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Hago uso de la palabra, porque a través de ella puedo expresar lo que acontece en mi interior, lo que sueño, lo que invento, las dudas que me surgen en el vivir día a día. Cuando las ideas fluyen, siento que logro plasmar, aunque sea en una mínima parte, todo lo que me preocupa, me deslumbra o me hace dudar; sin embargo, es la duda la que gana siempre, la que me hace temblar y angustiarme, en si lo que vivo, lo que pienso, lo que escribo vale la pena, o es un triste remedo de mi vida o de lo que quiero decir..
Aprendí a escribir alrededor de los 6 años y desde entonces la palabra escrita ha sido una compañera constante, tanto en mi época escolar como en mis jugueteos con ella. En la escuela, siempre se comportó a la altura, emborronando apuntes y exámenes sin chistar y cumpliendo diligentemente su función de transcriptora del conocimiento. En la intimidad, en los juegos, la palabra ha sido otra cosa, porque desde entonces se porta conmigo como si no le importara en absoluto mis dificultades para escribir. Algunas veces me trata bien y entonces, con su ayuda voy haciendo textos o cuentos que según yo, tienen algún mérito; en otras ocasiones, se larga de juerga y me abandona a mi suerte, dejándome con las ideas estáticas y la página en blanco, donde según ella es como mejor se expresa, en silencio. “Eres una hipócrita”, la increpo entonces, “¿cómo sin escribir voy a contar o a decir lo que me acontece, todas las inmensas dudas que me inquietan?”. “Si lo que vas a expresar son puras dudas, entonces no las escribas, primero ponlas en claro en tu cerebro, en tu corazón o donde quiera que puedas tenerlas y luego que sean certezas, entonces sí, trata de escribirlas y yo te ayudo”.
La palabra es una cínica, sabe muy bien que aunque me enoje y haga berrinches, siempre tengo que volver a ella y a suplicarle su ayuda. La única forma en que puedo comunicarme hacia el exterior es por medio de ella. Ya sé que hay muchas otras formas de expresión: la imagen, las señas, los gestos, los sonidos; la escultura, la música; pero yo también soy algo necio y pienso, que ahora quiera ella o no, tiene que ayudarme y dejarse escribir de la mejor manera y en el contexto adecuado para que quien me lea, me comprenda.
“Pero, ¿quién va a comprender lo que escribes?”, me dice. Si la mayor parte de las veces lo haces con las patas?” Me enojo ante sus comentarios, pero me contengo a duras penas, porque no le falta razón en parte y por conveniencia, puede darse el caso de que se enfurruñe de veras, se largue definitivamente y me deje más desamparado que un perro callejero.
Cuando escribo me transformo. La palabra entonces no es tan esquiva y creo que formamos una aceptable mancuerna. Se crea un coloquio animado entre ambos y lo escrito va apareciendo como de la nada, como algo mágico, divino. Es el momento de soltar todo el cúmulo de dudas, sentimientos, sueños, anhelos, como si de una carga insoportable se tratara y dejarlos ir. Mirarlos quedar convertidos en palabras, que quizás no digan nada; pero que para mí, habrá significado deshacerme de su carga.
Las dudas en mi interior persisten. Mi nombre en la vida, bien podría ser “Mar de dudas” y no el que recibí en la pila bautismal. ¿Cómo saber si poner en papel mis dudas a través de la palabra, puede ayudarme en algo; puede hacerme alguien mejor? ¿Cómo saber si esto que escribo puede tener interés para alguien más que no sea yo mismo?
Eugene Ionesco era un mago del teatro, del absurdo, y conocía muy a fondo a la palabra. Ha expresado su sentir al respecto de forma portentosa, en el texto que transcribo, para mostrar lo pobre de mis reflexiones y la maestría de su palabra, en contra de la palabra:
“La palabra no muestra.
La palabra parlotea.
La palabra es literaria.
La palabra es una fuga.
La palabra impide que hable el silencio.
La palabra ensordece.
En lugar de ser acción,
consuela como puede de no actuar.
La palabra gasta el pensamiento. Lo deteriora.
El silencio es oro.
La garantía de la palabra
debe ser el silencio”.

A pesar de las aseveraciones del maestro, quiero a la palabra, me quedo con ella con todo y sus veleidades. ¿Qué más puede hacer un aprendiz, que tratar de conocerla un poco más, para comprenderla y creer que no es indomable?
Parafraseando un dicho popular, termino: “Más vale palabra en mano, que un ciento volando”.

Texto agregado el 08-07-2012, y leído por 415 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-07-2012 Excelente ensayo amigo Mario. No obstante, creo que tanto la palabra como el silencio tienen su misión, por lo tanto, no se puede vivir sin ninguno. Yo amo a las palabras y tú lo sabes. Un abrazo, mi amigo bueno, más bueno que el pan de azúcar. SOFIAMA
10-07-2012 Me siento muy identificada con lo que escribes. Estoy de acuerdo con tu maestro, pero amo las palabras. godiva
09-07-2012 Has dado en el clavo, maparo. Hace días que me debato precisamente entre la palabra y el silencio, me pregunto hasta qué punto es importante o lo es infinitamente más, el lenguaje del cuerpo que jamás miente. En fin, sin embargo hace tanto bien al alma la palabra cuando se la sabe emplear...***** MujerDiosa
 
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