vida, su enfermedad vino después del nacimiento de la niña, a quien le puso Analí en recuerdo de esa otra niña que ella había ayudado a cuidar. Estoy muy enferma, dijo Juana y mi angustia es muy grande pues cuando falte yo, no sé qué será de mi pequeña. Analí miró a su madre y en un instante supieron que iban a hacer, se llevarían a Juana a un hospital para que la atiendan y la pequeña Analí se quedaría con ellas.
Camino al hospital, Analí, miraba a aquella niña pequeña que sonreía abrigada con su abrigo rosa y de pronto descubrió la gran verdad dicha por su abuelo, los botones de plata pura eran mágicos, tenían el don de cerrarse en torno al cuerpecito frágil de aquella niña y proporcionarle el calor que tanto necesitaba y además tenían el don de reflejar el alma generosa de quien una vez lo usó: la princesa de los cuatro botones.
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