Se sentó con su maletín en un banco de la plaza. El viento de esa tarde, fresca pero agradable, era lo más parecido a una caricia que había recibo en los últimos días.
Siempre le gusto ese banco, desde ahí podía ver el sol entre dos jacarandás que enmarcaban su puesta. Nunca había leído una poesía, pero pensaba que si alguna vez lo hiciera debiera darle la misma sensación que ese sol entre los árboles.
Tenía 30 años, vivía solo en un departamento que alquilaba en su barrio de toda la vida y del cual juraba no querer irse nunca. A él su barrio le alcanzaba, era su lugar, ahi estaba su gente y se sentía alguien.
Y allí estaba, sentado en esa plaza, mirando el atardecer, tratando de no pensar. Su día no había sido de los mejores. Esa mañana lo habían despedido de su trabajo de ayudante de redacción en un diario local. Estuvo allí casi 5 años. Debido a un recorte habían decidido “invitarlo” a irse. Por suerte allí mismo le pagaron la correspondiente indemnización.
Sentía que le habían hecho un favor, ya no soportaba escribir lo que otros le decían, necesitaba su espacio, su lugar. Eso que le daba el barrio. Necesitaba mudar esas sensaciones a su trabajo.
Desde un tiempo atrás había comenzado a replantearse su vida. Estaba incompleto, inconforme, sentía que nada lo llenaba totalmente que la vida le estaba pasando por encima y que el solo era un espectador de este devenir.
Casi en un estado de meditación, noto que el sol era tapado por alguien. Sintió como si lo estuviesen despertando de un sueño justo en la parte en la que besaba a la chica más linda de la cuadra.
Con ese estado de desilusión, trato de ver quien osaba romper la magia. Poniendo su mano derecha como vicera enfoco su vista en esa presencia intrusa, pero el sol en sus ojos no permitía ver quien era. A medida que la figura se acercaba en línea recta hacia él, los rayos de sol a su espalda iban tallando su silueta.
La angustia ya se había transformado en curiosidad. Lo poco que veía era casi tan hermoso como lo había sido antes ese sol entre los árboles.
Ya estaban casi frente a frente. Definitivamente era la silueta de una mujer. Pensó en pedirle que no avanzara más, que se quedara allí quieta, en ese lugar. Esa era la imagen perfecta, quería quedarse con eso. Nada podía ser mejor que eso, pensó. Ni siquiera una poesía.
De repente un intenso ardor recorrió su nuca, un cálido torrente bajó por su espalda. Sus ojos comenzaron a nublarse fijos en la mujer.
Ella apuro su paso, rodeo el banco y tomo el maletín que estaba en un costado. Luego desapareció corriendo.
El viento ahora era cada vez más frio, el sol ya no estaba , sus ojos se cerraron, todo era oscuridad.
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