Un día, con temor, sentí cómo unos dedos largos y helados se posaban sobre mi espalda.
La escuché caminar junto a mí, suavemente, acariciar mi pelo, entrar en mi corazón y penetrar mi alma.
Saboree besos amargos y fríos con aliento de escarcha.
Voltee a los cuatro vientos y vi toda… toda su gran inmensidad.

Me habló con su voz de eco y me preguntó.
“¿Por qué me temes? ¿Acaso temes estar contigo mismo?”
“¿Acaso no es más triste la soledad que se sufre en compañía?”.
Me dijo que siempre tendrá tiempo para estar conmigo, y que ella disfruta mi compañía.
Que cuando todos me dan la espalda ella es, mi fiel y verdadera amiga.
Me explicó que todos, nacemos solos... y morimos solos... Y lo entendi...

La soledad se ha instalado en mi casa.
Amanece junto a mí. Me gusta su frio abrazo.
Cuando me voy me despide y al regresar me recibe.
Me abraza muy tiernamente y se acurruca en mi regazo.
Me dicta algún poema y se esconde cuando alguien llega.
Ahora sé que es mi maestra. Me permite ver lo que fui, soy y seré.
Me ha enseñado el placer o el dolor, de la libertad de ser quién soy.

Se que ella anda con otros...
Casi con tristeza acepto, que algún día se ira...
Me abandonara...
Entonces...
Entonces será mi amante...
Nos veremos a escondidas... Nos encontraremos en cualquier lugar a solas.

Ella está convencida de que moriré junto a ella.
En fin. Eso ya se verá.

Rafael Hernández García.
Cancún Quintana Roo Mex. Junio del 2012