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La visita a Tikal, además de generar un cúmulo de experiencias sensoriales, anímicas, extraordinarias, generó una historia que traduje a cuento. Aquí la dejó, en este espacio de ensayos; creo que acompaña bien al diario de viajes anterior.








Esteban lo reconoció sin esfuerzo; estaba de pie, hablando a un grupo de visitantes en las puertas de la ciudadela Tikal. Pelo cano, vientre desbordado, arrugas visibles congelaban su expresión. Le miró sin doblez, seguro de no ser identificado. Esteban pasaba desapercibido en medio de conocidos de antaño; era una ventaja que utilizaba siempre para decidir a quien hablar o evitar. Pero era Manuel, no tuvo dudas. Su memoria no olvidaba un rostro con facilidad.

La inquietud removió sus recuerdos mientras escuchaba la voz gastada y maquinal de Manuel: amigos, señores, ¡atención!…no olviden usar repelente, la pasarán mejor, caminaremos un buen trecho…. En un instante de duda quiso ratificar la impresión inicial sobre su identidad, entrecerró sus ojos miopes, pero no, era Manuel; Manuel Fernández, el de la novia muerta en aquel lejano y confuso incidente. Mira dónde lo encuentro, ¿cómo llegó hasta aquí?, no eligió mal, al menos, muchos lo creyeron muerto, negó siempre que le encajó el tiro en la nuca a Carito, caray cómo pasan los años, seguro que me veo igual de viejo.

Recuerdo su versión: disparé el arma para defendernos de un par de ladrones que nos atacaron en ese descampado. ¿Y para qué fueron a ese lugar tan alejado?...Carito no quería ya nada con él. Pocos o nadie creyó la historia, yo al menos, no…la policía lo presionó, y cuando parecía que lo arrestaban se lo tragó la tierra. Las anécdotas duraron un tiempo y, como todo en la vida, desparecieron de a pocos en las conversaciones cotidianas y de los tensos recuerdos de Esteban. ¿Hallarlo en Tikal, ahora?, parece un guatemalteco más, pero bueno, somos lo mismo, al fin, ¿no?...

Intentaba dejar a un lado los detalles cuando el primer templo de pulcras rocas festoneadas apareció antes sus ojos, las esbeltas escalinatas tocaban el cielo. Total, si la mató en verdad ya pagó sus culpas, lejos de la patria, de su familia. Senderos arbolados, a lo lejos, en medio de la espesura del bosque pirámides como volcanes desactivados de vigilantes crestas de piedra caliza. En fin, son cosas del pasado y saludarnos no va ser nada bueno para él ni para mí. Y no me reconocerá, si estoy tanto o más viejo que él. Iba adelante Manuel, abriendo camino con el grupo que seguía atento sus descripciones. En algún momento se refirió al Perú comparando datos históricos, pero, no mostró ninguna emoción en su rostro.

Con el nombre de su patria rebotando en las paredes del recinto, el ánimo de Esteban retomó el pasado con tensión. El trazo de la bala no pareció seguir la ruta para repeler un asalto, el proyectil le perforó a Carito el cráneo desde arriba. Eso dijeron los diarios. Pero, bueno, así se arma el día a día, hubiera preferido un guía distinto. Los sucesos perdidos en la memoria, su avidez por la fantasía y la construcción de historias no hacía que el rostro envejecido del amigo sea la mejor compañía para disfrutar de los labrados mayas. Pero, sí, es verdad, no pudo hallar Manuel lugar más parecido a nuestra patria, está en un país gemelo, la exacta reposición de su pasado. Eligió bien Manuelito, pensó, mientras le escuchaba describir con suaves tonalidades caribeñas el significado del juego de la pelota.

De pronto, sin aviso previo, con el sol brillando, los envolvió un aguacero tropical que hacía tiempo no veía. Lamentó no haber tomado el abrigo de plástico que le ofrecieron. Junto al grupo corrió a refugiarse en una pequeña pérgola en medio de la encrucijada de caminos que conducían al Mundo Perdido. Se apiñaron como pudieron en medio de turistas empapados hasta los huesos. Manuel se fue deslizando y acomodando hasta tocar el perfil de Esteban. Vaya, qué cosas, nadie lo hubiera preparado mejor. Contactaban sus fronteras y el agua se deslizaba de sus cuerpos haciendo un charco cada vez más grande sobre el cemento. ¿Qué hago, me retiro un poco, me voy a dónde?, hay un espacio más atrás, me moveré de a pocos. En mi patria no llueve así, le dijo Manuel de pronto, nervioso y sin mirarlo. Si alguna duda mantenía Esteban, la disipó en ese instante, claro que es él, ¿qué digo?, le seguiré la ruta. ¿Y de dónde viene? le replicó. Dudó en contestar Manuel, como si se hubiera dado cuenta que hay cosas que es mejor borrarlas de la memoria aún frente a un extranjero desconocido. Prefirió el amigo, luego de un largo silencio, evitar compromiso con su patria lejana y le dio el nombre de un país cercano; sus ojos descansaron en el infinito, masticando su memoria. La lluvia se colaba por el techo de palma, amenazando con ceder. Se acomodó Manuel dentro de sus ropas humedecidas, ordenando sus ideas. Estoy aquí más de veinte años,..¡imagínese, quién creyera! enseguida golpeó sus suelas sobre el charco, acto inconsciente, defensivo, nervioso. Tiene ganas de hablar, mi acento, quizá se ha dado cuenta que soy peruano o reconoce en mí algo familiar, cercano, o nada más sintonizar con el diluvio que limpia el cielo y desligarse de los recuerdos que seguro le cuesta retener. El vendaval continuaba como si el dios del agua hubiera dispuesto esa tarde ser sólo lluvia. Manuel sacó su cabeza del recinto, el agua le caía como lancetas; no, la lluvia tenía para rato.

