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Dile a mamá que ya vuelvo
Leopoldo Jahn Octubre 2.000







- ¡Dile a mamá que ya vuelvo!, le gritó Camilito Peñaranda a su hermana, Carmina, que lo miró con desdén mientras continuaba impertérrita intentando embochar con la perinola de plástico sentada en las escaleras que estaban en la entrada de la casa. Camilito brincó los cuatro escalones y siguió corriendo hacia la carretera sin mirar hacia atrás, porque si no se hubiera dado cuenta de que su hermana estaba muy concentrada en sus reboliches como para dar la vuelta a la casa y avisarle a su mamá, que a esa hora de seguro que estaba ocupada peleando con las condenadas maticas de pimentón que no terminaban de dar frutos, o si los daban, los perros callejeros se los comían antes de poder recogerlos.¡Jacinto Peñaranda, cuando coños vas a poner la cerquita metálica para que los perros no me jodan las matas!, Solía gritar Doña Gregoria a su marido, que usualmente le contestaba que un día de éstos, cuando no llegara tan cansado del campo.
Era sábado, y aunque de seguro sus amigos se encontrarían jugando caimaneras de beisbol en el solar de junto a la iglesia, Camilito tenía algo más importante que hacer. Su padre le había dado dinero y todo, justo antes de irse a casa del compadre Julián a jugar dominó. Mientras caminaba por la carretera de tierra, que estaba condenadamente seca y polvorienta en aquella época del año, se palpaba sobre el pantalón para sentir el rollito de billetes bien empaquetados y acomodados al fondo del bolsillo derecho, porque el izquierdo tenía un hueco por el cual le cabía la mano entera. Afortunadamente ya eran las cinco de la tarde y no pegaba el sol, porque si no hubiese sudado demasiado en la caminata de dos kilómetros desde la casa hasta el pueblo. Estaba un poco preocupado porque no sabía si su hermana, la gafa esa que se la pasaba escribiéndole cartas a Ricky Martin y a Servando Primera como si aquellos le fueran a contestar, le había dado el recado, y si no volvía antes de que oscureciera a su mamá le iba a dar un susto, como la vez aquella que se quedó dormido en la cochinera y todo el mundo salió a buscarlo machete en mano porque creían que estaba en peligro. Y no era porque Camilito fuera atrasado, que va, él se conocía todos los caminos y veredas de la zona de tanto deambular por ellas. Su mamá se preocupaba porque cuando oscurecía por esos lares comenzaban a salir los aparecidos como El Descabezado, que vagaba por los campos buscando la cabeza de un mortal que le quedara bien, o la Novia Eterna, que se había suicidado cuando encontró a su enamorado en la cama de otra y ahora quería encontrar novio nuevo para llevárselo al mas allá junto con ella. ¡Como no camarada, aquellos parajes eran peligrosos cuando la noche caía!. Y cuando caía, no era poco a poco, sino de golpe. En un segundo las chicharras se callaban y los grillos comenzaban a cantar, la luna sustituía al sol, y un viento frío se le metía a uno por todos los huequitos que tuviera la ropa.

Camilito apuró el paso, al pensar en los aparecidos. Tenía que ir y volver rapidito. Las alpargatas se le estaban llenando de piedritas al caminar, pero se las sacaría después. De nuevo metió la mano en el bolsillo, sólo para cerciorarse. Camilito no sabía contar muy bien, puesto que a sus dieciséis años, y a pesar de su tamaño de hombre adulto todavía andaba tratando de pasar el segundo grado. Por eso su papá había contado el dinero por él y se lo había enrollado con una liguita plástica. Esperaba no equivocarse al llegar.
Finalmente entró al pueblito de San Onofre, donde lo recibieron los perros esqueléticos y sarnosos que rondaban la pollera, el único restaurante del sitio y donde a esa hora ya comenzaban a llegar los hombres para gastar en aguardiente lo que les habría sobrado luego de la borrachera del viernes y de lo que le habían dado a sus mujeres para las compras de la casa. Camilito tuvo que caerle a patadas a los condenados perros para que lo dejaran tranquilo, y aquello pareció causarle risa a un grupito de tres hombres gordos y bigotudos que blandían sendas cervezas, e inmediatamente comenzaron a burlarse de él. ¡Epa Cabezón (así le decían los desgraciados cuando su papá no estaba cerca para defenderlo) ven para que me leas algo en el periódico que no entiendo!, le gritaron aludiendo a su falta de inteligencia. Camilito había aprendido a no hacerles caso, tal y como su mamá le había enseñado “No hagas nada, no grites, no contestes, no gruñas, que eso es lo que quieren”. Camilito siguió su paso por el centro de la calle de tierra, seguido de cerca por los sucios animales. Pasó frente a la iglesia y se santiguó, como se lo había enseñado el padre José. Al lado estaban los muchachos jugando pelota, como era costumbre, y cuando se dieron cuenta de que llegaba y lo llamaron, él les contestó desde lejos que no podía, que tenía una encomienda que cumplir. Por unos segundos dudó si continuar o lanzarse a jugar con sus amigos, pero se lo había prometido a su papá, y no quería defraudarlo.

Al llegar a la iglesia, donde se acababa la calle central, cruzó a la derecha, luego de pensar largo rato donde estaba la derecha y recordarse de que su papá le había pintado una marca en la mano correspondiente para no equivocarse. Siguió caminando hasta encontrarse con la casa verde, de una sola planta, con la puerta y ventanas protegidas con rejas negras que le había descrito su padre. Se acercó a la puerta principal y tocó la puerta de madera por entre los barrotes de las rejas. Poco después, una mujer, la más hermosa que había visto en su vida, le abrió la puerta y le brindó una sonrisa un tanto desdentada con una enorme boca pintarrajeada del color más rojo que podía imaginar. Las tetas se asomaban por entre el escote del vestido como luchando para salirse de él, y Camilito no les quitó la vista de encima, de seguro eran enormes, más grandes que las de su prima Catalina, a quien había visto a través de un hueco en el baño de su casa. ¡Hola nené, seguro que eres Camilito Peñaranda, tu papá me avisó que vendrías, pasa y acomódate, que ya te atiendo!. El muchacho no atinó a responder nada, sino que simplemente volvió a palparse el bulto del bolsillo y entró a la casa. La mujer le rodeó los hombros con su regordete brazo y lo apretujó contra ella mientras lo llevaba adentro. Camilito sintió que algo se le alborotaba dentro de los pantalones y comprendió por fin que es lo que su papá le dijo que iba a hacer.

Media hora después, Camilo Peñaranda, anteriormente conocido como Camilito, salió orondo y sonriente de la casa verde, con un pasito un tanto apurado, a ver si llegaba a su casa antes de que oscureciera.

Texto agregado el 01-08-2004, y leído por 170 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-08-2004 Este texto, más allá de que sabe a papelón con limón y huele a campo venezolano, me parece que logra recrear una atmósfera de inocencia y ternura deliciosa. Nos descubre al personaje poquito a poco, nos sorprende al quitarle la sábana de encima al niñito y mostrarnos al hombre atrapado y liberado cual mariposa al final. Gracias por compartirlo con todos. Nina Flor_marina
02-08-2004 Buena esa por Camilito, que muy seguramente ahora es Camilote. fuentesek
 
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