“Es una gacela amorosa, una cervatilla encantadora.
¡que sus pechos te satisfagan siempre!
¡que su amor te cautive todo el tiempo!”
-Proverbios 5:19
“El ojo ve como la mano aprehende”
-Máxima surrealista
1
Llevaba un año trabajando para la empresa y ya la habían ascendido cinco veces. La verdad es que resultaba curioso ver cómo los grandes ejecutivos pensaban estar en completo control de la situación cuando la verdad era muy otra, es decir, que no tenían absolutamente ningún poder de frente a ese par de senos, casi tiranos, dioses niveos que parecían prometer el paraíso a cambio de la obediencia incondicional.
Yo había visto a Lena antes de que se presentara a trabajar en mi departamento un lunes, quizás por eso no tuvo un impacto tan grande cuando llegó vestida con un trajecito sastre que lograba pasar por decente y que sin embargo dejaba bien claro que no importaba lo que Lena hiciera, sus pechos permanecían siempre en primer plano. Habría que ver la cara de todos los empleados, hombres y mujeres, cuando ella entró. Una mezcla de incredulidad, deseo y por consiguiente de sufrimiento: de inmediato se supieron a merced de esos senos, esclavos absolutos de su voluntad.
-Carajo- me dijo Carlos, nuestro asesor legal -esas sí son tetas y no chingaderas- yo solo sonreí, como sin querer ser su cómplice, tratando de convencerme de que no, que esa era una mujer completa, que mi educación daba para más y en un intento de hacerla sentir bien me acerqué a saludarla, haciendo un esfuerzo consciente para no mirar su escote. Le di la mano y me sentí mal porque fue hasta entonces que realmente la vi. Lena era una mujer baja, pálida y bastante delgada, la mayoría hubiera dicho que era bonita, aún sin tomar en cuenta sus senos, que además de su muy notable tamaño tenían una forma que muy pocos no hubieran calificado de ideal. Ella me devolvió el saludo con una sonrisa tímida y se presentó con una voz casi infantil -Helena- yo le dije mi nombre y la conduje hasta su oficina, tras lo cual volví a mi conversación con Carlos -eres un cabrón- me dijo, y me dio un golpe en la espalda.
2
En un principio yo no intenté nada con Lena por varias razones: en primer lugar yo era su jefe y aunque lo más fácil sería pensar lo contrario, yo tenía todas las intenciones de mantener mis principios éticos. La segunda razón es que siempre traté de demostrarle que si le prestaba atención o la felicitaba por un trabajo bien hecho no era por físico, sino porque ella lo merecía. Por último yo tenía la impresión de que a una chica como ella no debían faltarle pretendientes y que ella sin duda escogería a alguien más rico o con más poder que yo, por lo que no tenía ningún sentido arriesgar nada, fuera mi puesto en la empresa o mi orgullo.
Podría parecer irónico el hecho de que fuera justamente mi renuencia a celebrar su físico lo que le atraía de mí. Con esto no quiero decir que yo le gustara, creo que yo nunca le gusté y que ella no era capaz de tener esos sentimientos por nadie, creo que simplemente yo le intrigaba, eso era todo. Así que ella comenzó a buscarme, empezamos a hablar con más frecuencia y de cosas que no tenían nada que ver con el trabajo hasta que finalmente ella me invitó a salir. Tengo que admitir que llegado ese punto yo también me sentía intrigado y empezaba a pensar que cualquier cosa que pasara sería buena, cedí ante la debilidad de pensar que si podía pasar con ella una noche ya sería ganancia.
Salimos, y esa fue la única vez que la escuché hablar de ella misma, me contó que sí, que muchos hombres la habían pretendido, que la seducían con dinero, con regalos; ella siempre se negaba. Me confesó que solo se había acostado con dos hombres, cosa que me sorprendió muchísimo y a la vez me tranquilizó de algún modo: pensé “qué bien carajo, yo no puedo perderme en esos senos, que nadie más lo haga”. Por otro lado lo interpreté como el extraño capricho de una mujer asediada por propuestas nupciales y tentada por casas en la playa y diamantes. Quizás para ella nada de eso era ya sorprendente y estaba esperando a aquel que le pudiera ofrecer aún más, algún jeque árabe o un príncipe inglés que ella sin duda alguna habría podido tener. Es muy extraño cómo esa noche me alejó más de ella en ese sentido, yo ya no podía pensar siquiera en cortejarla, a fin de cuentas si ella había rechazado ya a todos esos hombres por qué me aceptaría a mi,
3
Yo no lo podría haber previsto: fue justo el hecho de que yo no la buscara lo que la enervaba, muy tarde comprendí que ella no soportaba no ser mirada, lo entendí después de que empezáramos a salir, después de que me esforcé por no volverla un objeto, por no verla como un par de tetas enormes que salían conmigo y que me ganaban la envidia de tantos. Nada pudo ser peor para ella, la enloquecía, la llevó al punto de querer vivir conmigo, de buscar mi mirada de lascivia todo el tiempo, de incluso, querer acostarse conmigo. Ella se desvestía siempre primero, sin apartar sus ojos de los míos, buscando esa reacción que yo únicamente me permitía en esos momentos: esas ganas estúpidas de asfixiarme en sus senos, de devorarlos. Por eso a ella solo le gustaba hacerlo cara a cara, sobre mí, sin hacer mucho más que ver mis ojos, se dejaba tocar, lamer, morder. Solo se molestaba cuando yo, al llegar al clímax cerraba los ojos e impedía así el suyo. Entonces intenté otras cosas, sexo oral, masturbarla, no lograba nada. Ella jamás me dijo qué sucedía y yo seguí intentando cosas cada vez más extravagantes hasta que un día ella, cansada, se levantó de la cama, se metió a la ducha y me dejó solo, con una erección.