Se apartaron un poco, algunos turistas prefirieron salir del refugio y correr hacia la explanada, a mojarse, extendieron sus brazos y manos, cara al viento como retoños mayas que crecían con la lluvia.Vaya, que placer. Manuel se expandió también y se dispuso a seguir hablando, sin mirarme. No creo que algún día regrese a mi lugar, formé familia, hijos, salí como dicen por mi tierra: reventando los caballos, ¡hace tanto de eso! Dejé todo, en medio de un incidente penoso. Esteban, nervioso, no se atrevió a preguntar, ¿y si equivocaba el tono, la pregunta?... además no fue necesario, Manuel siguió hablando mientras el aguacero curvaba el precario techo. Fue un incidente confuso, ni yo mismo sé en verdad qué pasó mi amigo, estaba en copas, y no lo recuerdo…pero qué digo… si lo recuerdo con frecuencia…pero, ¿qué hago aquí, contándole mis penas?, usted tendrá las suyas…además las infidelidades deben pagarse…¿no le parece? La lluvia amainó como vino, sin darle tiempo a Esteban para contestar. De pronto, con la misma celeridad de su partida, el sol volvió a brillar; tímido al principio, pero ya se estrellaba en las escalinatas de piedra, rebotaba sobre la pirámide gemela y se hundía en el césped húmedo como diminutas lámparas incandescentes. El escenario volvió a tener un faro de luz natural que lo acercaba a sus recuerdos. Manuel caminó ligero para reunir al grupo y nos condujo de regreso hacia los buses. En la ruta nos mostró un par de árboles que crecieron unidos formando dos figuras humanas abrazadas por el amor. Risas, comentarios, voces con bromas anónimas. Pero, sí, era bella la figura, parecían unidos por manos humanas, para hacer el amor por siempre, sin disparos, alejados de la infidelidad. Con los reflejos vespertinos perdiéndose entre el bosque espeso subimos al bus que nos llevaría de vuelta a la pequeña y apretujada Isla de Flores. El guía, de pie, en medio de las escalinatas del museo, agitaba tímido las manos.

Alguien preguntó por mi ánimo distraído. No es nada, respondí, quizá más tarde, en medio de la tertulia le cuente la historia completa: que Carito pasó conmigo la noche anterior a su muerte. Ahora sólo quería darle una mirada final a Manuel que se empequeñecía en medio de la espesura de la selva.






Texto agregado el 10-07-2012, y leído por 613 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-07-2012 Muy buena la descripción del ambiente de la selva petenera, con su verdor y lluvias repentinas. De la historia de los hombres dan ganas de saber más...creo que el público clama por la segunda parte! Un saludo, amigo! galadrielle
12-07-2012 Nuestro guía en Tikal, nos decía que los 'Indios mayas' ni son indios ni son mayas. Lo de 'indio' ya lo sabes ¿Lo de 'maya'? Cuando los españoles llegaron preguntaban a los indígenas quienes eran ellos. Estos les conterstaban 'mayi' una y otra vez. Los españoles creyeron que decían 'maya'. Mayi en kechí quiere decir "no entiendo". Y esos son los 'indios mayas'. za-lac-fay33
12-07-2012 Un dia de estos, talvez, logre estar eb Machu Pichu, siendo guatemalteco ¿Sentiré lo que tu, como peruano, sientes al estar en Tikal? Probablemente. za-lac-fay33
12-07-2012 1. ¿Somos los mismos, al fin, no? ¡Claro que somos los mismos! Y… Aunque el hombre no mostrara ninguna emoción en su cara, tú y yo sabemos que la tenía en el corazón, ya que cuando se visita un sitio como Tikal, nuestra añorada patria se dibuja más y más en nuestros corazones, porque no sé qué tiene Tikal, no sé qué tiene Guatemala, (continúa…) SOFIAMA
12-07-2012 2. no sé qué tiene ese país, pero el visitante que llega a conocer esos parajes, ve reflejada en cada estela, en cada parque en cada persona, su propio terruño. De ahí, que tu afirmación: ¿Somos los mismos, al fin, no? Tiene asidero. ¡Claro que somos los mismos! Cuando se está en cualquier parte de Guatemala, nos convertimos en uno de ellos. SOFIAMA
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