¿Eres tú Celeste? - preguntó la bruja del barrio a la rubia delgada que
estaba sentada en el tapial de la casa de su abuela. La muchacha no
respondió porque de pequeña, esa señora (que desde sus más remotos
recuerdos era vieja), la atormentaba en sueños.
¿Tú eres Celeste, querida? - insistió.
La muchacha sucumbió ante la amabilidad del tono de voz y la sonrisa
fingida de la mujer de dientes amarillos, y casi como producto de una
rara hipnosis contestó: "qué desea de mí".
- Necesito hacer un brebaje para embellecer a una solterona muy
adinerada del pueblo. Me dará $2000 y una cajita de palisandro llena de
pulseras de plata y nácar, si logro que al cabo de 35 días haya
conquistado al Policía en Jefe - explicó la bruja.
- ¿Y cómo puedo ayudarla yo? - preguntó Celeste.
- Para la pócima mágica necesito de la ayuda de la joven más bella de la
zona.
La rubia, muy oronda, se arregló el flequillo con los dedos blancos y
largos como velas de cera y se acomodó en la tapia, dispuesta a escuchar
más.
Al cabo de una breve pausa la bruja continuó: - Sólo necesito una pizca
de mucosidad de tus fosas nasales, que almacenaré en este frasco que
posee un conservante verde a base de hinojo fresco.
- ¿Y qué gano yo con ayudarla, señora?
- Te daré unas pulseras - respondió la hechicera.
- Me parece algo irrisorio. ¿Y si decido no ayudarla, qué?.
- El Comisario le pedirá la mano a tu padre y como tiene una propiedad
envidiable y un sueldo generoso, arreglarán una boda por conveniencia.
Y como una fotografía en la mente de Celeste, apareció el rostro deforme
y grasiento del jefe de la fuerza policial, sin faltar el detalle del
mechón de pelos que salía por cada una de sus orejas.
La bonita rubia no dudó un instante y excarbó con sus delicadas uñas
pintadas "a la francesa" dentro de su nariz, hasta hacerla sangrar.
Lamento no poder contar más, ya que nunca supe si el hechizo dió
resultado, porque al poco tiempo me mudé del pueblo. |