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Yo me sentía frustrado con la situación, no solo por no ser capaz de complacerla si no por el hecho de que ella parecía más complacida conmigo así, en abstinencia. Sin dejarme tocarla se desvestía frente a mí, aparentando no pretender nada, se tocaba los senos, me dejaba imaginarlos llenando mis manos, sus pezones en mi boca, nada, si yo intentaba acercarse se molestaba y me dejaba de nuevo solo. Lo comprendí todo un día cuando creyendo que ella se duchaba entré al baño. La encontré masturbándose frente al espejo, con los ojos fijos en su reflejo. Ella no movió la mirada de sus ojos en el espejo, le era imposible, yo me senté entonces en la bañera y me masturbé mientras la veía. No la había visto tener un orgasmo hasta ese día.
5
Aquel día tuve una idea que hizo posible que continuáramos una relación que de otro modo seguramente te habría extinguido. No pretendo decir que es una medida que a mí en realidad me gustara, pero era la única manera de mantener a Lena a mi lado y es que ella era una de esas mujeres por la que hombres lo dejan todo, los suyos eran senos por los que guerras se hubieran peleado.
Conseguí una cámara web y nos hice una cuenta en un sitio para exhibicionistas. Preparé todo en la recamara mientras le contaba mi plan, ella no dijo nada pero parecía muy satisfecha con la idea. Comenzamos a transmitir ya recibir visitas en la cuenta virtual, ella se desvistió con impaciencia y me dejó hacer, bajo la única condición de que ella pudiera siempre ver tanto la cámara como el pequeño número en la pantalla de la computadora que indicaba el número de personas que la veían.
Al principio yo no me sentía del todo cómodo pero cuando noté su buena disposición me tranquilicé y me olvidé de los cientos de miradas que había sobre nosotros, hice a mi gusto, disfruté su cuerpo según mi capricho, la besé por completo y la conocí con las manos como nunca había hecho, liberado ahora de mi preocupación por complacerla. Me reservé el sublime placer de sus senos para el momento de mi orgasmo y me perdí en ellos, cumplidas ya las promesas de paraíso que llevaban escrita.
Disfruté por un par de días de ese cuerpo y de esos senos como no había hecho con ninguna otra mujer, ella completamente deshinibida, se ponía en mis manos para que yo la entregara a cientos de personas para que ellos a su vez se deleitaran en el movimiento de sus senos, la intimidad de sus nalgas y llegado el momento las convulsiones de su orgasmo reflejadas en su cara, en su mirada vigilante siempre de la cantidad de personas que la deseaban en todo momento.
La vi entonces satisfecha por completo, llena de su vida bajo la mirada de los miles de personas que a diario disfrutaban del espectáculo. Parecía vivir únicamente por ese momento cada noche en que podía exponerse en su momento más íntimo y en su impaciencia empezó a desvestirse frente a la cámara ella sola, dándose cuenta por fin de lo innecesario que yo era. Empezó de nuevo a rechazarme y a molestarse cuando la interrumpía. Ella se masturbaba por horas, haciendo caso a la mayoría de las peticiones que le hacían, logrando orgasmos en número y en intensidad inusitados.
ésto siguió hasta que yo, harto de verla sola, harto de envidiar su boca que chupaba esos pezones, casi la obligué a hacerlo conmigo, le dije que no me importara que me vieran, que había aprendido a disfrutarlo. Ella se puso sobre mí como las primeras veces que lo hicimos, viéndome por un rato, olvidándose de la cámara por unos segundos. Luego pareció recordar que la estaban observando y volteando de nuevo a la cámara me puso los senos en la cara, y los presionó. Éstos enormes me impedían respirar y yo por un momento lo disfruté muchísimo, sintiendo mi vida dependiente de esos pechos magníficos. Ella no se movió, aun cuando empecé a asfixiarme, si no que al contrario presionó con más fuerza. Solo cuando estuve en mi últimos estertores se quitó de encima y siguió masturbándose para su audiencia, mientras yo, muerto en segundo plano, eyaculaba |